LOS OLIVARES (123) La salud del marqués

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Días después de la despedida de Ana María, la hija del marqués llamó por teléfono a la casa del pueblo donde Rubén y Rosario se habían instalado a vivir tras su boda y su viaje de novios.

—¿Diga? Pero si eres tú, Alicia. ¡Cuéntame! ¿Cómo estás?

—Yo, bien. Bueno, si te digo la verdad, ando preocupada.

—Se trata de mi padrino ¿verdad?

—Pues sí. Lleva fastidiado un tiempo. A pesar de que superó su crisis de lumbalgia, sigue con dolores. El otro día tuve que ponerme muy seria con él. Ahora le ha dado por no comer o por comer menos de lo justo. Parece que ha perdido el apetito y, además, expulsa sangre cuando hace sus necesidades. Por si fuera poco, de vez en cuando le dan una serie de retortijones en la barriga que lo pasa fatal.

—Vaya, pues parecen síntomas preocupantes.

—Casi siempre está cansado o con señales de fatiga. No puede seguir así. Lo he pensado y voy a llevar a mi padre al mejor especialista de la capital. No quiero más dudas, aunque él se niegue a desplazarse. Es mejor que le vea un buen doctor y efectúe un diagnóstico certero sobre lo que le ocurre. Así, me quedaré más tranquila. Ya sé que le cuesta trabajo salir de casa, pero le voy a convencer para que lo haga. La salud es lo más importante.

—Tienes razón, Alicia. Pues entonces estaré preparada. El día que conciertes la cita, por favor, te acercas al pueblo y me recoges. Así, haremos juntas la visita al médico y nos enteraremos bien de lo que le pasa a don Alfonso.

Justo a la siguiente jornada, tras realizar en la consulta la exploración del distinguido cliente y los análisis pertinentes, el doctor quiso entrevistarse en privado con la hija del aristócrata, mientras que Rosarito aguardaba con su padrino en otra sala de la que disponía aquella clínica.

—Pues usted dirá señor, aunque por su cara, tengo la impresión de que no me va a dar buenas noticias —expresó Alicia en tono serio.

—Pues no sabe cómo lamento las actuales circunstancias, señorita de Salazar. No le voy a engañar y procuraré ser claro para que usted se vaya haciendo a la idea. Su padre está muy mal de salud. Todos los síntomas que manifestaba, junto a esas molestias y lo que hemos observado coinciden en el desarrollo de un cáncer de colon. Por desgracia, se halla en un estado avanzado, por lo que poco puede hacerse por revertir la situación. Ese es el motivo por el que comía mal o había perdido el apetito y también por lo que se encontraba tan cansado y bajo de ánimo. Demasiado ha aguantado sin quejarse en exceso. La verdad es que el señor marqués es pura entereza, pero llega un momento en la existencia donde debemos doblegar la rodilla. Son leyes de la vida y no conviene ver nada extraño en ello.

—Pero, pero… ¿tal mal está mi padre?

—Sí, hay que ser realista y no conviene hacerse ilusiones. Estas cosas funcionan así.

—Y, perdone la pregunta… ¿no existe tratamiento para él?

—Dado su estado y sus condiciones, me temo que no, doña Alicia. Lo único que contemplamos son los cuidados paliativos, para que respire mejor, para que no se angustie en exceso y, sobre todo, para que tolere mejor los dolores que va a padecer. Es así, créame.

—¿Me está hablando de la morfina, doctor?

—En efecto. Al menos, aliviaremos su malestar y se despedirá de este mundo de manera pacífica y serena.

—Dios mío, por mucho que esperase algo malo, me cuesta asimilarlo. ¡Qué golpe tan tremendo para la moral! Doctor, ya sé que es arriesgado hablar de previsiones, pero… ¿cuánto le puede quedar de vida a mi padre?

—Eso depende de cada enfermo, de cómo el propio organismo se defiende de ese brutal invasor que constituye el cáncer. Sabemos algo de esa patología por los estudios con otros pacientes. En el caso que nos ocupa, no quiero fantasear. Es posible que, en semanas, se produzca el fatal desenlace. En meses, si somos muy optimistas. Vamos a ver qué capacidad de aguante tiene el señor marqués. Lo siento con todo mi corazón, doña Alicia. Ya quisiera yo darle otras novedades mejores, pero es imposible. Le he sugerido a su padre la conveniencia de que esté aquí atendido, pero se ha negado en redondo. Me lo suponía. Debe tratarse de una persona aferrada a sus costumbres y que no deseará abandonar su hogar por nada en el mundo.

—Claro, si le conoceré yo. Estar fuera de «Los olivares» le resulta traumático y menos en estas circunstancias tan extremas. Lleva muchas fechas insistiéndome en que desea irse para el otro plano, pero en su casa y en su cama. Posee tantos recuerdos y tantas emociones ligadas a la finca, que resultaría imposible disuadirle de ello.

—En ese caso y atendiendo a sus sentimientos, yo respetaría su decisión. Es lógico en un hombre de su edad y de su posición.

—Le entiendo perfectamente. Doctor, me gustaría pedirle una cosa. Dada esta difícil coyuntura, quisiera contratar un servicio de enfermería para que mi padre esté atendido en su casa durante las veinticuatro horas del día.

—Por supuesto, señorita. Nuestra clínica le ofrece esa posibilidad. Será la mejor manera para controlar la salud de don Alfonso y hacerle más llevadero este difícil trance. Desde un punto de vista médico será su mejor opción.

—Perfecto. Pues ahora mismo, si le parece, firmamos toda la documentación.

—Doña Alicia, si usted se parece a su padre, no va a tener problemas en asumir una realidad compleja, pero inevitable. Es la única certeza con la que contamos los seres humanos desde que nacemos: que nuestras horas están contadas y que todos disponemos de una fecha de salida. Hay aspectos marcados por el destino contra los que resulta absurdo luchar. Tanto para el propio afectado como para el resto de la familia, supondrá un descanso. La resignación es la mejor actitud.

—Gracias, doctor. Le agradezco sus palabras realistas y de consuelo.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (123) La salud del marqués»

  1. Muito triste, mas é a realidade. O Sr. Marquês é um homem íntegro e com certeza será muito bem-vindo na Espiritualidade.

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