Presa del pánico, quiso permanecer consciente, pero para su desgracia, su musculatura no respondía a ninguno de sus deseos. Pudo observar a aquel negro ser conversando con Carlos, aunque no pudo distinguir bien lo que le indicaba. Intentó gritar, pero no pudo; sus cuerdas vocales estaban bloqueadas. Intentó incorporarse para huir, pero no fue capaz; su cuerpo había perdido todos sus impulsos. A pesar de la desorientación, pudo atar cabos en segundos y lo que fue descubriendo le heló la sangre.
A su mente llegó presurosa la escena que había contemplado en presencia de Alicia. Carlos recibía un paquete y ahora, Rosario sí que pudo visualizar su contenido. Se trataba de un minúsculo frasco de cristal que contenía un líquido incoloro. Al instante, otra imagen llegó a su pensamiento: la del hijo del marqués vertiendo unas cuantas gotas de su contenido en la copa de vino de ella. Ahora entendía los efectos de aquel alarmante acto, cómo resultaba casi imposible que su padrino hubiese dejado un vino agriado en la sala y, sobre todo, cómo sentía su cuerpo paralizado ante los temibles efectos de aquel brebaje o lo que fuese.
Por fin, uniendo los siniestros hilos de aquella argumentación, se explicaba cómo podía permanecer allí tumbada en el lecho, a merced de aquellas dos criaturas despreciables. Tendida en la cama, sin energías, pudo escuchar como a lo lejos la voz amenazante de Carlos que, henchido de satisfacción, dirigía su vista hacia el cuerpo de Rosario.
—Bien, querida, no sé si me oyes, aunque eso me da igual. Hemos alcanzado el punto culminante de lo que he soñado hacer contigo durante tanto tiempo. Si supieras la de veces que ensayé el discurso de hoy para convencerte y que por propia voluntad pensases que nos habíamos reconciliado. Esta tarde no me siento un hombre de leyes, sino el mejor actor del mundo. Hasta yo mismo me he sorprendido ante la potencia de mi acción dramática. Jovencita, lo que viene ahora sé que es lo que más te va a doler, pero resulta inevitable. Después de tantas y tantas primaveras merecerá la pena. Todo este tiempo de engaños y manipulaciones por tu parte, tendrá hoy su justa compensación. No puedes escapar a tu destino.
Tras decir todo eso en voz alta, Carlos sonrió con cinismo y levantó la falda del vestido blanco que llevaba puesto la muchacha. También la despojó de su ropa interior y finalmente, con la expresión de un obseso en su rostro, se dispuso a consumar la más salvaje agresión que se puede realizar contra una mujer.
—No creo que te acuerdes con detalle de lo ocurrido una vez que despiertes. El que lo quiere recordar soy yo, para retener en mi memoria este dulce momento de venganza, esa oportunidad que llevaba esperando dentro de mí desde que te hiciste mujer. En unos minutos cerrarás tus ojos y quizá tengas la suerte de olvidarlo todo. Nada habrá pasado entre nosotros. Nadie habrá oído nada. Nadie habrá visto nada. Y sé a la perfección, Rosario, que no le mencionarás nada a mi padre, porque le matarías del disgusto y te avergonzarías ante él. Y denunciar… ni lo intentes. A ti nadie te va a creer, una vulgar jovencita de bajo estrato social que desea sacar partido de una supuesta relación sexual con un aristócrata. Sí, es mejor que esto quede entre nosotros y que no le comentes nada ni a tus padres ni a tu novio. Pobre de ese tal Rubén. En cuanto mi padre desaparezca de esta tierra acabaré con él de inmediato: te lo aseguro. Ya sabes que no soy hombre de faltar a mis promesas. Piénsalo bien, chiquilla: si confiesas, el repudio te hará más daño que la verdad. Admítelo, no tienes alternativa. Hagas lo que hagas, excepto callar, te llevarás siempre la peor parte. Lo siento, pero creo que hoy vas a perder algo más que la virginidad…
La joven no podía ni siquiera girar su cuello, ni moverse, ni hacer uso de su voluntad. Pasados unos segundos de aquella terrible escena, sus ojos marcados por las lágrimas se cerraron y perdió la conciencia.
Cuando Rosario se despertó, la tarde había avanzado tanto que restaba muy poco para el anochecer. A duras penas, consiguió erguirse y apreció un horrible dolor en sus partes más íntimas. Con dificultades, se dirigió al baño más cercano y logró asearse para desprenderse, entre otras cosas, de los restos de sangre que había entre sus piernas. Rota por el dolor, aún más por la memoria de los hechos más recientes, cayó en la cuenta de que había experimentado la emoción más brutal y amarga de su vida. Siendo incapaz de pensar con el más mínimo equilibrio después de la afrenta recibida, solo tuvo una ocurrencia: llamar a su querida Alicia para que la recogiese en coche y marcharse de aquel maldito escenario.
Rosario solo deseaba con toda su alma desaparecer de allí, ausentarse de un espacio que en esos momentos le resultaba repugnante. Aquella noche, marcada a partes iguales por el abuso y la humillación a la que había sido sometida, quería pasarla con todas sus fuerzas en «La yeguada», en compañía de su «hermana» del alma, tal y como las dos mujeres gustaban de llamarse entre ellas. Pese a los efectos perturbadores para la mente de aquella droga que le había suministrado en el vino el desalmado de Carlos, la joven recordaba cada detalle de lo sucedido, lo que implicaba una tortura adicional en las cavidades de su espíritu.
Pasado un rato, se escuchó el ruido del coche de Alicia que, a toda prisa, se había dirigido hacia «Los olivares».
—Venga, ya te ayudo. Sube, Rosarito. Dios mío, qué mala cara tienes. Me ha entrado tal escalofrío al verte que solo quiero saber lo que te ha pasado. Uf, no sé por qué, pero me parece que no son buenas noticias. Hasta yo misma tengo mal cuerpo.
—Alicia, no puedo ni hablar ahora. En cuanto lleguemos a tu casa y me siente, prometo contarte todo lo que sé. Solo te diré una cosa muy importante: lo he pensado mucho, le he dado vueltas a mi cabeza y tú vas a ser la única persona en el mundo que conozca mi relato, mi secreto de dolor y desolación. Por favor, vayamos a «La yeguada» cuanto antes.
Minutos después las dos mujeres alcanzaron la casa de Alicia.
—Mi niña, si estás temblando… Voy a coger de dentro una pañoleta para que te cubras, no vaya a ser que cojas frío. Parece que ha refrescado algo al caer la noche. ¿No estaremos mejor dentro?
—No, por favor, Alicia. Si me metiese ahora entre paredes me ahogaría. Será mejor que nos quedemos aquí, en el porche, que me dé el aire. Necesito olvidar, olvidar, olvidar…
…continuará…
Carlos é uma pessoa má, é desprezível, nojento e asqueroso. Só há maldade em suas atitudes, já que é guiado por espirito trevoso.
O estupro é um crime grave, causa damos físicos, emocionais e psicológicos, e deve ser denunciado.
Como é a dor que Rosarito está sentindo? Só ela a conhece. Mas penso que está com medo, vergonha e está confusa. Mas é uma pessoa de bem e penso que esse ocorrido passará.
Não podemos saber exatamente como ela se sente, mas é uma pessoa de grande dignidade e sua reação será em concordância a seu caráter. Beijos, Cidinha.