LOS OLIVARES (52) El marqués atenazado

—Retomando el tema de tu hermano —intervino la ahijada del marqués—, no creo que tu padre tenga información sobre las andanzas de Carlos. Si Alfonso se enterase, tendría un motivo más para preocuparse. Y con la edad, ya se sabe, los problemas pesan más, sobre todo en el ánimo.

—Oye, Rosarito, te voy a hacer una pregunta porque tú pasas más horas con él que yo. ¿Tú crees que mi padre se ha planteado alguna vez desheredar a mi hermano del título de marqués? Eso sería un acontecimiento histórico, aunque lo dejará claro en su testamento que aún no ha escrito. Seguro que su administrador sabe más de este tema, aunque viva en Madrid.

—La verdad es que a mí nunca me ha comentado nada. En mi opinión y valorando todos los aspectos de esa cuestión, pienso que tú deberías ser la poseedora de ese título. El hecho de que Carlos heredase esa dignidad no le haría mucho bien a la casa de Salazar. No lo quiero ni imaginar. Menudo escándalo se puede formar si antes de morirse, mi querido padrino se enterase de la situación sentimental de su hijo. Tampoco creo que la familia de Ana María vaya a dar la voz de alarma, porque eso podría tener unas consecuencias indeseables para su hija. A mí no se me ocurriría decirle nada a Alfonso, eso tendría que confirmarlo el propio Carlos o su esposa. Son asuntos que no son de mi incumbencia.

—Sí, tienes razón. Es una decisión personal de mi padre. Yo no pienso meterme en litigios sobre ese asunto. No poseo el menor interés al respecto. Tú ya me conoces; nunca he expresado ningún interés por un título que lo único para lo que sirve es para cargar más responsabilidad sobre tus espaldas.

—Mejor así. Esperemos que mi padrino no se dedique a preguntar sobre la situación afectiva de su hijo. Mejor que viva en esa «dulce ignorancia» que conocer los líos de faldas de Carlos. Pobre hombre, lo que le faltaba. Ahora que me he acordado de esa sombra que le acompaña, es seguro que esa figura le incita también a la concupiscencia. Siento decirlo, Alicia, pero tu hermano es ahora mismo una marioneta en manos de ese ser oscuro, no porque carezca de voluntad, sino porque se halla muy cómodo dejándose arrastrar por la mala influencia de ese juez. Esto le va a salir muy caro, hermana. No lo afirmo porque mi sexto sentido me lo diga, sino por el ejercicio del sentido común. Tiempo al tiempo.

—No estoy yo tan segura, Rosarito. Aquí no estamos en Madrid, donde hay tanta gente que, a veces, las cosas pasan desapercibidas. Estamos en una provincia y tarde o temprano, existen rumores que se ven confirmados por los hechos. Mi padre, al ir envejeciendo, cada vez permanece más tiempo en la finca y eso le beneficia en cuanto a estar menos pendiente del ruido social. Sin embargo, si algún día se acerca a Badajoz, es posible que algún amigo o conocido le comente algo sobre Carlos. Parece increíble, pero a esa viuda le ha faltado tiempo para coquetear con mi hermano en cuanto ha perdido a su marido. Debe ser que no tenía mucha nostalgia de su ausencia. Y también que le habrá llamado la atención eso de gozar de un amante perteneciente a la aristocracia. ¡Qué prisas! ¿Cómo se puede olvidar al que ha sido tu esposo en cuestión de semanas? ¿Qué piensas tú, Rosarito?

—Puede que todo tenga su explicación. Ojalá estuviese esa señora aquí, delante de mí. Al observarla, podría saber más de ella. Por mi experiencia, se tratará de una persona afín a tu hermano. Es más, no me extrañaría que esa viuda tuviese a su lado a una entidad parecida a ese juez que acompaña a Carlos.

Tras servirse un poco más de vino en su copa, Alicia realizó un gesto introspectivo, como si hubiese algo en su interior que aún le atormentase más que el turbio asunto de su hermano.

—¿Qué te pasa, Alicia? ¿Acaso quieres compartir conmigo alguna preocupación más?

—¡Eh, bonita! Seguro que ya sabes lo que estoy pensando. ¿No querrás hacerme otra demostración de las tuyas?

—Pues no. La telepatía no funciona siempre. Eso sí, si pretendes sacar alguna cuestión a colación, yo te contestaré. No veo nada, cariño, pero no hace falta ser muy inteligente como para notar que tus pensamientos no son precisamente positivos.

—Bien, aciertas de nuevo. De todas formas, es algo que me inquieta. ¿No tienes tú la impresión de que en breve va a pasar algo negativo? Es una sensación extraña que comienza su recorrido en mis tripas, pasa por el pecho y que llega finalmente hasta mi cabeza en forma de obsesión.

—¿Estás refiriéndote a los maquis? ¿No irás a pensar que van a aparecer por aquí a darnos un escarmiento? Seguro que los empleados les harían frente, empezando por Alfonso. La gente que trabaja aquí no defendería esta propiedad porque cobre un sueldo del marqués, sino porque le profesan lealtad. Ya ves que mi padrino es un modelo, incluso en el trato con la gente que está a su servicio. ¿Dónde iban a hallar a un aristócrata que les tratase de un modo tan ecuánime y generoso? En fin, mejor no hablar de los abusos y de la falta de respeto que presentan algunos nobles con respecto a sus sirvientes.

—No, no hablo de los maquis; pero yo sé que mi padre es una persona difícil de encontrar, es un hombre adelantado a su tiempo y mira que, a la nobleza, salvo excepciones, le gusta más la tradición, las viejas costumbres. A veces, tengo la impresión de que él lucha más por los intereses de sus trabajadores que por los suyos propios. No es alguien egoísta o perverso, es un espíritu noble al que le ha tocado vestirse de marqués, solo eso. Cualquiera que le tratase un poco se daría cuenta de cómo es. Cuando hablaba de sensaciones, más bien me refería a la Inquisición, Rosarito.

—Pero, ¿qué estás diciendo, mujer? Esa institución tenebrosa fue abolida en el siglo XIX.

—Pues no estoy bromeando. Por desgracia, no es así. Mi padre está callado, pero su amargura va por dentro. Desde que acabó la guerra, le noto atenazado, como si esperase una mala noticia.

…continuará…

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Mié Mar 29 , 2023
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