Aquella mañana de miércoles, el teléfono del despacho de Carlos de Salazar en Badajoz sonó…
—Despacho del abogado Salazar, ¿diga?
—Buenos días, Lola. Soy Alicia. Me gustaría hablar con mi hermano. ¿Es posible?
—Ah, buenos días, señorita Alicia. Encantada de saludarle. Pues ahora mismo está ocupado con la visita de un cliente. Si le parece, anoto su llamada y en cuanto él termine, le digo que se ponga en contacto con usted.
—Muy bien, pero por favor, no te olvides, que es importante.
—Sí, claro. Descuide, que ya lo he apuntado.
Dos horas después de aquel evento y acercándose la hora del almuerzo, la hija del marqués insistió.
—Hola de nuevo, Lola. Perdona que sea un poco pesada, pero ¿le has transmitido a mi hermano mi mensaje?
—Sí, por supuesto. En cuanto se marchó el cliente se lo dije. Ya no sé qué ha podido pasar o por qué motivo no le ha llamado.
—¿De veras?
—Me siento incómoda por la situación, pero desconozco la razón por la que no le ha llamado. Supongo que el señor debe estar ocupadísimo. Si usted quiere, yo se lo vuelvo a decir.
—Pues sí, si no es mucha molestia. Es un tema personal que le afecta.
—Bien, me hago cargo. Volveré a insistir con su hermano en la importancia de que contacte con usted. Pero… si no funciona así, yo ya no puedo hacer más. Espero que me comprenda.
—Con que lo intente de nuevo, ya me conformo. Y por supuesto, entiendo que, si mi hermano no me llama, usted no tiene nada que ver. Faltaría más.
—Muchas gracias, doña Alicia.
Un rato después, el teléfono de Alicia en «La yeguada» sonó.
—Buenas tardes. ¿Eres tú, Carlos?
—Pues claro que soy yo. ¿Quién iba a ser después de lo pesada que te has puesto? En fin, espero que el motivo de tu llamada sea serio. Te recuerdo que la última vez que te acercaste a Badajoz a verme la cosa no terminó muy bien.
—Ya. Me acuerdo a la perfección de aquella jornada. De todas formas, lo que quiero decirte no es para comentarlo por teléfono. Pienso que sería mejor en la intimidad, cara a cara.
—Ah ¿sí? Y ¿por qué ese interés repentino en hablar conmigo de manera personal? ¿Se puede saber? —expresó el letrado con un tono de ironía en su acento.
—Mira, quiero que te vengas a mi casa el sábado. Así no te cogerá trabajando. Te invito a comer y por supuesto, a hablar de nuestros asuntos.
—¿Nuestros asuntos? ¿Qué te traes entre manos, hermana? Espero que no me suponga un disgusto. Como comprenderás, tú y yo no somos uña y carne.
—Mira, Carlos, durante los últimos tiempos no hemos tenido ocasión de interactuar, ni por teléfono ni cara a cara. No sé si estás al corriente de las últimas novedades, pero nuestro padre se acerca al ocaso. Con el corazón en la mano, seguimos siendo hermanos y en esas circunstancias, es mejor propiciar un acercamiento entre nosotros. Te lo diré claro: lo he pensado mucho y creo que nos hallamos en el mejor momento para aproximar nuestras posturas y llegar a acuerdos. Sin la presencia de papá, tú y yo nos quedaremos solos y será el momento de que sus dos únicos herederos formen una alianza ventajosa para ambas partes. Es imposible que te niegues a un pacto conmigo. Sería poco inteligente por tu parte y por la mía, claro.
—En principio me parece bien tu discurso, pero… ¿no resulta sospechoso ese cambio súbito de postura? ¿Ha ocurrido algo importante de lo que yo no haya sido informado?
—Pues lo sabes perfectamente. Aunque vivas en la capital, a ti no se te escapa nada y sospecho que tienes buenos informadores en «Los olivares». Después de todo, no dejas de ser el primogénito del señor marqués y quien va a ostentar su influyente título tras su muerte. Eso propicia que haya personas cercanas que deseen ganarse tus favores incluso antes de tiempo.
—¿Cómo dices? —preguntó alarmado Carlos ante la posibilidad de que saliera a la luz la tropelía cometida contra Rosario—. No te estoy entendiendo, Alicia. Me gustaría que fueses más explícita o pensaré que lo único que pretendes es envolverme en uno de tus sucios manejos. Además, no estoy para perder el tiempo con una charla insustancial. Seré claro: si no me dices de lo que vamos a hablar, prescindiré de viajar hasta tu casa. Es que no me apetece mucho ver tu cara de amargada, henchida de soledad y resquemor. Supongo que aún no te habrás olvidado de nuestro último encuentro. Acabó de una forma poco amable, salvo que ahora padezcas episodios de amnesia. En ti y al ser una criatura tan rara, nada es descartable.
Mordiéndose la lengua para no caer en las persistentes provocaciones de su hermano, Alicia continuó con su discurso bien meditado.
—Te aseguro que he reflexionado mucho sobre nuestra relación y nuestro vínculo familiar, sobre todo por cómo quedaría nuestra situación una vez que papá desapareciese. El señor marqués está muy quemado y prácticamente no sale de casa. Ha apartado su vida social a un lado y se aferra a su rutina como un náufrago a su madero. Se ve que el tema del juicio y todo lo que eso supuso, le ha pasado factura, no solo en lo físico sino también en su estado de ánimo. Le veo y no le reconozco. Ha experimentado un buen bajón en su salud. Esto quiere decir que debemos prepararnos para lo peor y eso implicará cambios. Es mejor prever antes de que esa coyuntura se produzca y creo que padre, poco a poco, se está despidiendo de la vida. No sé qué más quieres saber, porque trato de ser lo más franca posible.
…continuará…
Que situação difícil. Dois irmãos que não se entendem e um pai doente próximo da morte são situações delicadas.
Alícia é segura do que fala, Carlos é mal educado. Para mim, a solução é que os irmãos chegam a um acordo.
Vamos ver se eles têm um encontro para acabar com essas diferenças que mostram. Beijos, Cidinha.