—Pero, hija —exclamó alterada Sandra—. ¿Qué estás haciendo? Yo no veo nada de nada, excepto a este señor.
—Ja, ja, ja… qué divertido es esto, papi. Siento cosquillas al tocarte. Eres muy gracioso. ¿Cómo lo haces?
—¡Ven, Paula, ven con mamá! No te pongas tan cerca de este señor, que es un perturbado.
—¡Vaya, lo que faltaba! —expresó Alonso al tiempo que daba una palmada sonora en el aire con sus manos—. Ahora voy a ser yo el loco de esta película. Oye, si te sientas un momento y te relajas, creo que podremos solucionar esto. ¡Sandra, por Dios, te lo ruego! —gritó con fuerza el maestro para intentar poner un poco de orden en aquel caótico escenario —. Una pizca de paciencia o nos volveremos todos chiflados. De veras, todo tiene una explicación y si me das la oportunidad, te lo voy a explicar.
Paula no hacía más que tratar de jugar con su padre, dando vueltas alrededor de su figura, bromeando con él, como si el mayor de los alborozos se hubiese apoderado del interior de la cría. Sandra permanecía pasmada, ya más tranquila, pero completamente asombrada por la escena de la que estaba siendo testigo. Sus ojos no podían dar crédito al comportamiento de su hija. Ni siquiera sabía cómo reaccionar ante los hechos que se sucedían en el salón. Justo en ese momento de duda, una voz se escuchó a través del auricular del teléfono…
—Aquí, la Policía Nacional. Dígame ¿qué desea?… Oiga, ¿hay alguien?
Tras unos segundos de incertidumbre, Alonso le dirigió a la mujer una sonrisa de lo más sincera, mientras que entrecruzaba sus manos como si estuviese rezando y a modo de disculpa.
—¡Ah, perdone! —respondió Sandra cogiendo el aparato—. Creo que me he equivocado. Lo siento, estoy bien. Gracias y buenas tardes.
Tras apretar el botón rojo que cancelaba la llamada a la policía…
—Déjame respirar un poco, Alonso. No sabes lo nerviosa que estoy. Vamos a tratar de entender todos la situación, porque esto me parece un disparate. ¿Será posible? Entonces, aclárame una cosa. Tú te llamas Alonso ¿verdad? Es que ya no sé ni lo que pensar. Mira, al poco del accidente, acudí al médico. Estaba fatal y como no podía dormir sin despertarme varias veces durante la noche, me mandaron unos ansiolíticos suaves, al menos para que descansara. A Dios gracias, quitando los primeros días, no he tenido que medicarme más, pero ahora, te juro que me pongo una pastilla debajo de la lengua. Tengo el corazón a doscientos por hora. Un momento…
Mientras que Sandra abría un cajón y cogía un envase extrayendo una píldora del mismo, se la colocó nerviosamente en el interior de su boca…
—¡Mamá, mamá! —interrumpió la cría con impaciencia—. Quédate con este señor hablando, que yo me voy con papi a la habitación a jugar. ¡Cuánto tiempo sin hacerlo! ¡Qué bien!
—Pero, Paula… ¿a quién diablos le estás dando la mano? Es que no entiendo nada de nada…
—Sandra, por favor. Creo que sabes perfectamente lo que está pasando —comentó con seriedad el maestro—. Otra cosa es que quieras entenderlo.
—Vale, hombre, te seguiré el juego. Tal vez saque algo en claro de todo esto —dijo la mujer mientras que no perdía el rastro sorprendente de la chiquilla extendiendo la mano hacia el aire a lo largo del pasillo.
—Entonces, ¿comenzamos?
—Adelante, necesito respuestas simples. Tienes que dármelas, creo que me las merezco. Voy a hacer un esfuerzo por mantener la calma y así, poder escucharte. No puedo evitar la duda de que quieras aprovecharte de mí y de ese hecho luctuoso que ha cambiado mi vida para siempre. Si lo que vayas a decir no me convence, te rogaré que te vayas cuanto antes de aquí y que me dejes en paz el resto de mis días. ¿Estamos de acuerdo?
—Por supuesto, mujer. Además, yo soy el primer interesado en aclarar todo este asunto. Creí que la cosa discurriría por unos cauces más normales, pero la irrupción de tu hija, como habrás observado, lo ha alterado todo. Y pensándolo bien, hasta me alegro de que tu niña haya aparecido por sorpresa, porque así comprenderás mejor el motivo de mi llamada y de mi visita. Es cierto que te engañé con lo de la carta. La idea no fue mía, sino de David. Evidentemente, solo iba a servir para crear en ti el interés por verme. Te pido de nuevo disculpas por haber faltado a la verdad. Sin embargo, te puedo asegurar con la mano en el corazón que tu marido está aquí, entre nosotros. Tan claro como que se encuentra ahora mismo en la habitación de tu niña jugando con ella y que en estos momentos, se sentirá el hombre más feliz del mundo.
—Espera, no se te ocurra moverte de ese sillón —expresó la mujer mientras que apuntaba con su dedo índice al maestro—. He de comprobar una cosa. Aguarda un momento.
Mientras que Sandra miraba de reojo a Alonso, el cual permanecía sentado en el salón y sin menear un solo músculo, ella se acercó a la habitación de Paula y verificó que la cría estaba sentada sobre la alfombra de su cuarto y le enseñaba a su padre una serie de dibujos que había realizado en la escuela.
—¿Ves, papá? Mira, este eres tú y esta, mamá y aquí, cogida de tu mano, estoy yo. Lo pinté porque te echaba de menos. Y ahora, te voy a enseñar uno que dibujé con lápices de colores. La maestra me dijo que lo había hecho muy bien… Lo tengo en esta carpeta…
…continuará…
Estupendo!!!!Nada convence mas que la verdad!!!!Maravilloso capitulo!!!
Un gran abrazo, Mora y que sigas disfrutando del final de la novela.
Qué razón tienes, Mora. Es mejor no esconder intenciones. Luego, la rectificación es más complicada. Besos.
Espiritismo, Doutrina consoladora e bendita.
Graças a ela, conhecemos tantos e tantos mistérios… Merece a pena estudá-la. Abraços, Cidinha.