Al acercarse al lugar del suceso, medio oculto en una zona de matorrales, había un hombre muerto, vestido de manera informal, sentado sobre el suelo y con la cabeza gacha y llena de sangre. Una pistola figuraba en su mano derecha. Alicia, rota ante la creencia de que se tratase de Carlos, no sabía ni lo que hacer con el pañuelo que tenía entre sus manos.
—Bien, ya hemos llegado —afirmó el jefe de la Guardia Civil—. Aunque sospeche su identidad, ahí está la figura de ese hombre. Yo no estoy absolutamente seguro de que sea él, pero con su ayuda, doña Alicia, despejaremos cualquier duda. Está claro que ha recibido un tiro en la cabeza. Por el arma en su mano, es probable que haya sido él mismo, pero hay que ser prudentes. No sería la primera vez que se asesina a alguien y luego se le coloca un arma en su mano. Agáchese, por favor; así verá mejor su rostro y realizará una correcta identificación.
Tras unos segundos de enorme tensión…
—Sí, sí, es él —corroboró entre sollozos la hija del marqués—. ¡Ay, Dios mío! ¡Qué mal trago! Mi padre, muriéndose y ahora, lo de mi hermano. La desgracia se ha abatido sobre mi familia.
El teniente coronel trató de consolar a la mujer, que a duras penas lograba mantenerse en pie. A pesar del horrible escenario en el que se hallaba envuelta, Alicia tomó en silencio la decisión de permanecer serena en medio del vendaval.
—Tendrá que quedarse con nosotros un rato más para tomarle declaración, señorita. En cuanto llegue el juez y se proceda al levantamiento del cadáver, se analizarán con exactitud la causa y las circunstancias de la muerte. No la vamos a molestar mucho más, que ya bastante tiene usted con la situación de su padre. Le quería preguntar si cuando acabemos con las diligencias estará usted en condiciones de conducir.
—Se me hará duro, don Antonio, pero estoy segura de que llegaré bien a la casa de mi padre. No se preocupe por mí. Allí estoy muy atareada, ya que el marqués se encuentra en sus últimas horas. Ha sido todo tan rápido y tan fulminante, que una debe sacar fuerzas de donde no tiene.
—Ya, me hago cargo. Todo esto resulta penoso. Qué lástima, con la edad que tenía, con un porvenir tan brillante como abogado y ahora, mire lo que les ocurre a algunas personas. La verdad es que no dispongo de palabras. He estado en la guerra, he presenciado cosas realmente horribles, pero acabar así, el primogénito de uno de los aristócratas con mayor renombre en España, como un perro abandonado entre la vegetación y con un tiro en la cabeza… no sé, doña Alicia, me quedo sin argumentos.
Bien entrada la media noche, la hermana de Carlos llegaba a «Los olivares». Al poco de entrar en la casa, le contó a Rosario la amarga experiencia por la que había pasado. Tras un prolongado abrazo de silencio entre las dos mujeres…
—Rosarito, me han dicho que, probablemente, hasta pasado mañana no dispondré del cuerpo de Carlos para hacerle una misa y luego enterrarle. De alguna forma y al revelarme tu sueño, ya estaba preparada para lo peor. Nunca dejarás de sorprenderme con tus «capacidades». Mira, estando padre en este estado tan grave, te pediré que permanezcas con él. Ya me gustaría que me acompañases en estos momentos de dolor, pero he pensado que, si las cosas se complican, lo más adecuado será que tú estés en casa.
—Sí, estás obrando con sentido común. En estos casos, lo mejor será dividir los esfuerzos para salir de esta coyuntura tan difícil.
—Pues menos mal que te tengo a ti. Ya no se trata de lo que tú abarques sino del apoyo emocional que me ofreces. Eso sí que es esencial. Podré llevar la sangre de la nobleza por mis venas, pero te aseguro que en cuanto a sentimientos soy exactamente igual que el resto de seres humanos.
—Mira quién fue a hablar, la mujer que me ha apoyado durante mis momentos más difíciles. Yo sí que te estoy agradecida, cariño.
Cuarenta y ocho horas más tarde, a la entrada de la iglesia, el teniente coronel hablaba con Alicia, que rigurosamente vestida de negro, escuchaba las explicaciones del militar.
—Como se sospechaba y ya le adelanté por teléfono, la autopsia ha confirmado lo que resultaba obvio. Debió ser muy duro para don Carlos. El suicidio se cometió en la noche anterior al descubrimiento del cadáver. Aparcó el coche no muy lejos del lugar de su muerte, debió andar unos metros y luego, por razones que él se ha llevado a la tumba y que nunca conoceremos, tomó la decisión más fatal de su existencia. Se sentó sobre el suelo y apoyó su espalda en un árbol, se introdujo el cañón de la pistola en su boca y apuntando hacia arriba apretó el gatillo. Muy mal debía estar para cometer esa locura.
—Pues sí, don Antonio. Ha sido todo tan lamentable que me costará mucho tiempo reflexionar para llegar a alguna conclusión sobre por qué mi hermano se arrastró de esa forma hasta quitarse la vida. Qué triste final. No olvide que deja viuda y dos hijos aún pequeños.
—Desde un punto de vista eclesiástico, se ha alterado la causa del fallecimiento de su hermano. No se podían autorizar misas de difunto en caso de suicidio.
—Sí, lo sé. Gracias por la aclaración, don Antonio.
Minutos después, la hija del marqués permanecía arrodillada en uno de los bancos del templo. En su soledad, aprovechaba para meditar sobre lo ocurrido y los peores pensamientos le producían dolor de cabeza, que luego se extendía a toda su alma.
«Perdóname Carlos y perdóname Tú a mí, Dios mío. Nunca sabré hasta qué punto le influyó a mi hermano en su decisión el escarmiento que le di. En su momento, lo hice por indignación. Ahora, no se me ocurriría. Necesito extraer la lección necesaria de esta terrible experiencia. Ya no hay marcha atrás, solo espero que mis oraciones le alivien el espíritu. Dios mío, Tú bien me conoces. ¿Cómo podría reparar el mal infligido? Dame fuerzas y, sobre todo, claridad. El arrepentimiento por lo sucedido está empezando a pasarme factura y me perturba esta culpa que me consume por dentro. Lo hecho, no puede deshacerse. Solo me resta compensar en lo que pueda la responsabilidad por la aberración cometida. En cuanto a mi hermano, solo espero, Señor, que seas generoso con él y que te apiades de su alma. Alivia el sufrimiento por sus faltas. Amén.»
…continuará…
Que tristeza para Alícia ver o irmão com um fim tão triste. Tristeza também pelo estado de saúde do Marquês. Mas, é normal o estado de Alícia. Ainda bem que ela tem Rosário para auxiliá-la no que for necessário.