Si bien al principio, aquello constituyó un apretón de manos muy cordial, la emoción de ambos provocó que, finalmente juntasen sus figuras y se diesen un cálido abrazo.
—Bueno —prosiguió Carlos—; tengo claro que este acontecimiento hay que celebrarlo. Como entenderás, tampoco se trata de organizar una cena o un baile, pero no me negarás que un pequeño brindis tendría todo el sentido del mundo. Sería la ocasión perfecta para nuestra reconciliación. ¿Qué me dices, Rosario? ¿Aceptas?
—Desde luego, señor —afirmó la joven muy ilusionada con aquel gesto amistoso—. Tiene toda la razón.
—Vale. Entonces propongo un brindis con un buen vino dulce de Jerez para festejar esta oportunidad de acuerdo y de reencuentro.
—Muy bien. Yo apoyo la iniciativa.
El hijo del marqués se dirigió al mueble-bar de donde extrajo dos copas y una botella. Al olerlo, se llevó una gran desilusión y puso un gesto de desagrado.
—Vaya, iba a verter la bebida, pero ya ves, huele como a rancio. Qué pena, a saber la de tiempo que llevará aquí este vino abierto. Ha perdido por completo su esencia. No me gustaría celebrar un momento tan especial con un vino que está pasado. Si te parece, voy a bajar a la bodega a por uno que se halle en condiciones. No tardo mucho. Tampoco llevo tanto tiempo fuera y sé dónde están los mejores, je, je… Señorita, con su permiso —indicó Carlos mientras que hacía el ademán de una breve reverencia.
Rosario sonrió, mostrando su acuerdo con la decisión del hombre y volvió a sentarse mientras que aguardaba contenta su retorno.
Minutos después, él volvió con las copas llenas hasta la mitad, en lo que parecía una decisión adecuada a tan positivas circunstancias.
—No lo he pensado mucho. Lo he tomado directamente desde la bota y tiene una pinta excelente. No podíamos arriesgarnos a perder el encanto de este histórico momento con una bebida estropeada. En fin, lo dicho, brindemos.
En segundos, se escuchó en la sala el típico sonido a cristal de dos copas que se juntan. El buen ambiente reinaba en aquel lugar que años antes había sido testigo de una escena bien diferente entre los dos protagonistas. Por fortuna, las peleas y los desacuerdos del ayer se habían transformado en una atmósfera de serenidad y de consenso.
—Pues creo que hemos acertado con el sabor. ¿No te parece, Rosario?
—Desde luego que sí. La elección ha sido perfecta.
Ambos continuaron departiendo amistosamente durante un rato. Mientras que Carlos le hablaba a la chica acerca de las actividades en su despacho de abogado, ella le comentaba cómo era su novio y en qué circunstancias le había conocido. La conversación y el espacio no podían estar más distendidos. Un cuarto de hora más tarde, la mujer se llevó su mano a la frente, como si notase un extraño calor en su piel.
—¿Te pasa algo, Rosario? No parece que te encuentres muy bien. Vaya, con lo bien que estábamos, cuánto lo lamento…
—No sé lo que me sucede, la verdad. Noto como si los brazos y las piernas no me respondiesen. También se me ha metido la jaqueca en la cabeza. Yo que sé, es como si la bebida no me hubiese sentado bien.
—Pues es raro. Yo me encuentro perfectamente. De todas formas, si te encuentras indispuesta, te puedes tumbar un poco a ver si se te pasa.
—Sí, lo siento. Creo que me voy a retirar a mi habitación. ¡Con la buena charla que manteníamos…! Discúlpeme.
—Tienes razón, creo que será lo mejor.
Cuando la joven intentó levantarse del sillón, casi no se tenía en pie. Daba la sensación de estar como mareada y torpe en sus movimientos. Con rapidez, Carlos se ofreció de inmediato a ayudarla; con un gesto instintivo se levantó con rapidez mientras dejaba su copa sobre la mesa.
—Venga, tranquila, te acompañaré hasta la habitación. Te tumbas y ya verás cómo en un rato te recuperas.
—Querría ir sola y encima he de molestarle. ¡Cuánto lo siento, pero es que no me tengo en pie!
—Puede que sea la falta de costumbre o que el vino con el estómago vacío te haya sentado mal.
Al momento, el hombre cogió a la mujer con suavidad y la ayudó a caminar unos pocos metros, justo hasta ese cuarto donde la joven dormía a veces o se ponía a leer, un lugar que había sido adecentado convenientemente por el marqués para su ahijada desde que esta era una cría y ya correteaba por los pasillos de la gran mansión de «Los olivares». A partir de la adolescencia, más de una noche se había quedado a descansar allí, pues habiendo tomado un libro de la biblioteca de su padrino, le había entrado sueño y prefería dormir allí que caminar hasta la casa de sus padres evitando el frío o la lluvia.
Al llegar Rosario, que se encontraba medio aturdida, no tuvo fuerzas ni siquiera para echarse, por lo que Carlos tuvo que ayudarla. De repente, la chica realizó un gesto involuntario con su cabeza y cuál no sería su sorpresa cuando observó perfectamente cómo la silueta oscura de un espectro penetraba en la habitación a través del umbral hasta situarse junto a la espalda de Carlos. Por momentos, recuperó por completo la conciencia y su primera reacción fue la de defenderse frente a un evidente peligro. Sin embargo, cuando su cerebro dio las órdenes oportunas, ni sus brazos ni sus piernas le obedecieron. Se hallaba paralizada y presa del terror ante la visión de aquella criatura que, por sorpresa, había aparecido en el escenario.
…continuará…
É, Carlos continua sendo guiado por um espirito das trevas. Ainda bem que a mediunidade de Rosarito lhe mostra o perigo iminente. Que ela consiga sair das garras de Carlos.
Apenas desejo que ela saiba responder com equilíbrio a esse comportamento do Carlos. Beijos, Cidinha.