Aquella mañana de un recién iniciado verano parecía de lo más normal, una más con vientos dominantes de Poniente, lo que impediría a las temperaturas sobrepasar la barrera psicológica de los treinta grados. El día se presentaba atractivo para la pareja compuesta por Alejandro y Lola. El hombre se sentía alegre; como profesor de instituto de las materias de lengua española y literatura, acababa de empezar su período vacacional que se extendería hasta el treinta y uno de agosto. En lontananza, dos meses para gozar de más tiempo libre y dedicarse a su afición principal: la poesía. También asistiría a más de una película en el cine o sencillamente, disfrutaría caminando por la orilla de la playa, bastante cercana a su casa.
Pensándolo con más detenimiento, a él le hubiese gustado emprender una escapada semanal por algún país de Europa, pero su hija, que se encontraba en la universidad, había decidido pasar aquel estío en Irlanda a fin de perfeccionar su nivel de inglés, lo que le abriría en el futuro las puertas con mayor facilidad a un mercado laboral incierto. La prioridad estaba clara: mejor invertir ese dinero en tu propia hija que en un viaje que podría realizarse tal vez en la temporada siguiente.
Su mujer, Lola, se notaba feliz por la armonía que se respiraba en aquel ambiente, si bien sus días libres se distribuían de modo diferente, acorde a los turnos de trabajo que, como enfermera, desempeñaba en el más importante hospital de la ciudad. Ese sábado de límpido cielo azul se iniciaba en su mente con el mejor de los presagios. Tal vez le propusiera a su marido comer fuera o quedar con los amigos para salir y gozar de una buena jornada de descanso.
Ambos echaban de menos a su única hija, Begoña, que en esos meses permanecería fuera de casa profundizando en el conocimiento de la lengua de Shakespeare, pero ambos tenían claro que la inversión en cultura es la mejor que existe. Se trataba de un núcleo familiar con perspectivas optimistas, donde la rutina y la previsión del día a día se valoraban especialmente frente a los imprevistos que la vida conlleva.
—Anda, Ale, ve preparando las tostadas que ya me encargo yo del café —dijo desde la cocina Lola—. Acaban de dar las nueve. ¿Qué te apetece hacer en tu primer fin de semana vacacional? ¿Quizá, algo distinto?
—Uy, pues no lo sé —respondió el hombre mientras que se aproximaba a su esposa por detrás y le daba un beso en el cuello—. A veces, tener ocho semanas libres por delante, me hace dudar. Es curioso, pero esta mañana me noto como extraño, aunque expectante por lo que deparará el día. Quién sabe, acaso este verano sea diferente a los anteriores.
—¿Diferente, cariño? Será como todos, digo yo, salvo que se estrelle un meteorito sobre la Tierra. Seguro que no va a llover y que no tendrás que usar un jersey por las noches. ¿Ves? Dudas resueltas.
—¡Qué graciosa! No me refería a eso, Lola —respondió Alejandro mientras que tostaba el pan—. Es como una extraña sensación que ronda por mi cabeza desde junio.
—¿Sensación? ¿Desde el mes pasado?¿De qué tipo?
—No sabría concretar nada en especial. En cualquier caso, ya se verá.
—Bueno, digamos que esos «ataques» de intuición tan propios en ti han tenido una evolución histórica muy dispar. En muchos casos, has sabido adelantarte a algo que en el futuro sucedería, como por ejemplo, acertando hace unos meses con la decisión de Begoña, es decir, con que querría ir al extranjero. Sin embargo, profundizando en la cuestión, también ha habido un montón de temas en los que dijiste que pasaría algo raro y luego, pues ya ves, no se cumplió nada de lo pronosticado y todo volvió a ser normal.
—Desde luego, Lola. Nadie posee el monopolio de la clarividencia. Eso sería una pesada carga que afectaría a nuestro libre albedrío.
—Pues mira, cariño, me acabas de dar una idea. ¿Por qué no escribes una poesía sobre ese asunto? Quiero decir, unos versos en los que se hable sobre la importancia de la libertad, hasta qué punto venimos determinados y lo que se te ocurra… Incluso pienso en el título: «Libertad o destino», la esencial lucha del ser humano —añadió la mujer en un tono jocoso, como queriendo darle un mayor énfasis a su mensaje.
—Pero… ¿ya estás de nuevo con tus bromas?
—Un poco de humor nunca viene mal. Mira, sigo… «¿Qué influye más, la libertad o la fatalidad? ¿Quién tiene la llave del porvenir o solo vivimos bajo un eterno presente?» Ja, ja,… escrito por el profesor Alejandro Rodríguez. Me suena bien, la verdad.
—¡Pues sí que te has levantado chistosa este sábado! Si estuviera aquí tu niña, te mandaría callar, que a ella no le gusta que hables en voz alta y además, por si lo has olvidado, es mucho más respetuosa con mis ganas de desahogarme a través de las palabras. Siento decirte que, en ese aspecto, tu hija se parece más a mí que a ti. Solo te diré una cosa, querida esposa: durante diez meses al año, ese tema no deja de ser mi trabajo y es lógico que me guste explayarme con la lectura y la escritura.
—Nadie lo niega, cariño —contestó Lola mientras que le daba a su marido una caricia afectuosa en su mejilla derecha—. Ale, tienes por los cajones, yo diría que más de cien poemas guardados. Algunos me encantan, porque los he leído muchas veces; otros, no tanto, pero no me considero capacitada seriamente como para evaluar la calidad de tus composiciones. Lo importante es que reflejan la profundidad de tus sentimientos. Digo yo que no sería mala idea que, habiendo alcanzado ya los cincuenta, te atrevieses a enviar ese material acumulado a una editorial, por si la suerte te acompaña. ¿No crees?
—Sí, pero no.
…continuará…
Belíssima foto. Início maravilhoso. Parabéns.
Espero que a história continue envolvendo seu interesse, Cidinha. Grato e ótima semana.