—Hay un aspecto que no acabo de entender, cronista. Llevo ya varias noches tomando un ansiolítico para dormir bien, tal y como me aseguró el psiquiatra. ¿Cómo encaja eso con el hecho de que estemos hablando esta noche aquí, en mi casa? Se supone que con ese tratamiento yo no tendría interrupciones del sueño como la que está ocurriendo, ni dejaría mi cuerpo tendido en la cama para conversar contigo en el salón.
—Ah, querido profesor. No le niego a la psiquiatría su poder para regular la sintomatología asociada a ciertos trastornos psíquicos. Eso sí; no hay pastilla que pueda impedir el sueño ni va a evitar que tu alma se despegue del cuerpo y se desenvuelva en el plano que le resulta más afín, es decir, el espiritual, que es el lugar en el que ahora nos encontramos.
—¿De veras funciona así?
—Te lo explicaré de otro modo, Alejandro. No hay fármaco en el mundo que pueda evitar el contacto entre tú y yo. ¿Satisfecho con la respuesta?
—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer?
—¿Realmente crees que necesitas esa sustancia?
—No me convence en absoluto. Si la estoy tomando es para que mi mujer se sienta más tranquila, como que estoy siguiendo las recomendaciones de un especialista. Mi opinión es que, salvo casos extremos, uno no debe meterse en el cuerpo nada extraño, como es el caso.
—Bien, entonces tú mismo te has contestado.
—Vaya, no deja de sorprenderme tu seguridad en los razonamientos. Lo cierto es que parece de sentido común. Según tu criterio, queda claro que debería abandonar la toma del ansiolítico.
—Te he respondido antes.
—¿Tú qué harías?
—¿Le preguntas a un espíritu por un comportamiento que solo puede darse en sujetos que viven en el plano material?
—Vale, ya lo capto. No volveré a molestarte con esa cuestión. Definitivamente, dejaré de tomar la medicación.
—Me parece muy coherente por tu parte. Pues el que te habla se va a marchar. Tengo mucho trabajo pendiente y no es cuestión de prolongar mi estancia aquí. Una máxima entre nosotros que asumimos con plena conciencia es la prohibición tajante de perder el tiempo. Recuerda lo acordado: la próxima vez que nos veamos deberás tener a punto tu respuesta. No lo olvides.
—Perdona, cronista. ¿Qué te parece si consulto este tema con Lola?
—Claro, haz lo que te dicte la conciencia. ¿Por qué no? Como si le quieres consultar a tu vecino, al director de tu colegio o a ese psiquiatra. De todas formas, cumple siempre una regla: antes de decidir, calcula las consecuencias de tus actos. Según a quién se lo digas, es muy probable que te tomen por un loco. Nada sorprendente ¿verdad?
Ante el estupor que se reflejó en la mirada del profesor, el cronista continuó con su respuesta:
—¿Qué creías? ¿Piensas que la mayoría de las personas están preparadas para escuchar determinadas cosas? Venga, hombre, sé un poco realista. Tu esposa te conoce y a pesar de su desconfianza hacia mí, te quiere y se preocupa por ti. En definitiva, habla con ella si así te sirve de apoyo o de desahogo, pero yo, en tu caso, no sacaría este asunto de casa ni andaría por ahí comentándolo con amigos.
—Vale, lo tendré en cuenta.
—Mira, profesor, tu equilibrio psicológico no debe estar en peligro. Repito, esto no es un juego. Ya lo comprobarás. Que tomes la decisión correcta. Estaremos en contacto. Adiós.
A los pocos segundos de evaporarse la figura del cronista, se hizo un silencio en el salón que casi podía palparse. Mientras que las dudas asaltaban a la figura de Alejandro, de repente, este sintió como un fuerte tirón en sus espaldas. Sin pensarlo y a una gran velocidad, se acopló a su cuerpo en la cama y se despertó al notar la voz de Lola que le estaba llamando.
—Caramba con el caballero. Vaya sueño más pesado que tenías. Además, no se entendía nada de lo que estabas diciendo. Quiero descansar un poco más, que aún es pronto.
—Ya, te entiendo, pero la próxima vez no me des un codazo, que duele.
—No, solo te he dado un aviso para que no interrumpieses mi sueño.
—Vaaaleee… bruta. Te dejo dormir.
Sin embargo, el profesor no pudo seguir en la cama. Dando un fuerte impulso se incorporó y a través del pasillo, se dirigió a la cocina. Se puso a preparar el café y a cortar el pan. Como tenía totalmente fresco el recuerdo de su encuentro con el cronista, se dedicó a pensar sobre lo acontecido y sus posibles efectos. Una media hora más tarde y entre bostezos, apareció por allí la figura de su mujer.
—Oye, Ale, ahora que lo pienso, siento lo de antes. Me pasé. Es que estaba tan a gusto, que me molesté al oírte mascullando no sé qué cosas. Fue un gesto instintivo para que cambiases de postura y me dejases tranquila.
—Sí, sí, ya veo lo contundente que puedes llegar a ser. Por eso, no quise seguir tumbado y me vine a preparar el desayuno. Por lo menos, ya está todo listo. Anda, sentémonos.
—Caramba, hasta los pequeños incidentes pueden tener efectos positivos.
…continuará…
Gosto da cumplicidade do casal. Alejandro parece estar decidido a escrever o livro ditado pelo cronista. Já Lola não coloca fé após a conclusão de tal livro.
Lola permanece desconfiada, porque não entende bem as intenções do cronista. Grato, Cidinha.