—Lo supongo, abogado —expuso el juez con gesto de aprobación—. De hecho, su cliente ha entrado en este juzgado con cierta ventaja.
—¿A qué se refiere con esa expresión, señoría? —preguntó con rapidez el letrado.
—Pues es muy sencillo. Dada su condición de aristócrata, él ni siquiera ha sido detenido en su casa y traído bajo custodia hasta este lugar. Eso hubiera sido lo usual, lo que procede con otros imputados. Sin embargo, entiendo que tampoco hacía falta montar ningún espectáculo y tal como yo suponía, el marqués se ha presentado en la hora y fecha determinada. Tenga usted en cuenta que, en otros casos, hay que apresar desde el primer instante al acusado, pues resultan tan claras las evidencias que, ya se sabe, las ratas tienden a escapar por las alcantarillas.
—Dese luego, señoría —manifestó con convicción don Alfonso—. Le agradezco su atención para con mi situación personal. Además, con la edad que tengo, para mí hubiese resultado un disgusto terrible presentarme en estas dependencias con la Guardia Civil y esposado. Ahora, ya conoce mis intenciones: colaborar en lo que usted disponga. No pienso causarle ningún problema, don Luis.
—Bien, mejor así. Pues yo creo que por hoy es suficiente. Ya se le comunicará en tiempo y forma la próxima cita para tomarle declaración. No voy a entretenerle más, señor marqués, que supongo que tendrá muchas obligaciones que atender. Puede retirase en compañía de su abogado.
Algo más tarde, en un restaurante localizado en la Plaza Mayor de Salamanca, dos hombres intercambiaban impresiones…
—Veamos, Agustín, que tú llevas más de veinte años llevando casos y acudiendo a tribunales. Una vez repuesto del primer susto, quiero que me hables con la verdad por delante. Ya tengo mucha edad como para que anden endulzándome la situación. Te contraté porque tienes una gran reputación por ese buen olfato que se precisa para estos asuntos.
—Bueno, tengo que afirmar que lo ocurrido hasta ahora es lo esperado. No se sorprenda, señor marqués, ni de las preguntas ni del tono utilizado en esta primera entrevista. Tengo claro que existe mucho interés por perseguir a la masonería con saña. Mi impresión es que, el general Franco, cuando mandó elaborar esta ley, insistió mucho a los legisladores a fin de que no quedase ni el más mínimo resto de comunistas o masones sobre esta tierra. Por desgracia, ya conoce lo que les sucedió a sus compañeros de la foto.
—Ya, eso es indudable. De solo pensar en lo que les ocurrió a esos pobres, me dan náuseas. Por ahora, me he librado de medidas más duras como el ingreso en prisión. Lo que está claro es que no hay nadie en el mundo que pueda demostrar que yo soy miembro en activo de la masonería.
—Mucho me temo, don Alfonso, que no hace falta ese requisito para que le puedan amargar la vida a alguien. Con la ley en la mano solo hace falta haber tenido algún vínculo con ellos, aunque fuese en el pasado.
—Es cierto. Si ese señor quisiera hundirme en la miseria, podría hacerlo. Yo ya no estoy para esos trotes, Agustín. No creo que durase mucho tiempo en una mazmorra. Siendo negativo, casi preferiría que me pegasen un tiro y así podría ver a mi mujer cuanto antes y abrazarme con ella, que me hace mucha falta su consuelo. Ahora que lo pienso, esto es de risa. Con la de cacerías que yo he realizado y ahora, en estas circunstancias, soy yo la pieza a cazar. Las vueltas que da la vida. Bueno, a lo que íbamos, dame tu opinión sincera.
—Señor, he procurado fijarme en su mirada cuando le hacía las preguntas más comprometedoras. Creo que nuestra defensa ha cumplido con los objetivos planteados al inicio, siempre valorando los estrechos márgenes en los que nos movemos. Aquí no se trata de ganar, sino de evitar un mal mayor. Ya sabemos lo que eso significaría. En cualquier caso y aún a riesgo de equivocarme, pienso que este asunto todavía se puede reconducir, lo que constituiría una magnífica noticia para usted y sus intereses.
—¿De veras, Agustín? Te noto tan seguro en tu apreciación… que me haces recobrar el aliento, amigo.
—Ilustrísima, se lo digo tal como lo siento. Son muchos años de pleitos y sentencias y hay algo aquí que me huele a esperanza, lo que no le resta gravedad a la situación. Un dato: por la forma de tratarle, a este juez le ha impresionado tener delante a todo un caballero español de la aristocracia. Es que usted, con su edad y su condición, impone respeto. Y eso tiene su peso. Perdóneme, don Alfonso, con su aspecto bonachón usted transmite benevolencia y equilibrio, alguien que, si pidiese ayuda, nadie se la negaría. Este factor invisible, aunque presente, trabaja a su favor. Ese magistrado puede ser muy antimasónico, pero creo que, en este juicio, su figura y su historia pueden suavizar la dureza del dictamen.
—Oye, te veo muy firme en tus aseveraciones.
—Estamos empezando, señor marqués. Aún es pronto. Hablo en el terreno hipotético, eso sí, basado en mi amplia experiencia.
—Bueno; llega la hora de la pregunta clave.
—Pues su ilustrísima dirá.
—Agustín, seré claro como el agua. Por lo que tú has captado durante la sesión a lo largo de la mañana… ¿crees que a este tal Cebrián se le podría «tocar»? —preguntó el aristócrata mientras que hacía un gesto significativo con los dedos de su mano derecha.
—Quiero ser prudente, don Alfonso. Para ello, necesito un poco más de tiempo y así, asegurarme de cómo responde este magistrado. Sin embargo, no podemos aislarnos del mundo, ni siquiera ese tal Cebrián, de todas las penalidades por las que estamos pasando, algo normal en un país devastado por una guerra interna y que trata de sobrevivir como sea.
—Sí, entiendo que pretendas ser cauto y no quieras arriesgarte. Yo apelo a tu sexto sentido, amigo Agustín. Te ruego que me adelantes algo de esa célebre intuición por la que se te conoce.
…continuará…
Durante o interrogatório o marquês se manteve ético e respeitoso, já que é uma pessoa íntegra. Parece que os bons ventos estão soprando em seu favor.
Sim, eu espero que o vento sopre no seu favor. Não merece essa dor. Beijos, Cidinha.