Más tarde, en el cuartel de la Guardia Civil de Badajoz…
—Gracias por recibirme, don Antonio —expresó apurada la hija del marqués—. ¿Tiene usted novedades?
—Siéntese, por favor. Mis hombres ya están realizando varias indagaciones.
—Y ¿sabe ya dónde se encuentra mi hermano?
—Señorita, tenga la bondad de respirar profundo y relajarse. Será lo más adecuado para facilitar la investigación y la comunicación entre nosotros. Verá, técnicamente, su hermano está desaparecido. No contamos con ningún testimonio de alguien que le haya visto recientemente. Sin testigos, todo se vuelve dificultoso. Vamos a acudir al piso de don Carlos y como usted nos abrirá la puerta, así podremos obtener más pistas.
—Desde luego, pues cuando usted lo disponga.
Una hora más tarde, después del registro…
—Pues ya ha visto lo que hay, doña Alicia. Su hermano no está en el piso, eso es obvio, pero reunimos algún indicio tras la observación del aspecto. El inmueble huele mal, no ha habido ventilación en los últimos días y hay restos de comida en el salón, así como varias botellas de brandy de Jerez acumuladas sobre una mesa y alguna en el suelo. La sensación de abandono es patente. ¿Era habitual que su hermano se comportase de esa manera? ¿Presentaba abuso de alcohol? Es que la impresión de dejadez es muy clara…
—Mi hermano era un bebedor social, aunque cuando se le presentaban problemas o complicaciones, pues bebía más. Sin embargo, él tenía contratada una mujer para la limpieza; seguro que la ha despedido. ¿Se acuerda del grave accidente doméstico que tuvo hace unas fechas?
—Sí. Todo resultó muy lamentable y desafortunado.
—Su esposa está en Portugal con los dos críos. La verdad es que las cosas iban mal en su matrimonio. Ana María, que es portuguesa y de buena familia, se marchó a vivir a Estoril con los suyos y dudo mucho que vaya a volver por Badajoz. En fin, se produjo un cúmulo de despropósitos en un breve lapso de tiempo y todo eso debió afectarle.
—Me pregunto si no habrá viajado hasta allí para encontrarse con su mujer o sus hijos.
—Sospecho que no, don Antonio. Después de varios incidentes y del comportamiento de Carlos, no creo que la familia de su esposa le recibiese bien. Y él es muy orgulloso, por lo que no se iba a enfrentar a esa circunstancia. Lo cierto es que fueron varios reveses en poco tiempo. No sé, pero temo que haya hecho alguna locura y más si se encontraba bajo los efectos de la bebida.
—Y entonces, ¿no se le ocurre algún lugar donde él haya podido ir?
—Uf, pues no. Últimamente estábamos distanciados. Verá, su actitud habitual me exasperaba y por eso, limitamos nuestros contactos.
—Pero usted estaba presente cuando se produjo ese terrible accidente con la escopeta, es decir, que se habían encontrado para hablar en su finca en el campo.
—Sí, es cierto. Le había citado a él para hablar de nuestro futuro familiar tras la muerte de nuestro padre, el marqués. Don Alfonso se encuentra muy mal de salud y los médicos le han dado escasas posibilidades de vida tras el cáncer que le fue diagnosticado. Como comprenderá, no íbamos a dejar para última hora resolver ciertos aspectos familiares que nos correspondían.
—Pues ignoraba ese distanciamiento, aunque esas cuestiones entran dentro de la esfera más íntima. Aquí lo único que cuenta es disponer de todos los datos posibles para averiguar algo sobre el paradero de su hermano. Está claro que algo serio ha debido sucederle como para permanecer ilocalizable. Además, él no ha facilitado dato alguno a ninguno de sus trabajadores en su oficina. Me lo han informado mis hombres y eso nos deja en oscuridad.
—Si usted se halla desorientado, que se habrá enfrentado a más de un caso de estos, imagínese yo.
—Todas las hipótesis son posibles. Puede que haya desaparecido por voluntad propia. Por otra parte, el estado de su vivienda constituye una mala señal. Es cierto que no había signos de violencia o de lucha. Seguro que tomó la decisión de ausentarse de su piso a iniciativa propia, que no salió obligado de su casa. Ahora mismo, yo descartaría cualquier dato referente a un secuestro, salvo que él tuviera reconocidos enemigos. ¿Qué me dice al respecto?
—No sé qué pensar, don Antonio —respondió la hija del marqués sabiendo de las andanzas y los enredos de Carlos—. No es que yo conociese al detalle la vida de él, pero mi hermano, tal vez por su profesión, se relacionaba a veces con gente de mal vivir. Yo no prescindiría de esa posibilidad.
—Hay que seguir con la investigación. Estas ausencias misteriosas no se resuelven en horas.
—Un momento, teniente coronel. Acabo de recordar una cosa.
—Muy bien, señorita. Todo lo que usted aporte nos acercará a las pistas sobre este extraño suceso.
—Considere esta conjetura. ¿Usted cree en los sueños premonitorios?
—He oído hablar de ese fenómeno que acontece en algunos tipos de personas. Sin embargo, como profesional, me cuesta creer en ello. No obstante, soy un hombre prudente y a la hora de ahondar en estas cuestiones, yo no descarto nada de nada, salvo que la realidad me indique lo contrario. Nunca hay que desechar una herramienta como la que usted ha citado, pero no es lo habitual. Sepa que, en la literatura científica, hay casos que respaldan esa teoría, aunque no son muy abundantes. Pero, dígame, doña Alicia ¿acaso ha tenido un sueño sobre su hermano?
—No, yo no. Ha sido la ahijada de mi padre.
—Ah, sí; el señor marqués me la presentó cuando estuvimos almorzando en su casa. Se trataba de una chica joven de gran belleza, pero ahora mismo me falla la memoria. Se llamaba…
—Rosario Gallardo.
…continuará…