LOS OLIVARES (121) La boda

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—Te aseguro, Rosarito, que se trató de un accidente, de un estúpido accidente. Él, que ya le conoces, se tomó unas cuantas copitas de vino y entonces, como es habitual, se puso fanfarrón. Se empeñó en examinar esa antigua escopeta de caza que yo tenía colgada en la pared, aquella que mi padre me regaló cuando cumplí la mayoría de edad. Y ya ves. ¿Quién iba a pensar que esa arma estaba cargada después de tanto tiempo sin ser usada?

—Ya, te entiendo —afirmó la muchacha con un fuerte acento irónico en su expresión—. Sin embargo, mi intuición me dice otra cosa. Por lo pronto, me llega a la conciencia un pensamiento: no te sientes nada triste por lo acontecido con tu hermano. Además, hay otras preguntas de simple sentido común. ¿Por qué le invitaste a tu casa? Si con solo pensar en él ya te enrabietabas… Después de lo ocurrido entre él y yo, ¿para qué ibas a citarte con él?

—Yo también comprendo tus dudas, pero solo quería que él me explicase cómo había descendido tanto en su nivel de bajeza moral, que me aclarase cómo después de lo que hizo no se había atado una cuerda al cuello y no se había tirado desde la rama más alta de un árbol.

—Alicia, no pareces muy afectada cuando hablas de ese suceso. Lo huelo en tu tono de voz.

—Por favor, no le des más vueltas al asunto ni te obsesiones —afirmó la mujer con determinación, evitando así que la joven siguera indagando en sus averiguaciones—. ¿Qué te parece si dejamos ya esta conversación? El razonamiento me da exactamente igual. No sé si fue el destino o puede que el puro azar quienes influyeron en la actuación de Carlos esa tarde. Cuando sucedió todo aquello, reconozco que pensé con toda maldad que mi hermano había resultado herido precisamente donde más le podía doler. Digamos que fue un acto de pura justicia poética. Siendo sincera, cuando le contemplé allí en mi salón retorciéndose de dolor, me entraron ganas de dejarle allí mismo para que se desangrase. Qué cosas, escuché una voz interior que me indujo a salvarle llamando a un médico que acudió pronto a «La yeguada» y que le aplicó los primeros auxilios. No sé si volveréis a encontraros algún día en el futuro. No lo creo, pero si ese hecho se produjese, podrás preguntarle tú misma por ese acontecimiento y él te confirmará los detalles del suceso. En cualquier caso, fue una lección muy dura, de la cual yo espero que él haya extraído un aprendizaje.

—Está bien. No voy a insistir más con esta cuestión, que ya bastante tengo con lo mío.

—Exacto. Ahora mismo tu mente está ocupada con cuestiones mucho más importantes. Se confirmó tu falta y no hay que ser muy lista como para afirmar que esa criatura que llevas en tu seno es de mi hermano. Eso quiere decir que tendrás que armarte de valor y contarle a Rubén la noticia.

—Dios mío, Alicia —expresó emocionada la joven—. Ni siquiera sé cómo él va a responder cuando se lo diga. Es curioso, yo que tengo tantas respuestas y para este tema, no recibo ninguna orientación. Dios quiera que,  a pesar de mi embarazo, se lo tome a bien y continúe conmigo, sin sospechar de ninguna intervención ajena. No tengo dudas sobre su bondad. Cada vez que le veo, el corazón me late más deprisa.

—Pues cuenta conmigo para lo que sea, «hermanita». Tienes mi palabra de que voy a apoyarte en cualquier aspecto que necesites. No te voy a dejar sola. Tu vida no puede amargarse para siempre por la actuación monstruosa de ese degenerado. Estos días, he estado pensando y creo que podría ayudarte de una forma muy específica.

—Te escucho, Alicia.

—Una vez que mi padre se cure de su espalda y recupere la normalidad, yo hablaré con él. No debes preocuparte. Siempre he tenido la más absoluta confianza con él y sabré darle la noticia de tu estado. Y, por supuesto, le revelaré que la criatura que esperas es de Rubén, un fruto de vuestra pasión. No quiero ni imaginar cuál sería su reacción si se enterase de la verdad.

—Pues no sabes cómo te lo agradecería. Me he de enfrentar a un doble desafío: decírselo a mis padres y a mi novio. Si tú me ayudas con mi padrino, te estaré eternamente agradecida.

—Y así será. Yo prepararé el terreno para tu boda. Los acontecimientos se han precipitado, pero no serán ellos quienes nos gobiernen, sino nosotras a los acontecimientos.

—Qué fuerza aprecio en tus palabras —dijo Rosario entre lágrimas—. Anda, dame un abrazo de esos que se recuerdan durante años. Tenemos que sobrevivir juntas a todos estos avatares.

—Pues claro que sí. La voluntad puede con todo y puede triunfar sobre las peores adversidades. Hemos de apoyarnos mutuamente y así, venceremos a las dificultades.

*******

Al mes siguiente, una boda se celebraba en la capilla de «Los olivares». Don Alfonso hubiese preferido disponer de más tiempo para organizar el evento de su ahijada de una manera más tranquila, pero las circunstancias y las prisas consabidas ejercieron mucha presión a la hora de arreglar aquel acto en el menor período posible. Cómo le hubiese gustado llevar de su brazo a su querida Rosarito, pero el noble, además de hombre afectuoso le cedió gustoso ese gran honor a la persona que por naturaleza le correspondía: su propio padre.

Por fortuna, las dotes organizativas de Alicia y sus múltiples contactos lograron casi lo imposible. Fue así como el feliz acontecimiento se realizó en las mejores condiciones para los novios y sus familias. Lo más esencial era el amor desarrollado entre los contrayentes y sobre ese hecho, no existía la más mínima duda. El marqués, al observar el beso nupcial entre su «niña» y aquel jovencito que había entrado en su finca por su trabajo como veterinario lloró embargado por el gozo. De alguna manera, sabía que había cumplido con su propósito de haberla educado y cuidado y, ahora ya casada, ella quedaba en las mejores manos. Sin embargo, notaba en su interior como una pérdida irreparable, como si con el marimonio de su ahijada le hubiesen arracado un trozo de su alma.

Don Alfonso no se quedó corto a la hora de ser generoso con su «niña» preferida, con esa cría que nació casi de «milagro» y a la que prometió ayudarla en su camino de crecimiento y evolución. Aparte de una suma importante de dinero, les regaló a los novios un viaje de dos semanas de duración con todos los gastos pagados a la maravillosa capital del país vecino: Lisboa. Durante unas fechas y a pesar de los terribles incidentes sufridos, Rosarito se sentía felicísima en la grata compañía de aquel joven que la impactó en cuanto lo vio por primera vez y del que se enamoró.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (121) La boda»

  1. Belíssimo capítulo, estou encantada. Rosário e o Marquês sempre fizeram e pensaram no bem sem esperar nada em troca, “aprenderam o sentido da vida.”
    Para o Marquês ver alguém que foi criado com amor e cuidado encontrar a felicidade no casamento trouxe uma sensação de dever cumprido e alegria profunda.

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