LOS OLIVARES (78) Visita inesperada

—No, por Dios. Espera un momento, Alicia. Le voy a decir a la secretaria que se marche ya. Las paredes de este edificio no son muy gruesas y las conversaciones, salvo que hablemos en voz baja, se escuchan, sobre todo cuando el oyente pone toda su atención en enterarse de los asuntos ajenos. Digo todo esto porque supongo que habrás venido a charlar, no a perder el tiempo… Aguarda…

En pocos minutos, Lola ordenó su mesa y tras despedirse, salió del despacho.

—Bien, hermana; como nos conocemos, voy a tratar de relajarme. No presupongo nada, pero viniendo de ti es muy posible que esta conversación se vaya tensando. Ante la incertidumbre, me echaré una copa de brandy. ¿Quieres que te sirva algo, Alicia?

—No, gracias.

—Muy bien. Pues ya me he sentado. Ja, ja, viéndote ahí enfrente cualquiera diría que eres una clienta más que acude al bufete a realizarme una consulta jurídica, ja, ja… No deja de ser divertido.

—Claro, qué bromista.

—Venga, adelante con la artillería, que me conozco esa expresión en tu cara desde que éramos críos.

—Ya. En primer lugar, quería preguntarte por tu esposa y mis dos sobrinos. No sé cómo estará vuestra relación, pero ella, aunque sea por parte política, no deja de ser mi cuñada y sus hijos, comparten mi sangre, aunque eso a veces se te olvide.

—Pues la verdad, es que no hay novedad.

—¿Podrías concretar algo más tu respuesta?

—Pues que yo sepa, no se han producido cambios. Ana María se quedó en Portugal tras el verano y se ve que lo llevaba organizado todo en su cabeza. De hecho, apuntó a los niños en un colegio de allí. No me pidas explicaciones sobre sus planes futuros, porque no tengo ni la menor idea de sus intenciones. Quizá haya novedades cuando acabe el curso escolar.

—Pero, vamos a ver; si es justo en verano cuando ellos se van a pasar las vacaciones a Estoril. Además de acercarse al mar para quitarse del calor de Extremadura, ellos pasan unas cuantas semanas con la familia de Ana.

—Pues me parece muy bien. ¿Y qué diablos quieres que haga yo?

—Venga ya. No me digas que en todo este tiempo no te has pasado por Estoril para saber de ellos.

—Pues no. Hermanita, hace tiempo la llamé por teléfono y la señora Ana María me advirtió, diciéndome a las claras que no se me ocurriese pasar por allí a realizar visitas. Me comentó que ya se pondría en contacto conmigo. En fin, que estamos a mitad del curso escolar y todavía me encuentro esperando esa llamada prometida. En otras palabras, hermanita, que no puedo controlar aquello que no depende de mí. Bastante tengo con lo mío. ¿No crees?

—¿Lo tuyo? —preguntó Alicia al tiempo que arqueaba sus cejas.

—Claro, mi trabajo, mis clientes, me debo a ellos. La vida ha de seguir, no se paraliza por lo sucedido.

—¿Y tu viuda rica? ¿Sigue formando parte de tu vida? No sé nada de esa mujer a la que te echaste como novia.

—Sí y no.

—Otra vez con tus estúpidas imprecisiones. ¿Qué significa eso?

—Pues que la veo, pero no todos los días. Está un poco pesada con ese tema de asegurar su futuro. Para mi gusto, la veo demasiado materialista.

—Ah, ya veo. Entonces, ¿por qué no la abandonas de una vez?

—Es muy sencillo, hermana. La señora me resulta muy útil para lo que tú ya sabes. Ella es muy placentera conmigo y eso no debe perderse. Sería una lástima para un hombre como yo descuidar a alguien que te puede proporcionar tanto goce. De todas formas y para tu tranquilidad, te diré que no le veo mucho futuro a esta relación. Estamos siendo prácticos. Ella ha perdido a su marido para siempre y yo, digamos que he «perdido» también a mi esposa. Eso es un buen motivo para consolarnos mutuamente. ¿No crees?

—Entonces, ¿es posible que vuelvas con los tuyos?

—Lo siento por mis respuestas imprecisas, que ya sé que no te gustan, pero con sinceridad, no lo sé. Dime ¿quién conoce el porvenir? Además, tengo la impresión de que Ana María no está por la labor de reorganizar su vida conmigo. Mira que si se ha buscado un amante en su país —comentó Carlos en un tono más que irónico—. Oye, que no hay que descartar ninguna hipótesis. Mi «querida» Ana es una mujer atractiva y todavía joven. ¿Por qué ella no iba a aprovechar sus oportunidades? ¿Quién lo sabe? ¿Acaso iba yo a estar preocupado por esa cuestión, a doscientos kilómetros de su presencia?

—Claro, todo es posible. Qué pena que se cansara de tus continuas infidelidades y de tus vaivenes emocionales. Me temo que a la mayoría de las mujeres no les agrada ese comportamiento en sus maridos. De veras, ¿puedes llegar a entender ese fenómeno? Es que no te veo muy capaz. O tal vez te encante manipular la realidad para que se acomode bien a tus ideas, una actitud inteligente, pero, a la vez, una trampa para ti mismo y los demás.

—Uf, a estas horas, no estoy yo para alcanzar la trascendencia de tus reflexiones, que llevo mañana y tarde trabajando con mis clientes. ¡Entiéndeme, hermanita! En cualquier caso, yo no voy a cambiar la mentalidad de Ana María. Tal vez ella tenga una concepción del matrimonio que choca con la mía, lo que sería un buen motivo de fricción.

…continuará…

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