LOS OLIVARES (76) El vino que cura las penas

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El juez se levantó de su asiento con energía y llamó a la criada para que bajase a la bodega de la casa a por el preciado vino. También le ordenó que cortase unas lonchas del mejor jamón que tenía. Poco después, mientras que el marqués continuaba preocupado en el hotel a la espera de noticias por parte de su defensor, dos hombres continuaban su conversación al calor del fuego y en compañía de uno de los mejores caldos de Rioja.

—¿Qué piensa, Agustín? Por su expresión, yo diría que se ha quedado usted enamorado del vino. Hay que darle su tiempo, caballero. Conforme pasan los minutos, la bebida se va oxigenando, se va liberando y empieza a desarrollar toda esa creatividad, que como ser vivo, lleva dentro. Disfrute de esta obra de arte, de este elixir. Bueno, de eso se trata en la vida —afirmó Cebrián mientras que daba un buen trago a su copa—, de disfrutar de los grandes momentos en la mejor compañía. ¿No lo cree así, amigo?

—Comparto su reflexión y me alegro por ello. Si me lo permite, le confesaré un secreto.

—Por supuesto. Creo que el ambiente se ha tornado favorable para las confidencias. Adelante, hombre, por Dios…

—Admito que, al principio, entré en su hogar con miedo.

—¿Miedo? Caramba, Agustín, ni que aquí viviese un monstruo…

—Supongo que mi temor se basaba en la ignorancia. El desconocimiento de quien tienes enfrente provoca ese tipo de reacciones. Sin embargo, lo que son las cosas; ahora, en este ambiente de cordialidad, mi percepción ha cambiado. Es usted una persona afable, don Luis. Es bueno entenderse y más aún en estos tiempos de miseria. Es cierto que hemos ganado una guerra, pero a costa del hambre y la desolación.

—Bueno, supongo. Todo tiene un coste y un sacrificio. Había que aniquilar a los «malos» de la película y como es lógico, eso tiene consecuencias. Corren tiempos difíciles, pero no se preocupe. Ya verá cómo salimos de toda esta ruina.

—Hum… exquisito. ¡Qué buen sabor tiene este jamón! ¡Y qué buen gusto tiene usted, señor magistrado! ¿De dónde lo ha traído?

—Pues de un lugar no muy lejos de aquí. Hablo de la localidad de Guijuelo.

—¡Ah, me suena! Creo que está en la carretera tirando para Extremadura.

—Exacto. Ese pueblo tiene unas características en su clima que resultan excepcionales para la curación de un buen jamón. Se ha dado cuenta ¿verdad? Usted también es refinado en su paladar. Ahora, con la estación de tren en la ciudad, dispondrán de una mayor facilidad para comercializar sus productos.

—Pues es una buena noticia para ellos. Hacía tiempo que no probaba una cosa tan rica y claro, al combinarse con el vino, pues es como una buena pareja que se lleva bien.

—Ja, ja… cómo me alegro que coincida usted en mis preferencias. Es curioso. Hemos salido tambaleantes de una guerra civil terrible, aunque necesaria. Y, sin embargo, quedamos aquí presentes las personas de buen gusto, los que saben reconocer las buenas propiedades de las cosas. Verá, ya no se trata de un interés momentáneo, sino de una actitud ante la vida.

—Pues esa actitud yo la comparto, señor. Me parece una buena filosofía. Perdone que sea tan testarudo, don Luis. Entonces… ¿estamos de acuerdo con lo de antes? —manifestó el letrado como queriéndose asegurar del criterio del juez antes de salir de allí—. Debo confesarle que mi cliente estará preocupado, aguardando mis noticias de cómo le ha sentado a usted su «regalo». Eso sí, no me gustaría irme de su hogar sin haber acabado su magnífico vino y su jamón. Se dice que, a veces, las cosas más inesperadas pueden resultar las más gozosas. Y esta noche, justamente, ha ocurrido algo similar. Por cierto, don Luis. ¡Qué reloj más elegante lleva! Es usted un auténtico sibarita, un caballero en toda regla.

—Sí, es bonito, pero no se confíe: no se trata de un Rolex. Esos relojes están por las nubes y hay cosas que uno no puede permitirse. Respondiendo a su inquietud, le voy a ser franco.

—Le escucho con toda mi atención.

—Mire, es sencillo de explicar. Supongo que su noble cliente se encuentra ahora mismo entre la espada y la pared. Créame que este tipo de situaciones es lamentable. Sin embargo, el Estado nos ha investido de plenos poderes con la publicación de esa ley, lo que nos deja las manos libres para ir a por todas contra los comunistas y los masones.

—Bien. Y ¿adónde nos conduce esa reflexión?

—Se lo dejaré claro, Agustín. En los próximos días y, en cualquier caso, antes del fin de semana, deberá usted acudir a esta, que es mi casa, con otro sobre idéntico al que antes dejó sobre mi mesa. A menos que pretendan, tanto usted como el marqués, que les denuncie por intentar comprar mi voluntad, lo que les acarrearía consecuencias desastrosas. Si vamos a apostar, vamos a apostar de verdad. En otras palabras, usted vino hasta aquí para presentarme un desafío: «doble o nada». Y esta es mi respuesta: «nada o doble». Por cierto, con tanto ajetreo, llegó a guardar el sobre en su maletín. ¿Me permitiría verlo de nuevo?

—Cómo no, don Luis. Aquí lo tiene para que lo examine —afirmó el abogado mientras que le entregaba el sobre al magistrado.

Tras revisar meticulosamente su contenido, el juez prosiguió.

—Le diré algo, Agustín. Tratándose de estas cantidades, es mejor tenerlas bajo custodia, por si acaso. A veces, se producen despistes, y es mejor prevenir ese tipo de eventualidades.

A continuación, Cebrián se levantó del sofá con una extraña agilidad, extrajo una llave de su chaqueta y con ella, abrió una pequeña caja fuerte que existía encastrada en la pared detrás de un cuadro. Fue allí donde depositó el sobre que había traído el abogado al domicilio del magistrado. El letrado, mientras tanto, se vio tan sorprendido por la rápida acción del juez que, durante unos segundos, fue incapaz de articular palabra.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (76) El vino que cura las penas»

  1. Após saborear um delicioso vinho, o Magistrado é habilidoso, precisa de segurança para não correr riscos, em relação ao envelope.

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