LOS OLIVARES (96) Pasando a la acción

2

—Pero… ¿cómo, padrino? —preguntó una intrigada Rosarito—. Forzar las cosas podría alejarle para siempre de mí. Yo sé que me muero por tenerle cerca, por abrazarle o por escuchar su voz pronunciando mi nombre, pero si eso implica que él se sienta obligado… entonces podría ser peor el remedio que la enfermedad. No descarto que se plantease dejar de trabajar aquí por tal de no sentir esa presión.

—Claro, por supuesto. Sé lo que quieres decir. En verdad, no hablo de apretar tanto, no vaya a ser, como tú dices, que salga corriendo de espanto. Ya sabes que yo haría lo que me pidieses, incluso transmitirle ese amor que tú le profesas para que él se haga consciente de tus sentimientos. Sin embargo, al ser una cuestión delicada, déjame trazar un plan. Con mi edad, ya se me ocurrirá algo que nos permita descubrir sus intenciones; ha de ser algo que despeje tus dudas y que te descargue de esa ansiedad que te quita el sueño.

—Mañana, precisamente, le toca venir a la finca. Como ardo en deseos por verle, ya he memorizado su calendario para saber cuándo le toca aparecer por «Los olivares» o por «La yeguada».

—Vaya con mi niña. ¡Pues sí que estás enamorada! Estamos empezando la jornada; ya verás cómo de aquí a la tarde me ayudan las musas. Si me alcanza la inspiración, te lo comentaré y ya me darás tu opinión.

—Alfonso, mil gracias —afirmó la jovencita con todo su entusiasmo mientras que abrazaba efusivamente al marqués—. Confío plenamente en ti. Sabiendo cómo eres, se te ocurrirá el mejor plan, sin duda.

—Eso espero, ahijada. Que Dios nos bendiga a los tres, a nosotros y a ese joven que ha invadido con fuerza tu noble corazón. A pesar de esa espada que pende sobre mi cabeza en forma de juicio y sentencia, me siento fenomenal por haber vuelto a casa y por gozar de la ocasión de ayudarte.

Temprano, a la mañana siguiente, Rubén se desplazó hacia «Los olivares» a revisar a los animales. Al poco de permanecer en el establo, apareció por allí don Alfonso, que dentro de la táctica que había establecido, se dirigió al muchacho…

—Buenos días, chico. ¡Cuánto tiempo sin verte!

—Buenos días, su Ilustrísima. Creo que salió de viaje, o eso al menos me dijeron.

—Pues sí, tu información es buena. Estuve por Madrid como una semana con mis obras de arte y mis negocios. Sin embargo, cada vez regreso antes. Aquí me siento mejor, como más arropado. Debe ser por la edad.

—En cualquier caso, yo me alegro de verle, señor marqués.

—Venga, hombre, mira que eres protocolario, Rubén. Te diré algo: siempre me he considerado un hombre cercano, próximo a mis empleados y a todos los que me rodean. Continuar con los formalismos del siglo pasado resta naturalidad a las relaciones entre sujetos.

—En ese caso, que no es la primera vez que me lo comenta, yo se lo agradezco. Así me sentiré más relajado. Es un placer la confianza que usted me da.

—Bueno, quería decirte una cosa. Cuando hayas terminado con las revisiones, me avisas. Verás, una de las yeguas preferidas de mi ahijada parece que tiene algún problema.

—Ah, bien. Pondré mucha atención para detectar cualquier trastorno en el animal. ¿De cuál se trata?

—Uy, ni siquiera yo lo sé. No te preocupes. Mi Rosarito vendrá y te indicará de cuál es. Me temo que tendrás que coger otro caballo y dar una vuelta con ella montada sobre la yegua. Según me comentó, solo se observa el defecto a la hora de cabalgar. Espero que no te importe, pero seguro que tú das con el diagnóstico y con la solución.

—Lo entiendo. Pero solo una cosa, señor… ¿usted cree que ella querrá dar un paseo conmigo, con un desconocido?

—Por supuesto. ¿Qué problema iba a haber? Además, fue ella en persona quien me sugirió esa idea.

—De acuerdo. Espero que usted no se moleste porque yo dé un paseo a solas con la señorita.

—Pero… ¡jovencito! ¿Tan fea ves a mi ahijada? Es que te observo un poco nervioso. Tranquilo, hombre. Es solo tu trabajo. Además, en confianza, ella tiene una muy buena consideración de ti.

—Vaya, pero si ella apenas me conoce.

—Cierto, pero tú tampoco la conoces a ella. Cómo te lo diría… Rosarito nació con un don especial.

—¿De veras? Y… ¿de qué se trata?

—Ella es una persona muy intuitiva desde niña y, en este caso, cuando dice que alguien le cae bien, está en lo cierto. Oye, cuidado, también cuando desconfía de alguien atina con su apreciación. A Dios gracias, contigo su valoración es muy positiva. Te parecerá exagerado, pero es que en los años que llevo a su lado, jamás se ha equivocado en sus estimaciones. Digamos que Dios la dotó de ese sexto sentido a la hora de tratar con las personas. Ya verás cómo algún día tienes ocasión de comprobar la veracidad de lo que te digo.

—Si usted accede, me quedo más tranquilo. Pensaba que, después de todos los elogios que le dirige, podría enojarse si me veía cruzando alguna palabra con la señorita. Ya ve que, al principio, yo creía que era su segunda hija. Y las confianzas son muy traicioneras cuando se está trabajando para una casa como la suya, señor marqués.

—Ya, te entiendo. Bueno, cuando acabes, me avisas y ya llamo yo a Rosarito.

—Sí, señor. Descuide.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (96) Pasando a la acción»

  1. Que lindo o Marquês colaborando com o casal para que haja entendimento entre ambos, já que os dois estrão apaixonados.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

SÁLVAME, MUJER

Dom Sep 3 , 2023
SÁLVAME, MUJER Me llama la vida y yo desnudo me avergüenzo por mi orgullosa ignorancia por la desfachatez de mi ego que una y otra vez tropieza en el hierro candente de mis defectos Por eso apareciste tú, novia eterna con tu blanca inteligencia de mirada clara y sonrisa complaciente […]

Puede que te guste