LOS OLIVARES (15) Si le conocieras…

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Lola miró a su esposo y Alejandro miró a Lola. Tras unos breves segundos de entendimiento con la vista, la mujer rompió el silencio con una pregunta.

—Venga ya, cariño. Estaba medio dormida y no me daba cuenta de nada. Ahora que ya estoy espabilada… otra vez ese señor se ha introducido en casa. No hace falta ni que me lo confirmes. Lo veo escrito en tus ojos. ¿Verdad? Ahora comprendo por qué hablabas en sueños sin yo entender nada.

—Pues sí. Me conoces lo suficiente y a ti, no puedo mentirte. Tengo la sensación de que esto se va moviendo con rapidez. Según deduzco, ese señor tiene prisa.

—¿Prisa? No, si al final, esto va a tener su lado gracioso… Veamos, ¿cómo puede tener prisa alguien que no pertenece a este mundo, que acude a tu encuentro en sueños? Explícamelo, si es posible.

En vez de responder directamente a la pregunta de Lola, el profesor le relató a su mujer con todo lujo de detalles el contenido del último contacto que había mantenido con el cronista.

—Vaya, vaya, con el «cronista».

—Fíjate en un detalle, Lola. He estado aquí unos minutos, esperando a que te levantases. Aunque no ha sido mucho tiempo, me ha servido para cavilar y llegar a una conclusión.

—¿Una conclusión? ¡Vaya con el enigma! Esto parece una película de misterio. ¿Y puede saberse acerca del desenlace?

A Alejandro tan solo le hizo falta mover su cabeza con suavidad de arriba abajo tres veces.

—¿Cómo? ¿En serio? Me estás diciendo que te vas a pasar todo el verano escribiendo un libro del que no sabes ni el título ni su temática. Y que vas a estar a la entera disposición de ese cronista que no deja de ser un completo extraño y desde luego, un maleducado. Ya he perdido la cuenta de las veces que ha entrado en nuestra casa sin permiso.

—Tranquila, Lola. A veces, coges impulso y no hay quien te pare. Me refería a la decisión de abandonar el ansiolítico. No veo ningún síntoma en mí que indique que deba continuar con esa pastilla. Solo me la he tomado tres veces, por lo que no creo que me afecte renunciar a ella.

—No me lo puedo creer, Ale. Pero si estabas durmiendo de maravilla…

—Sí. Y antes también. Además, ese señor me ha especificado con claridad que por más pastillas que tomase, no iba a dejar de presentarse en mis sueños. Ah, antes de que se me olvide; ya que estamos hablando de nuestro «asunto» del verano, te rogaría una cosa…

—¿Cuál?

—Solo te pediría la discreción más absoluta. Nosotros somos los únicos que sabemos de esta cuestión. Si se lo dijésemos a alguien, podrían ocurrir dos cosas: primero, no nos creerían. Segundo, nos tomarían por completos chiflados. A mí, por dejarme llevar por los dictados de un espíritu, de un ente desconocido. A ti, por seguirme el juego y continuar al lado de un perturbado que sufre alucinaciones. Creo que puedes imaginar las consecuencias. Cuando hablo de cautela y de silencio, también me estoy refriendo a los miembros de la familia. Ante todo, que impere el sentido común.

—Sí, en eso estoy de acuerdo. Es un tema delicado y como tal debe tratarse. Mejor evitar que esto se convierta en un cotilleo entre personas discutiendo sobre el nivel de tu salud mental. La verdad es que no lo soportaría y nos haría bastante daño a los dos o incluso a tu hija, cuando regresase de Irlanda. Te lo aseguro, Ale. Esto no saldrá de aquí.

—Te lo he comentado porque así me lo indicó el cronista. Ese sujeto puede ser lo que sea, pero razona de un modo inteligente. Será mejor que le haga caso.

—Pues hijo, yo aún no salgo de mi asombro. Ha habido una evolución a través de tus contactos con él, según entiendo yo.

—¿En qué sentido?

—Mira: ahora ya podemos confirmar de qué va esta extraña misión. También sabemos cuáles son los roles a desempeñar por cada una de las partes. Ese cronista invisible carece de cuerpo, no tiene una mano con la que escribir. Desesperado, ansioso por presentar al mundo su historia, se busca a un «secretario» que haga esa labor por él. ¿Lo he descrito bien, cariño? ¿A que sí?

—Mujer, expresado en esos términos, me suena a una especie de señor todopoderoso que posee una especie de criado, en este caso yo, al que en vez de encargarle limpiar la casa o cocinar, le ordena pasar a papel una crónica que habita en su mente. Incluso se acordó de ti, Lola, cuando me dijo que tú ya me habías incitado a escribir una novela. Tiene su gracia, parece que a ti también te conoce.

—Pues sí, no le resto valor a sus conocimientos. Se ve que al cronista le encanta «espiar» y meterse en casas ajenas. Lo malo es que no puedo acercarme a la comisaría para denunciarle por acoso. Confieso que me encantaría, pero se ve que con su invisibilidad se cubre las espaldas. ¿Te imaginas al policía llamando a mi amigo Mario para que me administrase algún tratamiento? En fin, mejor reírse un poco que no agobiarse más. La próxima vez que le veas, porque ese no va a parar con su hostigamiento, le dices de mi parte que se me aparezca, da igual en sueños que en el hospital o en la calle. Tengo claro lo que decirle y lo que hacerle.

—Quizá sea una pena que tú no puedas contactar con él. No sé el porqué, pero estoy seguro de que no te parecería un sujeto tan antipático como lo describes. Puede que te cambiase la perspectiva sobre él. Al menos, ya tendrías datos para emitir un juicio. Pero eso depende solo de él, porque igual nos está escuchando e interviene a esta hora de la mañana para comunicarse contigo.

—No, no creo que se atreva. Los cobardes viven aquí y allá, en todas partes. Eso no va a cambiar. «Hay pusilánimes que no son de carne y hueso» —gritó la mujer mientras que dirigía su vista al techo—. Por eso, ya te digo yo que ese tío no se va a atrever a presentarse delante de mi cara. Es consciente de lo que le esperaría.

—Quién sabe, a lo mejor un día de estos te llevas una sorpresa.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (15) Si le conocieras…»

  1. Lola continua preocupada e descontente com a ideia de Alejandro escrever o livro dotado pelo cronista. Já Alejandro é atraído por escrever, enfim, talvez Lola desconhece a mediunidade de Alejandro, pois o mundo espiritual é muito próximo do que imaginamos, os espíritos estão por toda parte.

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