LOS OLIVARES (79) Como agua y aceite

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—Sí, cómo no —reaccionó con sorna la hija del marqués—. Debe ser que tu ego ya no te cabe en el pecho. ¿Cómo se denomina a esos que únicamente miran por sus intereses? Venga, no me lo expliques. Pues estás arreglado, Carlos. No quiero amargarte esta charla, pero te recuerdo que el divorcio está prohibido en España.

—Siendo hombre de leyes, soy consciente de ello. Parece que, con el nuevo gobierno, es necesario mantener las apariencias cueste lo que cueste, lo que no deja de ser pura hipocresía. Espero que no se metan en mi alcoba para comprobar con quién me acuesto cada noche o cuántas copas de brandy me tomo al día. Ya sería excesivo ¿verdad? Ja, ja… no habría policías para realizar esa labor de espionaje. Piensa una cosa muy curiosa. Los que mandan no son precisamente un modelo a seguir en sus comportamientos diarios. Qué difícil es aplicar normas cuando tú eres el primero en no respetarlas.

—No me interesa la política, pero… ¿tan mal están las cosas?

—Si yo te contara… Tengo mis buenas fuentes de información. Conozco a gente importante de todo tipo, algunos muy cercanos al poder. Alicia, existen ministros puteros, contamos con altos cargos que se emborrachan a diario, otros que son jugadores empedernidos e incluso alguno de los que firman leyes poseen tendencias sexuales «extrañas». Eso sí, el modelo social de convivencia ha de ser perfecto y basarse en unos valores morales incorruptibles. Yo impongo estas leyes, que, por supuesto, me saltaré cuando se contrapongan a mis intereses particulares. En fin, que nuestros amigos que han ganado una guerra no son un ejemplo de nada. Eso sí, incluso de esta forma, lo prefiero al desorden y al caos que reinaban antes en España. Como siempre, las palabras son muy bonitas, los hechos son algo diferente. Con este discurso, me refiero a que no venga nadie a decirme cómo debo comportarme ni qué actitudes debo adoptar. Ya soy mayorcito para organizarme.

—Mira, Carlos, no he venido hasta aquí para hablar de política sino a interesarme por tu realidad. Nosotros somos muy distintos, no tenemos casi nada en común salvo la sangre. Ya sabes lo del agua y el aceite: resultan imposibles de mezclar. Sin embargo, eso no implica que no me preocupe por ti. Una vez que padre se vaya, solo quedaremos los dos. Espero que, llegado el momento, nuestra convivencia no se convierta en un infierno. No me gustaría que por tus actitudes tuviésemos que ignorarnos.

—¿Mis actitudes? ¿Qué ocurre? ¿Acaso debo ser yo el único que se transforme? ¿Es que tú precisamente eres modelo de algo? No me des lecciones, hermanita. Eso es muy típico de ti. ¿Habrá algo más egoísta en la vida que negarse a formar una familia y a tener descendencia? Al menos, yo tengo dos hijos, dos herederos para el título del marquesado. En otras palabras y hablando de actitudes… ¿qué le ofreces tú a la sociedad?

—No empecemos, Carlos. Yo no pretendo ser ejemplo de nada, solo anhelo vivir y dejar vivir. Esa es la verdadera libertad del ser humano.

—Pues entonces, aplica el mismo criterio sobre mi existencia. Déjame tranquilo y no me molestes con tus arengas. Por favor, querida, que te llevo siete años. ¿Cuándo vas a dejar de sermonearme o de entrometerte en mi vida? Espero que no pretendas ser como nuestros nuevos gobernantes. Deja de pedir sacrificios a los demás mientras que tú no te privas de nada. ¿Vienes hasta mi bufete a exigir sin tú renunciar a nada? ¿Quieres que compre o comparta tu discurso cuando tú no estás dispuesta a cambiar ni un centímetro de tu forma de ser?

—Caramba con el señor abogado. Se ve que tenías los cuchillos preparados y eso que ni siquiera te avisé sobre mi visita. En verdad, apenas quería saber si te habías reconciliado o no con tu esposa y cómo estaban los críos. No te lo digo como un alegato de moralina sino porque, sinceramente, pienso que sería lo mejor para ti. ¿Crees que no me entero de cosas sobre tu persona? Tu vida disoluta y desordenada es conocida en todo Badajoz. No soy imbécil. Tengo oídos, o, mejor dicho, me cuentan cosas para llevarme las manos a la cabeza y no me gusta que mi único hermano esté en la boca maliciosa de muchos.

—Cálmate, mujer. Sé de esos rumores inevitables, sobre todo por ser quien soy. En cualquier caso, ese sería mi problema, no el tuyo. Tú, que tanto pregonas la libertad, permite que los demás vivan libres. Ya sabes que a la gente le encantan los cotilleos y las murmuraciones. Mira, hermanita, te lo voy a dejar claro como el agua: yo también he oído cosas sobre ti y no precisamente agradables. ¿Sabes qué te digo? Que cada uno lleve sus cargas y sus problemas. Para ti será más fácil, pues vives en tu torre de marfil, alejada del mundanal ruido, libre del todo. Es así, vas de independiente. Solo te interesan los caballos y recibir visitas de no sé qué amigas de Madrid. Lo siento, pero en el fondo, huyes de la realidad porque no encajas en ella. Es duro y eso es lo que te disgusta. Cuando una es antinatural, lo lógico es que se produzcan consecuencias.

—Así que «antinatural». Lo que me faltaba por escuchar.

—Y ¿cómo quieres que te llame, guapa? Cuando alguien no quiere formar una familia, eso es antinatural. Espero que no me sorprendas y me vayas a comunicar ahora que te vas a meter a monja. Lo dudo. Y cuando se prefiere ser acariciada por otras manos femeninas que no por las manos de un hombre… eso es también antinatural. ¿De qué vas, Alicia? Ah, es que, con tal de distinguirte, de ser diferente al resto de las mortales, te encanta ser un verso suelto y practicar tus vicios inconfesables, esos desvíos que solo se pueden permitir las ricachonas como tú. Los pobres, con sobrevivir, ya tienen bastante como para preocuparse por otras cuestiones que afectan al sexo.

—Como siempre, no puedes ser más canalla… Vamos, lo habitual en ti, Carlos.

—Sí, tú tenías que ser «diferente» a toda costa, ser una mujer con formación universitaria, sacarte el carnet de conducir y pilotar un coche, montar a caballo, poner un negocio propio y cuando te apetece, yacer en la cama llena de sensualidad con alguna de tus amiguitas íntimas o incluso con más de una. ¡A saber, prefiero ni imaginarlo! Me río yo de ti, Alicia, de toda una fémina adelantada a su época. Ja, ja… y vienes a mi bufete a darme consejos sobre cómo yo debería actuar, a compadecerme por mi peculiar ritmo de vida. Permíteme que me sonroje ante tu actitud. Me siento tan «avergonzado» …

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (79) Como agua y aceite»

  1. Penso que as diferenças entre Carlos e Alícia são as maneiras espirituais de encarar a vida e não ser dominado pelas coisas mundanas.

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