LOS OLIVARES (93) Estoy enamorada

2

Aquella mañana, a eso de las nueve y con el sol brillando entre las colinas de «Los olivares» …

—Buenos días, padrino. ¿Cómo estás? Te voy a dar un abrazo porque esta semana casi ni nos hemos visto.

—¡Claro, hija! Por supuesto. Hoy estoy contento. ¿No lo sabías? Ayer adquirí un cuadro nuevo que… aunque hoy pueda parecer caro, dentro de unos años habrá aumentado su valor. Rosarito, piénsalo: cualquier inversión en arte debe ser contemplada con los ojos del futuro. Los impacientes no sirven para este tipo de negocios. Quieren rentabilidad a corto plazo y no puede ser si te gusta que el fruto madure cuando le corresponde. Ahora bien, te confieso que esto de ir y venir de Madrid, cada vez lo llevo peor.

—Pero Alfonso, si tu chófer te lleva y te trae…

—Pues incluso así, ahijada. Se ve que me voy haciendo viejo a una velocidad de vértigo.

—Ahora que has estado fuera, ¿has conseguido enterarte de alguna novedad sobre lo que tú y yo sabemos?

—No. Si te digo la verdad, con el paso de las fechas, me noto más nervioso. Creo que el veredicto se halla cercano. No se va a demorar mucho. No he logrado obtener ninguna filtración sobre el sentido de la sentencia. Estos me van a tener agobiado hasta el último instante y te digo yo, Rosarito, que esta incertidumbre que me acompaña todas las horas es ya una condena anticipada. Resulta difícil vivir con normalidad en estas circunstancias. Por razones que desconozco, tratan este tema con el mayor sigilo. Preciso de una mayor dosis de paciencia para no derrumbarme antes de tiempo.

—No sé si te servirá de ayuda o no, pero ya conoces mi opinión. Recuerda lo que te dije no hace mucho: el trance será duro, pero no será el golpe que acabe con tu vida. Hay circunstancias dificultosas en el camino y, aun así, no van a conseguir apartarte de tu misión.

—No sé ni por qué guardo dudas de tu afirmación. ¿Estaré perdiendo la fe, Dios mío? Tienes razón, mi niña. Debería mostrarme más confiado y relajarme, una vez que me diste tu impresión. Es una lucha de fuerzas entre el pesimismo y el optimismo que me está matando.

—Entonces, ¿desayunamos juntos?

—Será un gran alivio desayunar contigo, ahijada. Tu sola presencia ya hace que me olvide de mis problemas y de mis obsesiones.

—Qué alegría me das —expresó la joven llevando su mano al pecho—. Anda, sentémonos. Mira por dónde, te voy a distraer un buen rato. Quería comentarte una cosa que para mí es de interés y así pedir tu opinión. Después… igual te pido algo.

—Lo que sea, concedido, Rosarito.

—Por favor, no seas tan lanzado, Alfonso. Ni siquiera sabes de qué te voy a hablar.

—Eso es lo de menos. Si tú me pides algo, debe ser bueno y conveniente.

—Gracias por tu apoyo. ¿Qué habría sido de mí si no hubiese sido por todos los esfuerzos que invertiste en darme una educación y hacerme una persona responsable?

—Bien. Yo voy a pedir un café. Nada tan delicioso como tomar esa bebida y en tu propio refugio que es esta finca. Es como volver a los orígenes y a los mejores tiempos. Mira, cuanto mayor me hago, más trabajo me cuesta salir de la seguridad que me aportan estos muros y estas vistas. Bueno… ¿qué era eso que me ibas a contar, querida?

—Ni yo misma sé cómo decírtelo. En fin, te lo expongo y así podrás darme tu consejo. Tu querida ahijada, que soy yo, ha ido creciendo y poco a poco se ha ido haciendo una mujer; hasta tal punto que esa persona ha empezado a sentir cosas que nunca hubiese imaginado que iba a experimentar. En este maravilloso paraíso que constituye esta finca, rodeada de olivares, encinas y caballos, he sido muy feliz. Incluso hasta el extremo de pensar que nunca saldría de aquí porque… ¿dónde iba a estar yo mejor que en esta casa?

—Vaya, me parece una reflexión muy seria viniendo de ti y estoy empezando a preocuparme por la gravedad de esas palabras —dijo el marqués mientras que su rostro se ponía de lo más pálido—. Mi niña, he estado fuera tan solo una semana y al escucharte, tengo la sensación de que el tiempo ha corrido tanto que parece que estás a punto de marcharte. ¡Uy, hasta el estómago se me ha revuelto! —afirmó el aristócrata mientras que situaba su mano derecha sobre el abdomen—. Anda, por favor, dime algo que me haga recuperar el aliento.

—Pues respira profundamente y anímate, padrino, que no creo que sea para tanto. Ahora mismo lo vas a entender. He vivido tan adormecida, tan ensoñada con mis fantasías de niña mayor, tan absorbida con los argumentos de las novelas que leía, que no sospechaba que existiera otra realidad fuera de esta mansión.

—Pero… mi niña… ¿qué es lo que ha sucedido o qué es lo que has hecho que yo no me he enterado? —preguntó Alfonso con inquietud mientras que apretaba la mano derecha de Rosario.

—Verás, no sé cómo explicarlo, padrino, pero luego de darle muchas vueltas en mi cabeza… creo que me he enamorado.

—Pero… ¿qué dices, jovencita? Y yo sin enterarme de nada… Y… ¿puede saberse de quién?

—Pues… desde que apareció por aquí el nuevo veterinario, Rubén, no duermo bien por las noches y mi mente solo tiene un pensamiento: su cara, sus gestos, su caminar… Esa Rosarito a la que tú ayudaste a venir al mundo, la que educaste con primor y la que cuidaste como si fuese tu segunda hija… esa Rosarito ha cambiado…

—No, hija, no digas eso. Esa niña a la que tanto adoro no ha cambiado, simplemente ha descubierto la fuerza del amor en su interior. ¿Me equivoco?

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (93) Estoy enamorada»

  1. Rosarito é calmaria, sempre com boas e suaves palavras de conforto ao Marquês.
    Soube se colocar em relação ao amor, e o Marquês definiu divinamente o que é o amor para a menina que se tornou mulher.

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