LOS OLIVARES (56) El personaje siniestro

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Tal y como pensaban Rosario y Alicia unos meses atrás, los problemas del abogado aristócrata no habían hecho más que empezar. Se iniciaba un período en el que la acumulación de desgracias tal vez empujase a Carlos a analizar su actitud ante la vida.

Y hay circunstancias extremas que llegan de fuera, pero que no son sino el simple reflejo de lo que una persona porta en su interior, como si por enésima vez se cumpliera aquel dicho que nos habla de que recogemos aquello que previamente hemos sembrado. En ocasiones, esas consecuencias nos obligan a cambiar. Sin embargo, si el orgullo pervive en el alma, se producen casos en los que el individuo incluso se vuelve más extremista en sus planteamientos.

Pasadas unas fechas, un sujeto con pinta siniestra se personó en el bufete que Carlos tenía en el centro urbano de Badajoz. Como si la mismísima sombra que afectaba al hijo del marqués lo hubiese buscado, aquel hombre de unos cuarenta años de edad se presentó a las puertas del despacho. Tanto insistió ante la secretaria que, finalmente y sin tener una cita concertada, la mujer se saltó el protocolo de espera para que aquel señor pudiese hablar con el letrado.

—Don Carlos, le pido que me disculpe. Ya le he dicho a ese caballero que está en la sala de espera que el horario para recibir a los clientes había acabado. Además, y por eso no le he dejado entrar, no había solicitado su atención llamando por teléfono. De todas formas y como ha sido muy reiterativo, igual se trata de algo importante. Por favor, ¿qué hago? Lo dejo a su criterio, señor.

Ante la petición de la secretaria, Carlos se levantó del sillón y se asomó para observar el aspecto del sujeto que se hallaba sentado en la sala de espera. Tras abrir ligeramente la puerta y fijarse en el rostro del extraño sujeto…

—Venga mujer, no te agobies con este tema. Vuelve a tu sitio y déjame a mí; ya verás cómo echo a patadas de aquí a ese imbécil. La gente que no respeta los horarios me saca de quicio. O mejor, vete a tu casa ya, que hoy has sobrepasado tu tiempo de trabajo por culpa de ese idiota. En cuanto te vayas, le dices que pase, que ya le explicaré yo lo que son los modales.

—Sí señor, lo que usted mande. Ya me voy. Mañana nos vemos, don Carlos.

—Venga, mañana nos vemos a la hora de siempre. Gracias.

Minutos después, la figura del abogado aparecía por la sala de espera con cara de enfado.

—Mire usted; no le conozco de nada ni sé a qué vienen esas prisas. Ignoro sus motivos y estaba haciendo unas llamadas a los clientes, pero, claro, me ha interrumpido y eso me ha fastidiado. Además, tengo entendido que ha estado agobiando a mi secretaria toda la tarde y que se ha colado por aquí sin haber reservado hora con anterioridad. Solo espero que tenga una buena excusa para haber causado este revuelo o vamos a acabar muy mal. Soy una persona muy ocupada y no estoy en mi despacho para perder el tiempo con estupideces. Como lo que tenga que oír no resulte de mi interés, vaya preparándose.

—Ah, por eso no se preocupe —expresó el extraño con calma—. Ya sé que me he puesto muy pesado con la mujer y que no había reservado consulta. ¿Acaso piensa que no sé la hora a la que cierra su bufete? He venido ahora porque sabía que era el mejor momento para charlar entre nosotros y si no se lo cree, se lo demostraré. ¿Dónde podríamos hablar?

Ante la osadía mostrada por el visitante, Carlos sintió repentinamente un pellizco en su estómago, como si algo se hubiese removido en su interior. Sin duda, aquella sensación había surgido por la presencia de la entidad oscura que siempre le acompañaba y que, de alguna manera, le estaba impulsando a conversar con aquel hombre. Una rara curiosidad se apoderó del pensamiento de Carlos, por lo que moderó su tono de rabia y tras unos segundos en los que se intercambiaron miradas, invitó al desconocido a penetrar en su despacho.

—Bien, acomódese. Veamos, ¿me pude indicar su nombre? No querrá que hable con una personalidad anónima. No sería justo que yo no supiese nada de usted y más, después de haber invadido la intimidad de mi actividad profesional.

—Claro, le entiendo, pero mi nombre es lo de menos, caballero. Lo importante es lo que hay aquí —indicó aquel sujeto mientras que le mostraba una especie de sobre que portaba en su mano derecha.

—No me gustan estas situaciones donde se insinúan cosas en un tono sospechoso. Mire, no sé por qué, pero usted me está vendiendo algo de interés que quizá, para mí, no resulte tan importante. Tengo la sensación de que su «asunto» me va a decepcionar.

—En absoluto. No vaya tan deprisa que aquí hay mucha tela que cortar. En cualquier caso, vayamos a lo esencial.

El extrañó depositó con un premeditado cuidado aquel sobre de tamaño mediano en la mesa, justo delante de la vista de Carlos.

—Venga, hombre, ¿qué es esto y qué hay dentro? ¿Un acuerdo entre potencias internacionales para firmar la paz, para poner fin a la guerra? ¿Quiere aparentar que es una especie de espía que vende información?

—Ja, ja, pues abra el sobre y colmará su curiosidad, que le estoy observando los ojos y se le han dilatado las pupilas.

Tras proceder el abogado a la apertura y descubrir el documento que contenía…

—¿Eh? Pero… ¿qué es esto? Tanto escándalo para una vulgar foto de unos amigos reunidos en un local… por favor, no me haga perder más el tiempo.

—Caballero, es que no se trata de una foto cualquiera. Sea más cuidadoso y verá más cosas. No se distraiga. Fíjese, por ejemplo, en el sello que figura abajo a la derecha. Mueva un poco la foto, porque no resulta visible a simple vista.

…continuará…

3 comentarios en «LOS OLIVARES (56) El personaje siniestro»

  1. Infelizmente Carlos tem atitudes erradas, com seu pai bem como com sua família e geralmente seus atos acabam sendo expostos. Parece que as atitudes erradas de Carlos começaram a ser descobertas.

  2. Infelizmente Carlos tem atitudes erradas, com seu pai bem como com sua família e geralmente seus atos acabam sendo expostos. Parece que as atitudes erradas de Carlos começaram a ser descobertas. Não sei se estou certa.

    1. Ele tem um perfil problemático, sem lhe importar fazer o mal. Mas tudo se paga nesta vida. Claramente, não está errada. Abraços, Cidinha.

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