LOS OLIVARES (65) La compasión de Rosarito

Minutos después, Rosario llamaba a la puerta del despacho del marqués…

—¿Me estabas buscando, padrino? ¡Uy, vaya cara! ¿Ocurre algo malo? Me ha dicho que viniera doña Concha y ella tampoco tenía muy buena expresión. Parece que esto de los motoristas entregando cartas a domicilio no es muy buena idea.

—Pues sí, eso es. Y ahora lo vas a entender. Anda, acércate y siéntate.

Tras leer la citación judicial que afectaba a Alfonso, la joven lo comprendió todo, incluido el significado de la jaqueca que le había estado afectando durante las últimas semanas. Sin embargo, debió hacer un esfuerzo tremendo para disimular ante su padrino que ella, por boca de Alicia, ya sabía de la pertenencia del marqués a la masonería en el pasado.

—Mi buena Rosarito, yo también me doy cuenta de las cosas y observándote mientras leías la carta, ahora ya sé por qué te dolía la cabeza tanto en las últimas fechas. Conociéndote, tengo la impresión de que tu jaqueca se producía porque tu mente, de alguna forma, anticipaba este tipo de problema tan serio. Lo hemos hablado otras veces. Tú eres capaz de presentir ciertos acontecimientos. En fin, que el tiempo te ha vuelto a dar la razón con tu poderosa intuición, querida ahijada. Ahora ya lo sabes, mi niña. Todos tenemos un pasado, incluso tu marqués preferido. Era otra época y traté de desvincularme hace años de la masonería, porque conocía los peligros a los que me exponía y sus riesgos, pero se ve que esta gente que manda ahora busca incluso debajo de las piedras para encontrar algo que les pueda molestar y así, perseguirte.

—Perdona, padrino —intervino la mujer poniendo expresión de despiste—. No sabía que tú hubieses estado vinculado con los masones. Ahora no son bienvenidos por la guerra y el cambio político, pero se ve que en el pasado había gente muy vinculada con ese movimiento.

—En efecto; muchos de sus miembros pertenecían a la nobleza o disfrutaban de una buena situación social y profesional. Incluso entre los que mandaban, muchos de ellos políticos, existía un notable interés en apoyarla y desarrollarla. Y ahora, ya ves, es justamente lo contrario. Como suele suceder, se ha buscado otro chivo expiatorio para justificar lo acontecido en la historia de esta nación. Vaya, vaya. La masonería es una de las principales causantes de los males de nuestra España. ¡Caramba con ese razonamiento tan simplista y estúpido! A algunos les viene muy bien para explicar la obsesión con aquellos que piensan diferente y ya te digo yo que habrá muchos beneficiados con esta persecución, tanto en lo personal como en lo económico. Creo que captas el sentido de mis ironías —concluyó un apesadumbrado Alfonso mientras que dirigía su mirada triste hacia el suelo.

—Y se supone que debes acudir a un juzgado de Salamanca. ¿Cómo es eso posible?

—Es muy sencillo, Rosarito. En Salamanca, el estado ha abierto las oficinas de un juzgado con la única intención de hacerse cargo de la persecución de la masonería y de sus miembros. Ya ves que van a invertir esfuerzos y dinero en llegar hasta el fin.

—Pero… ¿hasta qué punto tú estuviste integrado en ese misterioso grupo? ¿Cuál fue tu grado de implicación? Supongo que no habrá sido lo mismo ser un dirigente que un simple miembro de base.

—Hija mía, todos guardamos secretos en esta vida. Este de haber sido masón, más me hubiese valido llevármelo a la tumba. Aun así, la mano del destino ha llamado a mi casa porque hay cosas que, por más que intentes ocultarlas, al final, salen a la luz.

—No tenía ni idea, padrino. He oído historias de esa gente, aunque siempre han estado rodeados de un halo de misterio. Y ahora, como tú decías, van a cargar sobre sus espaldas todas las desgracias que ha sufrido nuestra tierra.

—La verdad es que resulta difícil mantener la serenidad en estos momentos. Lo que la edad no se lleva, tal vez se lo lleven otros con sus fusiles. Podrán robarme todo, menos mi dignidad.

—Pero, Alfonso, por tu mirada… ¿de veras que temes por tu vida? ¿Hasta qué punto puede resultar tan peligroso haber pertenecido a la masonería?

—Ya no soy masón, pero es verdad que lo fui. Y me retiré del grupo antes de la guerra. En 1935 me di cuenta de cómo se estaban poniendo las cosas. Día sí y día no se producían incidentes o enfrentamientos. Morían políticos, gente de la calle y hasta curas y monjas, había disturbios e incidentes en los barrios de cualquier ciudad y hasta en los campos. Tuve una visión apocalíptica del futuro que nos esperaba y entonces, tomé esa decisión: me di de baja como masón y me alejé del grupo, incluso corté los contactos con mis antiguos amigos. Fue una manera inconsciente de protegerme ante los tiempos revueltos que se avecinaban. ¿Me entiendes ahora? Mi querida niña, ¿sabes la cantidad de masones que fueron ejecutados en cuanto se produjo el levantamiento militar? Y ¿sabes cuántos más han sido fusilados desde que se instauró el nuevo régimen?

Rosario no pudo evitar una fuerte emoción. De pronto, se puso en la perspectiva de su padrino y sin quererlo, comenzó a llorar de manera silenciosa, como si nadie pudiese consolarla.

—Ay, Dios mío, ya bastante preocupado estoy yo como para que tú también te sumas en la tristeza. Ya sé que me quieres, pero no puedo consentir que sufras por mí. Además, quién sabe, tal vez la cosa se reconduzca y la sangre no llegue al río. Tengo muchos amigos en las más altas instancias y eso es importante. ¿Quieres saber por qué? Porque nunca he hecho el mal a nadie y si lo he realizado ha sido sin darme cuenta. Y te aseguro que he regalado muchos favores. Las buenas acciones, mi niña, son tu mejor abogado en cualquier parte. Quiera Dios que todo lo que he dicho no se quede en mera palabrería, sino que surja efecto para salvar al menos mi pellejo. ¿Ves? Ya me siento más animado. Ha sido desahogarme contigo y empezar a ver un poco de luz en todo este turbio asunto.

…continuará…

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Sáb May 13 , 2023
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