Transcurrieron tres semanas. El marqués, aunque con dificultades, logró al fin vender una de sus más queridas propiedades en Madrid, dinero con el que depositó en el juzgado de Salamanca la cantidad necesaria para abonar la multa que le había sido impuesta en su sentencia condenatoria como masón. Después de efectuar el pago, el noble se notaba tan agotado emocionalmente que decidió recluirse en «Los olivares» para buscar así una mayor tranquilidad en su existencia, pues en su interior sabía que no le restaban muchos días sobre el plano terrenal.
Salvo que algún evento urgente le requiriera, evitaba salir de su casa. Se prometió a sí mismo limitar su vida social y dedicarse a la lectura, a pasear entre olivos y encinas y dedicarse a su ahijada. Tales eran los soportes de su delicado estado de ánimo que tan solo pretendía despedirse en paz de sus recuerdos.
Aquella tarde de agosto…
—¿Dónde vas tan preparada, Rosarito? Ah, claro, un paseo a caballo.
—Pues sí, padrino. Me voy a acercar a la casa de Alicia. Nos tomaremos allí un café y charlaremos de nuestras cosas.
—Ah, excelente idea. Una cosa, ahijada. Ya sé que no tengo ese sexto sentido del que Dios te ha dotado. Sin embargo, soy observador y últimamente te noto un poco rara, como ausente. Perdona por mi curiosidad, pero… ¿te ocurre algo extraño? ¿Acaso has discutido con el bueno de Rubén? Nada me disgustaría más que eso.
—No, Alfonso. Puedes estar tranquilo. Decididamente, es el hombre de mi vida. Estoy convencida de eso desde que le conocí. Ten por seguro que su aparición me ha hecho muy feliz. Tal vez te equivoques de persona. Si te soy sincera, tú eres el que me preocupas. Sé que lo has pasado fatal en estos meses y que toda esa espera por la sentencia ha afectado a tu salud. Hasta yo misma me he contagiado de ese mal ambiente. Y a tu hija, también le sucede lo mismo. Desde la distancia, ambas hemos estado muy pendientes de cómo se resolvía tan grave asunto y se quiera o no, todo ello deja huella en el ánimo. Tal vez sea eso lo que tú captas, padrino.
—Es cierto, han sido momentos difíciles, pero creo que, al menos, el horizonte se ha despejado. No obstante, te confieso que cada vez me veo más desanimado. Mi niña, yo ya no estoy para estas luchas; ya he alcanzado los sesenta y uno y después de tantas batallas en mi dilatada trayectoria, el bajón tenía que aparecer.
—No digas eso, Alfonso. Como tú has dicho, has guerreado mucho, pero aún te quedan varias batallas por las que pelear. Nunca sabemos con exactitud cuánto nos puede quedar. Yo, en todo caso, preferiría verte más optimista y con esa energía de la que has hecho gala a lo largo de tu vida.
—Gracias por tu coraje, mi niña. Nunca te das por vencida, pero el que te habla está plegando velas y preparándose para la lucha más importante, aquella que consiste en relatarle al Creador todo lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer con los dones de la existencia que Él nos concede.
—Bueno, no quiero que se me haga tarde, que tu hija me está esperando. Ya hablaremos luego de estos interesantes asuntos. Me voy, te doy un beso.
—Sí, anda, pásalo bien. Date prisa que ya oscurece antes y eso se nota.
—Hasta luego, padrino.
Un rato después, Rosario dejaba su montura en el establo de «La yeguada» …
—¿Qué, «hermanita»? ¿Cómo estás?
—Pues preocupada por tu padre. Estos que mandan no le han matado, pero sí que le han acercado al abismo.
—Ya, supongo. Entre la edad y los disgustos… Anda, entremos adentro que aún hace calor aquí fuera. Voy a preparar un buen café y así estaremos más espabiladas.
Ambas se acomodaron en torno a una mesa que había en la misma cocina.
—Bueno, Rosarito. ¿Novedades?
—Por eso he venido hasta aquí. Mira, no quiero alarmarme ni alarmarte. Ya sabes que siempre he sido muy puntual con mis períodos. Llevo las cuentas ajustadas y en mi caso, ya debería haberme bajado la regla. Ya no sé ni lo que hacer ni cómo vivir. La idea de un posible embarazo de tu hermano me consume la voluntad y me quita hasta las ganas de vivir.
—Te entiendo. Venga, pongámonos en el peor de los casos, porque de estas cosas, al final hay que hablar. Si se confirmase lo que ninguna de las dos deseamos, ¿has pensado en lo que hacer?
—No lo sé, Alicia. Te lo juro. Solo hay una cosa que tengo clara.
—Sí, ya me lo dijiste. En ningún caso vas a perder a la criatura. Y yo te pregunto: ¿has pensado en las repercusiones que tu embarazo tendría? No quiero ni imaginar la reacción de mi padre, de los tuyos y especialmente de Rubén.
—Perdona que insista, Alicia. ¿Qué sería más importante? ¿Quebrar la vida de mi futuro hijo o tener bajo control las reacciones ajenas? Es cierto que todo esto viene de una violación, de una voluntad forzada, pero yo me pregunto por qué una criatura inocente debería pagar las consecuencias del acto de un desalmado que solo pretendía humillarme y mancillarme.
—Lo sé, Rosarito. Tienes toda la razón en expresarte así. Te lo comenté hace una semana. Lo bueno de disponer de contactos en muchas partes, es que acabas por conocer a personas que se dedican a cosas inimaginables, pero que en algún momento de tu historia puedes necesitar. Te dije que hay un doctor en Málaga de origen francés que podría practicarte un aborto. Sabes que es un acto ilegal, porque ese supuesto no se contempla en las leyes. No obstante, en casos especiales, se trata de un recurso de urgencia al que se puede acudir. Eso serviría para borrar cualquier huella producida por ese malvado que es Carlos. Y desde luego, yo te acompañaría durante el proceso en todo momento. Tendrías todo mi apoyo.
…continuará…
Bem, sabemos que a vida se inicia no momento da fecundação. Se Rosarito estiver grávida, estará enfrentando uma situação difícil, se optar pelo aborto estará transgredindo a Lei de Deus.
E mais, se confirmar a gravidez, como o Marquês irá reagir? Ele está deprimido e sem vontade de viver.
Vou aguardar o próximo capítulo.
Sim, é uma situação muito complicada e não esqueçamos que foi provocada pela maldade do Carlos. Vamos esperar como Rosarito resolve essa conjuntura. Abraços, Cidinha.