—Tranquila. Eso no sería quitarle a su ahijada. No te alarmes por ese motivo. Le conozco bien y te aseguro que el señor marqués tiene un gran corazón y solo mirará el bien de su Rosarito, ni más ni menos. Dentro de sus labores como buen tutor, está el facilitar a su niña las condiciones para que sea feliz.
—Que Dios te oiga y que mi padrino se lo tome con esa buena actitud que tú has descrito. Es ley de vida que los tiempos avancen y que las personas necesiten labrarse un nuevo futuro.
—Te miro y te escucho, cariño, y noto bien cómo ese tal Rubén te ha dejado embelesada. Es como un personaje de esas novelas románticas que tanto te gustan y que de pronto, surge en tu existencia para enamorarte. Te prometo que, en breve, tendrás noticias para aclarar tu situación. Por ejemplo, te aportaré un dato interesante: esta semana el nuevo veterinario tiene que acercarse a «La yeguada».
—¿Tan pronto voy a tener novedades?
—Eso espero, aunque todo dependerá de la situación. Para estas cosas, hay que buscar un contexto favorable donde intercambiar impresiones constituya algo natural. ¿Qué? Deja de mirarme con esa cara de atontada. ¿Te quedas más tranquila, mi niña?
—Desde luego. Confío plenamente en ti. Son muchos años los que llevamos juntas. No sé ni cómo agradecerte tu gesto, ardo en deseos de recibir tu llamada.
—¿De veras que quieres agradecerme mi gesto?
—Sí, totalmente. Lo que tú me pidas.
—Entonces, ya lo tengo: no cambies nunca, Rosarito —afirmó la mujer entre lágrimas de alegría—. Sigue siendo tú misma. Ese será tu mayor regalo para mí.
—Eres un sol, Alicia. ¿Qué? ¿Comemos?
Pasados tres días, el joven veterinario se dejó ver por «La yeguada» …
—Buenos días, señorita marquesa. ¿Cómo está usted? ¿Le apetece que empecemos a revisar a los animales?
—Ja, ja… pero chico… ¿acaso te has tomado un carajillo para desayunar?
—Me temo que no la entiendo, doña Alicia —respondió el hombre con estupor.
—Verás, ha sido divertido y más a esta hora de la mañana. Te lo explico: la marquesa era mi madre, doña Teresa de Poveda, que en paz descanse. Yo solo soy la hija de don Alfonso, que es el marqués de Salazar y Agudo. ¿Lo entiendes ahora? Es mejor que no te hagas mucho lío con los nombres y los cargos.
—Pues si usted lo dice, será así. La verdad es que no es fácil comprender el mundo nobiliario y todo esto de los títulos. Le pido disculpas.
—Tranquilo, no tienes por qué disculparte. Me encanta lo modesto que eres. La humildad es una cualidad que no abunda, por desgracia. Y ello habla en tu favor.
—Ah, pues muchas gracias. No sé si soy modesto o no, pero es una reacción natural que me sale. A mí me encanta llevarme bien con las personas.
—Comparto tu opinión. Lo confieso: me caes bien, Rubén. Creo que entre nosotros va a haber entendimiento y eso es una buena noticia. ¿Quieres saber una cosa? Es como un peso que me gustaría quitarme de encima.
—Lo que usted diga, señorita Alicia.
—Mira, esto de hablar de pie es muy incómodo. Anda, sentémonos allí, en el porche.
Segundos después… ambos se hallaban acomodados en las sillas, alrededor de la mesa que existía en el porche de la casa.
—Tal vez te sorprenda mi actitud, pero no sé por qué y aunque te conozca poco, te voy a otorgar mi confianza contándote algo.
—Caramba, pues debe tratarse de algo importante a juzgar por la cara que ha puesto.
—Sí, desde luego. ¿Sabías que mi madre falleció justo en el parto que tuvo cuando yo nací? Es curioso, el destino se llevó por delante a una gran mujer, pero también permitió que la persona que está hablando contigo sobreviviese y estuviese ahora mismo aquí.
—Vaya, no tenía ni la más remota idea, doña Alicia. Debe ser doloroso haber pasado por esa experiencia. Y ¿cuándo se enteró usted de la noticia?
—A los doce años. Llegó una época en la que ya no me podían mentir. Le pedí a mi padre que me dijese la verdad. Él no quiso traumatizarme durante mi infancia, pero siempre llegan momentos en la vida en los que hay que revelar la verdad. Me estaba haciendo una mujercita y para mí, era mejor saber algunas cosas importantes de mi corta historia.
—Pues debió ser muy duro para usted.
—Sí, sobre todo al principio. Recuerdo a la perfección aquella tarde de la conversación con mi padre. Nadie pudo consolarme. Solo quería irme a mi cuarto para llorar. Me salió mi vena infantil. Por unos instantes, pasé de mi pubertad a mi infancia. Sin embargo, aquella experiencia me sirvió de algo. Pensé y pensé, hasta que asumí que lo sucedido había sido una jugada del destino, pero que yo no tenía ninguna responsabilidad en aquel luctuoso acontecimiento. Opté por quedarme con la lección extraída de aquel trágico suceso: mi madre había dado su vida por su hija para que yo conociese lo que era vivir. El dolor y la culpa se transformaron en adoración por la figura de mi madre, a la cual no conocí, pero a la que intuyo como si estuviese presente todos los días del año.
…continuará…
Alícia ao conhecer Ruben agiu de maneira em que o veterinário se sentisse descontraído, e o ambiente entre eles se tornou mais leve, e Alícia sempre procurando uma ponte para descrever Rosário.
Tenho claro que Alícia ama Rosarito e sabe que favorecendo esse encontro entre Rubén e Rosarito, ela será feliz. Beijos, Cidinha.