LOS OLIVARES (53) El gran secreto

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—Veamos, Alicia. ¿De veras que hay motivos como para estar tan preocupada?

—Por desgracia, los hay. Rosarito, no sé si habrás leído los periódicos de las últimas semanas, incluso meses, porque aquí llegan con cierto retraso. No olvides que estamos en mitad del campo.

—Claro que los leo. Me interesa la actualidad y procuro ponerme al día de las noticias.

—Bien. No sé si lo recordarás, pero en marzo, hace casi medio año, el gobierno aprobó una ley para perseguir a la masonería y a los comunistas. Y a fe mía que lo van a hacer, recurriendo a todos los medios a su alcance. Ahora mismo disponen de un poder absoluto, lo que les permitirá buscar a esas personas hasta debajo de las piedras.

—Espera un momento, hermana. ¿Me estás diciendo que mi padrino fue en alguna época anterior comunista? Venga ya, no me lo creo.

—Pues claro que no fue comunista, aunque tampoco es simpatizante de la Falange. Rosarito, por Dios, te voy a confiar un gran secreto, porque de ello depende la vida de mi padre. Por muy joven que seas, solo te pido que te lleves a la tumba esta revelación.

—Te lo prometo. Sería incapaz de perjudicar a quien me ha dado de comer y a quien ha alimentado mi espíritu.

—De acuerdo. Mi padre, cuando era más joven, fue masón —dijo emocionada la hija del marqués—. Para ser más exacta, él se introdujo en ese movimiento a raíz de la muerte de mi madre, es decir, cuando yo vine al mundo. Tendría unas treinta y tantos años y debido a su soledad o por pura desesperación al haber perdido a la persona a la que más quería, acabó por afiliarse a la masonería. Tras esa tragedia tan personal como es quedarte viudo a esa edad, quizá le llegó el momento definitivo para hallarle un sentido a la vida y fue cuando empezó a moverse en esos ambientes. Y le gustó, hasta que…

Rosarito escuchaba a Alicia con todo el interés del mundo y ante esa confidencia, no pudo evitar llevarse las dos manos hasta su cara tapándose la boca…

—¡Dios mío! ¡No lo puedo creer! No me digas que Alfonso sigue inscrito en la masonería, en estos tiempos en los que solo cabe la opción de ser católico practicante, donde incluso los curas pasan lista en sus iglesias para comprobar la asistencia a misa.

—No, tranquila. No está loco. El marqués es una gran persona, muy idealista, pero tampoco vive desconectado de la realidad. Tendrá sus convicciones por dentro, pero procura ser práctico y prudente. Meses antes de iniciarse la guerra, cuando las cosas se estaban poniendo muy mal en España, cuando había atentados casi todos los días y la gente se mataba por discusiones ideológicas, él tomó la sabia decisión de retirarse de todo eso. Tal vez tuvo un golpe de intuición acerca de lo que vendría a corto plazo, pero lo dejó porque veía el gran problema que eso podría causarle. Con toda probabilidad y a la luz de lo ocurrido, resultó una de las mejores decisiones de su existencia.

—Pues sí que es cierto, Alicia. Menos mal. Fue una resolución inteligente.

—Ya, pero no todo es tan sencillo. Las leyes del Estado que se han promulgado no solo te persiguen por lo que eres sino también por lo que has sido. Parece una locura, pero lo cierto es que esa ley conculca cualquier principio legal. Es inadmisible.

—Caramba, parece que la Edad Media ha vuelto. En esa época se perseguía incluso a los hijos o a los nietos por los delitos de sus antepasados.

—En efecto, Rosarito. El nuevo orden quiere depurar responsabilidades a toda costa. No hablo del presente sino de tu pasado. Todo lo que tú hayas hecho, incluso hace años, se va a tener en cuenta. Piensa: será la mejor manera de filtrar a la gente, de localizar a algún elemento peligroso para los intereses del nuevo régimen. Esto también está estimulando una técnica muy peligrosa: el chivatazo. Así, se promueve la delación. Si acudes a la policía o a otras autoridades a dar testimonio, pones en peligro mortal a aquel a quien denuncias por cosas que sucedieron hace mucho tiempo.

—Todo lo que me estás contando es más que preocupante. Habrá gente que, solo por ánimo de venganza hacia un familiar o un vecino, denuncien a quien sea, aunque mientan.

—Desde luego. Te aseguro que mi padre ha procurado borrar cualquier signo que le pueda relacionar con la masonería, pero…

—Pero… ¿qué? —preguntó la joven con gesto de contrariedad.

—El marqués es un personaje conocido de la sociedad. Por su condición de aristócrata no puede evitarlo. Y mira que a él le gusta pasar desapercibido, pero no descartes que algún día pueda aparecer por ahí alguien que le tenga manía o que pretenda algún favor de los que mandan. Eso sería un buen motivo para que ese alguien se personase ante cualquier tribunal y le denunciase. ¿Te imaginas la coyuntura?

—Te entiendo. Los intereses egoístas de algunos podrían perjudicarle gravemente.

—Sí. Además, el gobierno está encantado de incitar a la gente a la delación. De este modo, se quitarán de en medio a más sospechosos de haber simpatizado con la República. Qué fácil, ¿verdad? ¡Y qué perverso a la vez! Las sospechas son difíciles de probar, pero… qué más da, lo importante es quitar de circulación a cualquiera que no pruebe su absoluta fidelidad a los nuevos gobernantes. Será una forma excelente de ir eliminando a los opositores, de imponer los valores imperantes acordes a las ideas de los vencedores.

—Por favor, solo dime una cosa, Alicia. ¿Tan malo es ser masón o haberlo sido? Me coges un poco desinformada de este asunto.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (53) El gran secreto»

  1. Situação aparentemente difícil, mas acredito que o Marquês não será denunciado por participar da Maçonaria, já se passou muito tempo. Ele é um homem de princípios gentis.
    Todos abemos que aquilo que damos aos outros volta para nós sob a forma de bem-estar. E isso vale para todas as relações que temos em sociedade.

    1. Temos que ter paciência devido à situação na Espanha dessa época (1940). Vamos saber dessa história muito cedo. Abraços, Cidinha.

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