—Pues mire, le vendo el negativo de la foto al módico precio de diez mil pesetas, garantizándole que recibirá el original y que, por tanto, ya nadie podrá revelar más imágenes como esa.
—Bien, déjeme que lo piense. Se trata de una elevada cantidad de dinero por un simple trozo de papel.
—Considere lo que le dije. Hablamos de un pedazo de historia de su padre y, en consecuencia, también de la suya y de su familia. Él posee una edad y tarde o temprano, se irá, pero usted heredará el título y su historia; en las circunstancias actuales, es mejor tener un pasado limpio que uno turbio. ¿Quién le pone precio a algo tan delicado? Hablamos de consecuencias indeseables, o sea, de años de cárcel o incluso de fusilamientos. No se la juegue, don Carlos y sobre todo, no arriesgue su futuro ni su posición social el día de mañana.
—Qué bien se explica usted, don… lo que sea. No sé quién es ni de dónde ha salido. Tampoco sé si esto es obra suya o si existe algún grupo de presión detrás de usted que apoya este chantaje que parece salido del argumento de una novela. Me da igual. Sin embargo, ha de saber una cosa. Usted podrá tener contactos, no lo niego, pero yo, por mi profesión y por mi condición de aristócrata tengo aún más; en la policía, en la Guardia Civil, en Falange y en los juzgados, entre otros. Tiene usted un acento muy propio de la comarca, por lo que no vivirá muy lejos, puede que incluso aquí mismo, en Badajoz. Verá, esta ciudad no es demasiado grande y puede que coincidamos en alguna ocasión más en el futuro. Solo añadiré una cosa: si yo pago y luego me doy cuenta de que existen más copias por ahí circulando, usted estará muerto, salvo que salga en avión a Rusia o en barco hacia Sudamérica. Y no creo que eso le resulte fácil en mitad de una guerra mundial. En fin, creo que he sido claro. Por cierto, ¿tiene algún teléfono donde contactarle por si decido pagar?
—Ja, ja… lo raro es que no me haya preguntado por la calle y el número de mi casa. Sería lo ideal para que usted me localizara con facilidad. Hombre, no creo que me considere tan estúpido como para dejarle mi documento de identidad mientras que cobro el precio estipulado. ¡Qué locura! No están los tiempos como para aportar muchos datos de uno mismo y esto no es una transacción pública que se hace a la vista de todos. Se trata de una conversación y de un acuerdo entre caballeros y que se establece de forma privada.
—Pues usted me dirá cómo vamos a quedar para pagarle.
—Haremos una cosa más que razonable: la próxima semana, este día y a la misma hora, es decir, cuando vaya a cerrar su negocio, yo me pasaré por aquí. Espero que tenga esa cantidad en metálico, nada de cheques ni de letras, nada que suponga mi identificación, solo el dinero. Por mi parte, le entregaré el negativo y todos en paz. Una persona de su posición no tendrá ningún problema con reunir esa cantidad.
—Vale, me parece bien su propuesta. Si me inclino por aceptar su oferta, no existirá ningún problema.
—Muy bien, creo que nos entendemos. Don Carlos, ya veo que usted es una persona que se atiene a razones. Después de todo, es un hombre que se mueve dentro de las leyes y de su sistema. Para su tranquilidad, le prometo algo: jamás volverá a verme ni a saber de mí. Quedará satisfecho.
—Eso espero. Me causaría una enorme tristeza el tener que llamar a alguno de mis amigos para que le localizase en caso de faltar usted a su palabra. ¿Me comprende?
—Claro. Usted es alguien de buena cuna y cuando hablamos de esas personas que están en la cúspide de la sociedad, hay que esperar de ellos seriedad y compromiso. Es libre de pagar o no, pero en caso de que no cumpla con su promesa, le he dado orden a un amigo para que acuda con esa foto a los tribunales. Es mejor dejar las cosas claras desde el principio, para que luego no haya lugar a equívocos. Las consecuencias de esa actuación resultarían muy perjudiciales para su familia, una verdadera lástima. ¿Verdad? Por tanto, ambos tenemos claro lo que hemos de hacer.
—Desde luego.
—Entonces, procure que a este servidor no le ocurra nada malo.
—Tiene mi palabra, señor anónimo.
—Bien. Me voy, don Carlos. Nos vemos la semana que viene. Todo en orden.
—Por supuesto, «amigo». Vaya con Dios y con su máscara.
El hijo del marqués se levantó de aquel cómodo sillón para comprobar que la puerta del piso había quedado cerrada. Regresó de nuevo a la habitación a mirar por la ventana, para observar si el extraño se había perdido por entre las callejuelas del centro. Ningún rastro del chantajista, de ese siniestro personaje que de manera sorpresiva le había presionado para que pagase por una comprometedora foto de su padre. Se quedó pensativo, analizando un cuadro que tenía justo enfrente de su vista, como buscando una inspiración para responder adecuadamente a aquella molesta coyuntura que había surgido ante sí unos minutos antes.
Transcurrieron unos minutos y de repente, una sonrisa siniestra apareció entre sus labios. Tras recorrer con sus dedos la elegante mesa de madera que le servía como escritorio, tomó una decisión. Por fin, había encontrado una solución a aquel laberinto en el que se había metido sin querer. Se mostró satisfecho y conociendo al personaje… ¿quién podría dirimir si esa decisión adoptada por el abogado no sería peor que el chantaje propuesto? En su cabeza, a esa hora tardía, solo cabían pensamientos de venganza para con aquel desconocido que había osado pedirle diez mil pesetas solo por una imagen de su padre en una reunión masónica de hacía años.
…continuará…