LOS OLIVARES (124) Desconcierto

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A la semana siguiente, don Alfonso de Salazar permanecía en «Los olivares» sedado bajos los efectos de la morfina mientras que era supervisado por una enfermera en su habitación de «Los olivares». De repente, el teléfono sonó de una manera que cualquiera diría que deseaba ser atendido cuanto antes…

—Rosario, sigue con lo tuyo. Es en el pasillo. Ya lo cojo yo.

—Vale, Alicia, ya me quedo yo con mi padrino.

—Sí, dígame —dijo la hija del marqués.

—Buenos días. Sí, ya le reconozco la voz. Es usted doña Alicia, ¿verdad?

—Sí. Y tú eres Lola, la secretaria de mi hermano. ¿No es cierto? ¿Qué se te ofrece?

—No quisiera molestarla, porque aquí, en el bufete, sabemos del delicado estado de salud por el que está atravesando su padre, pero creo que debería hablarle de una situación que no conviene demorar por más tiempo.

—¿Se refiere a don Carlos?

—Efectivamente. Verá usted, es que últimamente nos tiene alarmados.

—¿Alarmados? ¿Qué le ocurre exactamente?

—Pues es muy simple. Ya no aparece por el despacho. Sabemos, porque nos hemos informado, que al parecer tiene problemas con la bebida. Hay muchos rumores, pero creo que se debe a su situación personal tras su accidente. Supongo que estará atravesando una mala racha.

—¡Vaya por Dios!

—Pues sí. Hace unas fechas se pasó por aquí durante la tarde y en estado ebrio, le dijo a uno de los pasantes que se hiciese cargo de todo el trabajo. Y después, cogió la puerta y se largó sin despedirse Es posible que durante unos días podamos responsabilizarnos de las tareas más urgentes o que tratemos de argumentar que se encuentra de baja por enfermedad. Pero está claro que eso no se puede prolongar en el tiempo, porque él tiene que hacer acto de presencia ante jueces y tribunales y atender directamente a sus clientes. Es obvio. En fin, señorita, todos los que trabajamos aquí nos sentimos agobiados por la gravedad de la coyuntura. Nunca antes habíamos vivido una situación semejante. Y la verdad, es que estamos desconcertados y no sabemos cómo afrontar todo esto.

—Te entiendo, desde luego. Un momento… ¿has intentado localizarle, hablar con él a toda costa?

—Pues lo cierto es que lo he intentado, le he llamado a su casa y nada de nada. Me he acercado a su domicilio aquí en Badajoz y no contesta nadie. He preguntado a sus vecinos y ninguno dispone de información alguna sobre don Carlos. Ya esta misma mañana, un compañero fue por su casa y aunque aporreó la puerta, no obtuvo respuesta. Señorita Alicia, no quiero preocuparla más de lo que estará, pero tememos que le haya podido pasar algo malo, bien en su piso o en la calle. Tenemos las manos atadas en estos momentos. Se lo suplico y hablo en nombre de todo el bufete, pero… ¿podía usted intentar algo? Con sus influencias y toda la gente que conocerá, seguro que da con el paradero de don Carlos enseguida.

—Dios mío, me dejas desconcertada, Lola. Estoy pensando que… dada la gravedad de las circunstancias… se me ocurre viajar hasta Badajoz, ir a casa de mi hermano y comprobar lo que le pasa. No te preocupes porque tengo las llaves de su domicilio. Es verdad, todo esto que me has contado resulta sospechoso y no debe demorarse más. Tranquila, en un rato salgo para la capital en coche. Te aseguro que en cuanto tenga novedades, usaré el teléfono. Oye, que muchas gracias por llamar y ojalá que este enigma se resuelva pronto.

—Ay, qué tranquila me deja usted. Que todo salga bien y que tengamos noticias en breve. Confiamos en su labor, doña Alicia.

—Desde luego, Lola. Estaremos en contacto.

Tras colgar el aparato, la mujer se quedó pensativa, tratando de evaluar en qué circunstancias se hallaría su hermano para haber «desaparecido» del mapa. Se dirigió a la habitación que poseía en «Los olivares» para cambiarse de ropa y desplazarse hasta la casa de su hermano. Antes de irse, le contó a Rosarito con todo detalle el contenido de la conversación que había mantenido con la secretaria del despacho.

—Pues nada, hermana. Que me voy ya, porque me siento agobiada. Esto pasa porque entre nosotros dos nunca ha existido una buena comunicación. Tengo que aclarar este embrollo cuanto antes. Los trabajadores de Carlos están preocupados y yo, en su caso, también lo estaría. En fin, ya te contaré lo que descubro.

—Espera un momento, Alicia —expresó la ahijada del marqués con seriedad—. Quiero que sepas una cosa.

—¿Una cosa? ¿Qué te ha venido al pensamiento?

—No quería comentártelo, porque tal y como está mi padrino, solo hay tiempo para velar por su salud. Pero… esta noche he tenido un sueño…

—¿Un sueño? ¿De qué tipo? Conociéndote, lo que me digas me va a dar muchas pistas sobre este caso. ¿O no?

—Mira, ha sido una pesadilla horrible. No me la puedo quitar del recuerdo y ya han transcurrido varias horas desde esa experiencia. Y no me olvido porque tengo tendencia a pensar que mis sueños, en muchos casos, son un anticipo de lo que está por venir.

—Pues suéltalo ya, porque, además de prisa, me estás creando cierta ansiedad por dentro. Lo que faltaba, que ya bien nerviosa que me siento.

—Perdona. Debes disculparme, pero tengo la certeza de que a Carlos le ha pasado algo grave.

—¿Algo grave? ¿Cómo de grave, Rosarito?

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (124) Desconcierto»

  1. Pelo comportamento de Carlos era de se esperar um triste fim, longe da família, do pai da irmã, enfim, ficar só sem ninguém para o acolher.

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