—Pero… señor, no sé si el marqués podrá reunir esa cantidad de dinero en el plazo estipulado… tengo mis dudas.
—Bah, tonterías, seguro que sí. Degustando este excelente vino, he llegado a la conclusión de que su cliente ha sabido apreciar a lo largo de estas semanas el trabajo que he desarrollado. Él sabrá valorar en cuánto estima su libertad, su vida o su dignidad. Me da igual el orden de los factores.
—Si su señoría lo dice… —asintió el abogado no muy convencido de las palabras que había escuchado.
—Bueno, espabile, que parece usted sorprendido. ¿Hay pacto, entonces? No me diga que tenemos que empezar de nuevo el proceso. Yo no se lo recomendaría. Hay cosas que conviene resolver cuanto antes para llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes o la oportunidad se pierde para siempre. Me entiende, ¿verdad?
—Sí, sí, tendré que hablarlo con don Alfonso. Pensándolo bien, estos malos tiempos en los que vivimos son los que provocan mi falta de lucidez. Por mi parte, no va a existir ningún impedimento. En cuanto llegue al hotel, le daré cuenta a su excelencia de lo acordado entre nosotros en este despacho.
—Bien, una noticia estupenda. Estamos en sintonía, abogado. Quedo pues a la espera de sus noticias. Tome esta tarjeta, por favor. Ahí figura mi identidad y mi número de teléfono. En cuanto disponga de novedades, le agradecería que me llamase para saber a lo que atenerme. No me gusta la incertidumbre y prefiero trabajar con evidencias. Es mejor para todos. ¿No le parece?
—Por supuesto. Así lo haré, tal y como me ha indicado.
—Perfecto, señor letrado. A la espera de esas novedades, le propongo un brindis por nuestra actitud de entendimiento, por los diálogos razonables a través de los que las personas alcanzamos acuerdos. Venga, no disimule, que usted también va a salir beneficiado de este embrollo. Tengo entendido que su cliente es inmensamente rico. Seguro que no le importará compartir una mínima parte con aquellos que podemos ayudarle, ja, ja… ¿Cierto?
—Supongo que sí, señoría.
—Muy bien, Agustín; juguemos entonces a eso del Estado social. Que su excelencia el marqués reparta un poco de lo suyo con los demás, que es una actitud muy cristiana; eso le abrirá las puertas del cielo. No se ofenda ni le voy a preguntar por todo ello, pero su «pellizco» también resultará sustancioso. No todos los días puede usted representar a un cliente tan afamado y de tan amplio patrimonio.
—Ciertamente.
—Pues entonces, lo dicho. ¡Chinchín! Por nosotros.
—¡Por nosotros! —brindó también el abogado, aunque con un gesto menos complaciente que el juez.
*******
Una semana después de aquella intrigante conversación en Salamanca, Alicia cogió su coche por la tarde y condujo hasta Badajoz, justo hasta el bufete que poseía su hermano en la capital pacense. Tras subir los escalones de acceso a la oficina…
—Buenas tardes, Lola. ¿Cómo estás?
—¡Caramba, qué sorpresa! —respondió la secretaria del abogado tras ponerse de pie—. Cuánto tiempo sin ver a la hermana del señor. Me alegro de que nos haga una visita.
—Pues sí, tienes toda la razón. Hacía meses que no me pasaba por aquí. Lo cierto es que quería hablar con Carlos. ¿Es posible, Lola?
—Claro que sí, doña Alicia. Lo que ocurre es que ahora mismo está ocupado con un cliente. Como es la última visita de la tarde, supongo que después habrá tiempo para conversar.
—Bien, entonces esperaré. Como preveía que estaría ocupado, por eso es por lo que he venido a esta hora. Ya queda poco para el cierre. Así no interrumpo nada.
—Ha sido usted previsora. Lo que pasa es que, en este negocio, se sabe cuándo entre un cliente, pero nunca cuándo sale, je, je…
—Sí, así es. Pues seré paciente, que no viene nada mal.
—¿Quiere que le traiga algo para beber?
—Está bien. Si eres tan amable, tráeme un vaso de agua. Será suficiente.
—Por supuesto. Ahora mismo voy a por el agua.
Unos veinte minutos más tarde, la puerta del despacho del abogado se abrió mientras que Carlos se despedía de su último cliente del día.
—Pues muy bien, don Indalecio. Seguimos en contacto con este asunto. ¿De acuerdo? Lola, por favor, acompaña al señor a la salida.
—¡Cómo no! Ahora mismo. Por cierto, don Carlos, le espera en la salita su hermana, doña Alicia. Ha venido por aquí sin avisar.
—¿Eh? Qué raro, no me ha comentado nada. Bueno, ya me encargo yo. Dile que pase.
Tras penetrar la hija del marqués en el despacho del abogado…
—¡Vaya sorpresa, hermanita! ¿Qué te trae por aquí? Ni en mis mejores sueños hubiese imaginado tu agradable presencia por Badajoz. Anda, siéntate y charlemos.
—Ah, gracias. Por un momento pensé que me ibas a dejar de pie.
…continuará…