LOS OLIVARES (12) Yo dicto, tú escribes

—Bueno, amigo, ¿vas a salir de tu zona de confort o no? —expresó en tono desafiante aquel ente—. Abre los ojos de par en par y admite que no solo existe lo que puedes ver o tocar. Seré breve para no cansarte y para que te prepares cuanto antes. Quiero aclararte que yo no soy ninguna alucinación de tu mente. Estoy vivo, justo enfrente de ti, tal y como me contemplas ahora. Para que lo entiendas con facilidad, pertenezco al mundo espiritual y tú, evidentemente, aún estás en la dimensión material. Sin embargo, tal y como estás comprobando, eso no impide que podamos interactuar. En caso contrario, no estaríamos manteniendo este diálogo. Alejandro, ¿comprendes lo que trato de explicarte?

—Bueno… creo que sí —acertó a comentar el profesor entre titubeos—. Pero… es que yo estoy durmiendo ¿sabes? Me he visto en la cama tumbado y he llegado hasta aquí atravesando el pasillo. ¿Me puedes decir lo que está sucediendo?

—Nada que no pueda explicarse. Digamos que la parte espiritual que hay en ti, la que sobrevive a la muerte, la inmortal, se desprende de tu organismo cuando sueñas. Por eso estás aquí. Obvio, ¿no?

—Entonces, este fenómeno de salir del cuerpo solo sucede cuando estoy durmiendo.

—No, necesariamente, aunque resulte lo habitual. En cualquier caso, nosotros nos vamos a encontrar en el último sueño de cada noche.

—Vale —comentó Alejandro poniendo un gesto de completa sorpresa—. Y ¿por qué en ese periodo y no al principio o en la mitad de la noche?

—Bien, muy buena pregunta. ¿Ves cómo todo puede resultar más fácil? Te has relajado, por fin no has mostrado oposición a mi presencia y eso facilita nuestra comunicación. Si solo te centras en que yo soy una pura especulación de tu mente, entonces no avanzaremos. No estoy aquí para perder el tiempo o porque me aburra y no tenga otra cosa mejor que hacer. Descarta esa hipótesis. En cuanto a tu pregunta, te responderé con un argumento de peso. Si contacto contigo a esta hora es simplemente para que guardes en la memoria el recuerdo fresco de lo que hagamos. Si lo hiciésemos tal vez a las doce de la noche, es posible que se te olvidase al amanecer. ¡Céntrate, profesor! Se trata de escribir un libro, no de pelar patatas. Y no pongas esa cara ni te des por sorprendido. La misión es muy sencilla, no la hagas tú complicada. Yo te relataré una historia y tú, con tus habilidades de docente y tu manejo del vocabulario, irás anotando todo lo que yo te dicte en cuanto abras los ojos y te levantes.

—¿Cómo? ¿Es eso posible?

—Tal y como lo has oído de mi boca. Te dejaré desayunar para que recuperes fuerzas y estés lúcido, pero luego, te pondrás a escribir para que no olvides ningún detalle de lo que te haya contado. No deberás dejarlo para más tarde. Quiero que tu cerebro esté en perfectas condiciones para cumplir con su función natural: pensar.

—Estoy confuso. Me temo que no acabo de captar tu mensaje.

—Caramba, vaya día que llevas. Te noto obtuso, veo que tu resistencia a creer en todo esto que está pasando te deja huella y te perjudica. Esta es quizá la vez que de modo más consciente has logrado desprenderte de tu cuerpo. Ya sé que no resulta habitual, pero irás cogiendo experiencia hasta que este proceso se convierta en un fenómeno mucho más natural en ti. Te invito a que busques información sobre este tema en Internet o en libros. Así te irás familiarizando con el asunto. La curiosidad es uno de tus puntos fuertes. ¿Conoces a algún poeta que no posea su punto de curiosidad? Pues eso. Mira, Alejandro, acabas de empezar tu ciclo de vacaciones hasta septiembre. Eso quiere decir que dispondrás de un montón de tiempo libre. Además, este año tu hija se fue de viaje a Irlanda a perfeccionar su inglés. Con sinceridad, no creo que te esté pidiendo tanto. Te lo repetiré por última vez. Así, luego, no podrás alegar ignorancia.

—¿Te puedes creer que conforme pasan los segundos cada vez me resulta menos sorprendente todo esto? Suena a locura, pero no lo es ¿verdad?

—Así me gusta, amigo. Como te decía, a lo largo del verano, yo me iré presentando en tus sueños al final de la madrugada. Dime por qué, por favor.

—Eh… porque me irás contando una historia. ¿Es eso?

—Por supuesto que sí. Es muy importante que memorices una cosa. La historia que escucharás sucedió de verdad. Fue algo así como hace unos ochenta años, no muy lejos de aquí. Lo irás anotando todo.

—Perdona la confianza, pero… ¿cuál es el objetivo de dictarme ese relato que sucedió hace tanto tiempo?

—Veamos, ¿cuántas veces te ha dicho tu mujer que escribieses un libro? ¿Cuántas veces te ha comentado ella lo de crear una novela? Te estoy hablando de un género literario más que interesante.

—Es cierto, pero antes de seguir, quiero que me aclares un punto que no deja de ser asombroso.

—Desde luego, ya sé por lo que me vas a preguntar.

—No me extraña. Es que, verás, aún no sé cómo puedes conocer tantas cosas de mí, de mi familia, de mis circunstancias. Creo que te aprovechas de tu «invisibilidad» para recabar datos de mi vida. Eso debería ser ilegal ¿no te parece?

—Alejandro, por favor, llevo años observándote, forma parte de mi trabajo. Jamás utilizaría esa información para perjudicarte, que te quede claro. Ahora, pasado el tiempo oportuno, ha llegado el momento de que concretes tu misión.

—¿Misión? Eso me suena a los profetas que reciben un encargo especial de las alturas o siendo más modesto, incluso al guion de una película de acción…

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

LOS OLIVARES (13) El «poder» del cronista

Jue Nov 10 , 2022
—Estás siendo un poco exagerado, Alejandro. Simplifica tus razonamientos, porque todos tenemos una misión en la vida. ¿Acaso tú ibas a ser diferente, amigo? Después de muchos años, justamente ahora ha llegado el momento para que hagas aquello que yo te propongo. —Un momento, eh… ¡Caramba, es que ni siquiera […]

Puede que te guste