—¿Qué está usted diciendo? No me cambie de discurso, por favor. Cada uno es como es. Y yo afirmo que esa Rosario es una bruja. Se lo revelaré por si aún no se ha enterado. Todo el personal de esta hacienda sabe que esa chiquilla ve y habla con los muertos, creo que desde que tiene uso de razón. ¿Ve? Estoy mejor informado de lo que parece. ¿Quiere que le diga algo? A los muertos hay que dejarles en paz, se merecen un respeto. Por eso dije antes que está loca, porque se recrea en sus habilidades demoníacas. ¡Ay, si existiese aún la Santa Inquisición! Ni aunque fuese la protegida de un marqués se libraría de una buena hoguera. Qué pena que esa institución tan española desapareciese.
—Maldita sea, estás completamente ido. No te consiento que…
—¿Qué es lo que no me consiente? ¿Acaso que diga la verdad? Se trata de algo que todos conocen. Esa malvada jovencita se delata a sí misma incluso con sus miradas. Para mí, no tiene perdón. Acójala usted, si quiere, si desea seguir haciendo el ridículo cuidando de alguien que tarde o temprano le sacará los ojos. Ha alimentado a un cuervo negro que, en cuanto usted se descuide, se revolverá contra su dueño.
El marqués permanecía atónito ante lo que estaba escuchando de la boca de su propio hijo. Abatido, se dejó caer en un sillón cercano. Después, se inclinó hacia delante mientras que se tapaba los ojos con sus manos, como si no pudiese dar crédito a la escena que acababa de vivir. Años y años de recuerdos pasaron por su memoria, intentando localizar los fallos que se habían producido en la educación de su hijo. Experimentaba una fuerte angustia y, sobre todo, una sensación de clara impotencia, pues no se le ocurría nada para mitigar esa mezquina actitud que su hijo mostraba en cuanto veía a Rosarito o se hablaba de ella.
—Y… ¿sabe una cosa? —continuó Carlos como queriendo sacar de sus adentros el sentimiento de rencor que portaba en su alma—. Yo sé de dónde viene todo esto.
—Ah, ¿sí? —respondió don Alfonso mientras que trataba de contener sus lágrimas—. ¿Tanta «sabiduría» fluye hoy de tu interior?
—Todo procede de esa tendencia que usted ha desarrollado en no sé qué época ni con qué gente, pero que está claro que le ha empujado a comportarse así.
—Tu animadversión hacia esa cría te conducirá a la perdición. Nadie puede llevar una existencia tranquila con ese resentimiento habitando en sus entrañas.
—Creo que ampliaré los datos que expuse antes —insistió el joven—. No lo niegue, padre, usted es masón. Lleva años de reuniones con ese grupo de personas que adora a no sé qué Dios, dicen que un Gran Arquitecto, a no sé qué virtudes, que aspiran a rescatar el mundo de no sé qué males. Sé también que se regodean de ser los salvadores de las naciones y de los hombres. Y para colmo, se han escondido casi siempre. ¿Por qué? Porque los asuntos que tratan no puede ser agua limpia.
—Vaya por Dios, si el día podía empeorar más, ya lo ha hecho.
—Esto es increíble, pero… un hombre de su posición… ¿en qué extraños conciliábulos anda usted metido? ¡Qué pena! Mi propio padre vinculado a un grupo que busca alterar la realidad bajo la inspiración de no sé qué ideales ocultos. Tenga cuidado; ahora con la República, se ha levantado la veda a esas asociaciones conspiradoras, pero hay que considerar que, en esto de la política, todo cambia con rapidez y puede que algún día, lo que antes se permitía luego se prohíba. Hum… incluso usted, perteneciendo a la nobleza, podría tener serios problemas. Sería un gran disgusto, sin duda. No pretendo ser pájaro de mal agüero, pero no sería la primera vez que los vientos de la historia cambian. En fin, ya sabemos de las consecuencias.
—Mira, hijo, has elegido un mal día para soltarme tus alegatos. Te crees en la posesión de la verdad, no admites otro punto de vista que no sea el tuyo y para culminar esta tarde de miseria, te atreves a soltarle una torta a mi ahijada, con la que me he cruzado en el porche como si estuviera huyendo del diablo.
—Claro, ahora usted se cebará conmigo, pero sabe perfectamente que tengo razón acerca de lo que he manifestado.
—Ya, por supuesto. ¿Sabes una cosa, Carlos?
—¿Qué? ¿Me va a abroncar, a mi edad, con veintiséis años en mil espaldas?
—Por ese motivo, justamente. Porque eres mayor de edad y veo que la sinrazón y el egoísmo te conducen al abismo. Me he cansado de tu plática, que es peor que la de esos políticos que solo saben mentir a los ciudadanos. Te ruego que te marches de esta casa. Aquí no caben las mentes perturbadas como la tuya. Vuelve cuando las palabras que salgan de tu corazón hayan cambiado. Me apena decirte esto, pero ya estoy harto de tus soflamas. Ya paso de los cincuenta y hay aspectos a los que no estoy obligado a prestar atención. Regresa a la capital antes de que anochezca. Lo siento mucho, pero que te aguanten tu mujer y tus dos hijos. ¡Quién sabe! Lo mismo has venido porque ellos tampoco te aguantan. Si tu conducta es similar a la que mantienes aquí, les compadezco. Por mi parte, no tengo más que decir. Me he expresado con total claridad, Carlos. Quiero verte fuera de «Los olivares» o…
—¿O qué? —levantó la voz el hijo del marqués mientras que le propinaba una fuerte patada a la mesa como si fuese un niño que sufre un berrinche.
—Es sencillo. Si no te largas pronto, le diré a los del servicio que te echen. Si hace falta, por la fuerza. Espero que no quieras pasar por esa vergüenza ante los empleados.
—¿Cómo? No querrá actuar así contra el futuro marqués de Salazar y Agudo.
—Anda, anda, por si acaso, no me provoques más. Me temo que tu proceder no se ajusta a lo que se espera de un noble de la aristocracia española.
…continuará…
Muito triste ter um filho como Carlos. Pessoa malvada, possui caráter ruim, se sente superior, principalmente em relação a Rosario e sua família.
Alegro-me muito que você possa ler a novela em língua espanhola. Sim, Cidinha, como pessoa e como filho, o Carlos vai causar um monte de problemas. Beijos y Feliz Ano 2023. Grato pela sua presença.