LOS OLIVARES (88) ¿La celestina?

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—Con todos mis respetos, señorita, lo que usted ha comentado habla muy bien de su carácter y de cómo supo reaccionar ante circunstancias tan adversas. A veces, ocurren cosas que nos marcan y eso no lo podemos cambiar. Como resulta que no ejercemos ningún control sobre ellas lo mejor es aceptarlas, admitiendo que todo tiene una función y que, por tanto, siempre podemos sacar una enseñanza de lo sucedido.

—¡Eh! —exclamó sorprendida la hija de don Alfonso—. Pero qué buena respuesta me has dado. Ni un filósofo de los buenos habría utilizado palabras tan sabias. Aprecio que tienes facilidad para expresarte y eso es una noticia positiva. Me recuerdas a alguien…

—Doña Alicia, no nos conocemos prácticamente, aunque confieso, si me lo permite, que me encuentro muy cómodo en su compañía. ¿Acaso es usted una persona intuitiva?

—Algo de eso tengo, pero ahora que mencionas ese aspecto… ¿sabes de veras quién es la persona más intuitiva de todo este lugar? Piensa en toda la gente que vive y trabaja tanto en «Los olivares» como en «La yeguada». Si la conocieras te sorprenderías. Es una criatura que está dotada de una capacidad asombrosa para leer el alma de aquellos con los que se cruza.

—¡Vaya, qué interesante! Me tiene usted nervioso. ¿Puedo preguntarle de quién se trata? No estaría mal coincidir con esa persona…

—Puede que te sorprenda, pero estoy hablando de la ahijada del marqués, la señorita Rosario. Yo la llamo cariñosamente «Rosarito», por la confianza que tenemos entre nosotras. Es como una hermana pequeña para mí, un tesoro de mujer y mira que solo es una jovencita que, como se suele decir, acaba de despertar a la vida.

—Ya caigo. Yo conozco a doña Rosario. Me encontré con ella el otro día. Es curioso, pero fue su padre quien me la presentó. Ella venía de montar a caballo por el campo y justo cuando entraba en la finca, coincidimos en las caballerizas.

—Ah, pues no lo sabía. Entonces, debe ser que eres un chico con suerte. Lo digo simplemente porque yo me considero una persona afortunada por tenerla tan próxima a la familia.

—Entiendo. Esa joven, con el debido respeto, me cayó bien desde el primer momento. Digamos que se mostró muy amable conmigo, fíjese, con un simple desconocido. Ya que me siento muy bien en su presencia, le revelaré un dato acerca de ese primer encuentro que tuve con ella.

—¿De veras? Adelante, Rubén, seguro que se trata de una anécdota interesante.

—Pues sí. Se dio el caso de que ella venía montada sobre una yegua blanca preciosa, justo en el momento en el que yo paseaba con el señor marqués.

—Sí, te refieres a «Furia», es su yegua preferida, un ejemplar magnífico.

—Sí, desde luego. Como le contaba, se produjo una escena curiosa. Cuando doña Rosario llegó a nuestra altura, me quedé como pasmado. Dio la casualidad de que el sol brillaba a sus espaldas, como si la luz envolviera su figura y en esas circunstancias un pensamiento se me vino a la cabeza. No lo pude evitar, pero al contemplarla, esa mujer parecía un ángel descendiendo del cielo.

—¡Ay, Rubén! —expresó con una gran sonrisa la dueña de «La yeguada»—. Pero qué imaginativo y gracioso que eres. Hay que admitir que te has acercado bastante a su descripción. Más allá del efecto óptico que te pudiera causar aquel escenario, es verdad que esa chica posee un valor muy especial.

—Se nota que usted ha desarrollado un vínculo fuerte con doña Rosario. Lo digo por lo bien que habla de la señorita. Como decía, ya me gustaría conversar con ella para descubrir esas capacidades que la convierten en un ser tan singular, pero… mi misión es cumplir con mis obligaciones, con mi trabajo de veterinario. Imagine que un día, el señor marqués me sorprende hablando con su ahijada en vez de estar atendiendo a los animales. No quiero ni pensarlo. Me pondría de patitas en la calle al instante.

—Creo que te confundes con don Alfonso.

—¿Eh? Me disculpo, pero ¿por qué dice usted eso?

—Has de saber que mi padre es una persona razonable y un hombre comprensivo.

—Caramba, pues no sabe cómo me alegro de escuchar esa noticia. Siempre será más agradable trabajar para él.

—Sí, estate tranquilo; a mi entender, creo que con el tiempo os llevaréis bien. Él valora mucho la honestidad y el trato sincero. Y ya te estoy dando muchos datos que espero sepas aprovechar. En cualquier caso, él se aleja mucho de esa imagen tradicional que se posee de la nobleza, como si fuésemos seres orgullosos que solo nos relacionamos con gente de nuestro rango y que nos dejamos llevar por la altanería. Pronto te darás cuenta de que mi padre no tiene nada que ver con ese concepto que te he mencionado. Fíjate en nosotros; ya llevamos un buen rato sentados aquí y charlando de las cosas de la vida.

—Es cierto y le agradezco su confianza desde el corazón, señorita. De todas formas, aunque tanto usted como doña Rosario sean unas buenas personas, creo que es mejor centrarse en la realidad y en respetar las diferencias sociales evidentes.

—¿«Diferencias sociales»? Oye chico, ¿de dónde sales tú? ¿Crees que aún vivimos a mediados del siglo XIX? Venga, no me hagas reír.

—Soy consciente de que el tiempo corre, doña Alicia, pero me temo que no viaja tan aprisa como cree. Tal vez usted, si me permite la confianza, sea un alma diferente, pero sea realista: estamos hablando ni más ni menos que de la aristocracia, de un país donde el peso de la historia y las tradiciones es enorme. En este sentido, no puedo ni debo hacerme ilusiones. Tengo claro que existen unas diferencias insalvables entre unas personas y otras.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (88) ¿La celestina?»

  1. Alícia e Rúben iniciaram uma conversa pra lá de interessante. Alícia não perdeu a oportunidade em falar sobre seu grande objetivo, as qualidades de Rosário. E quando Rubén viu Rosário a descreveu como um Anjo descendo do Céu.
    Amor a primeira vista? Parabéns Rosário, parece que o amor entre você e Rubem será correspondido.

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—Vamos a ver, Rubén, creo que estás vinculando unos aspectos que, en mi opinión, resultan difíciles de relacionar. Te haré una pregunta y perdona que sea tan directa: ¿tú estás casado? —¿Yo? —expresó el joven veterinario con cara de asombro mientras que situaba su mano derecha sobre el corazón—. ¡Qué […]

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