EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (31) El acuerdo

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—Sí, está claro que, después de lo vivido, tengo que fijarme en los nombres de aquellos con los que me cruzo. Mira, necesito que lleguemos a un acuerdo, Alonso. Yo me comprometo a ofrecerte lo mejor de mí mismo como profesional, a emplear para tu bien toda la experiencia que acumulo. He trabajado en mi campo durante quince años y con la mano en el corazón, me siento satisfecho con lo conseguido. Lo esencial es que el cliente al que atiendes gane en calidad de vida. Desde esa perspectiva, mi compromiso contigo va a ser total. El hecho de que yo esté al otro lado de la realidad no ha de ser ningún impedimento y, como ya estás comprobando por este encuentro, esa circunstancia no evita que yo pueda aplicar mis conocimientos sobre ti al objeto de superar tus problemas. Quisiera saber si me he explicado bien, porque lo que te propongo tiene un nombre: profesionalidad. Se trata de un lema que yo siempre he tenido presente en mi labor terapéutica.

—Vale —respondió el maestro con convicción—. Me parece bien todo lo que has dicho y además, ha sonado a verídico. No dudo de la responsabilidad de tu mensaje. Incluso ya me estás pareciendo un buen especialista. Oye, y todo esto que vamos a hacer ¿qué relación tiene con tu familia?

—Es un buen tema del que me apetecía hablar. Según me han encargado, a menos que yo trabaje contigo, no se me permitirá ver a mi mujer y a mi hija. ¿Sabes lo duro que es para un marido y un padre el no poder ver a los seres a los que más quieres? Si piensas por un momento en los tuyos, comprenderás rápidamente a lo que me estoy refiriendo.

—Sí, es fácil de imaginar. Sin embargo, no veo claro cuál es mi papel en todo esto. David, tienes que explicarte un poco más.

—Es verdad. Doy por supuesto aspectos que desconoces. Mira, esto puede parecer una broma contemplado desde tu punto de vista, es decir, la de alguien que vive en el plano material. No obstante, yo no tengo más remedio que adaptarme a las normas que existen en la dimensión en la que ahora habito. En ese sentido, se me ha informado que, una vez que acabe la terapia contigo, podré ver a Sandra y a Paula. Aun así, tengo mis reparos. No me fío por completo de esa promesa y te diré el porqué.

—Veamos el motivo —dijo el maestro con un gesto de atención.

—Aunque yo pudiera verlas, ellas no podrían hacer lo mismo conmigo. Es lógico ¿no es así? Y, ¿qué significa eso? Pues que necesito a un intermediario para efectuar la comunicación, o sea, a ti. Más claro, agua. Lo he pensado varias veces. ¿De qué me serviría encontrarme con mi familia si no puedo comunicarme ni expresar lo que siento? Alonso, te juro que es lo que más deseo en el mundo: que sepan que estoy vivo, que tuve un accidente y que mi cuerpo desapareció, pero que desde mi perspectiva emocional y afectiva, yo sigo presente en sus vidas y que por supuesto, las amo con todo mi corazón. No quiero que me recuerden como un hombre que se despidió de la existencia sin darles ningún tipo de explicación, dejándolas abandonadas a su suerte. Mi pretensión es que sepan que yo siempre estaré con ellas y que, pase lo que pase, las tendré siempre en mi memoria.

—¡Eh, un momento, psicólogo, no vayas tan deprisa! Entiendo tu petición, o sea, la parte del acuerdo que me corresponde después de mi supuesta curación, cosa que está por ver, siempre que tú cumplas con tu trabajo. Sin embargo, hay una pega bastante importante. En el caso de que yo hiciera esa labor de intermediario que tú citabas, ¿por qué ellas me iban a creer, a mí, a un absoluto desconocido? Mira que ya sé por dónde vas, que esto ya lo he visto yo en algunas películas y no resulta nada fácil. Vamos, que no dejaría de ser una labor más que complicada y con pocas posibilidades de éxito.

—No dudo de las dificultades que puede entrañar esa tarea, pero no es nada imposible que no se pueda lograr con buena voluntad. Te digo una cosa, Alonso. Cuando finalicemos con nuestro cometido, te sentirás tan eufórico, que te notarás perfectamente capacitado para acompañarme a mi casa, llamar a la puerta, decir que me conocías en vida y a continuación, transmitirles a mis dos mujeres el aviso que, llegado el momento, yo te diré. ¿Es que no has visto nunca cómo trabaja un traductor de esos que acompañan a las delegaciones en un viaje al extranjero? Solo es eso, amigo, traducir un mensaje y punto.

—Ya, facilísimo. Entonces, yo me cuelo en tu hogar y le comento a tu mujer, así por las buenas, que su marido está vivo, a pesar de su terrible accidente, que te encuentras a su lado mirándola y que has recurrido a mí para decirle que la quieres y que la seguirás amando, aunque claro, por desgracia, estés muerto.

—Sí, eso es. Lo has resumido muy bien, Alonso.

—Bueno, y ya de la cría, mejor ni hablar. Hasta le podría causar un trauma el hecho de que un tío al que no conoce de nada se acerque a su casa para comunicarle que su papá está vivo y que se halla allí, junto a ella.

—Efectivamente, cómo me alegro de que razones tan estupendamente. Pero, ¿de qué trauma estás hablando?

—David, veamos, ¿es que quieres que me encierren? Piensa un poco con la cabeza, hombre. ¿Cuánto tiempo crees que tardaría tu esposa en llamar a la policía para denunciar el hecho? ¿Acaso no se trataría de una intromisión en su vida privada o incluso de un acoso psicológico por mi parte? Recapacita un poco. Lo que me pides, no es difícil; es sencillamente imposible. No niego que tu tarea conmigo vaya a ser trabajosa, pero es que, lo que tú esperas de mí, resulta muy, pero que muy arriesgado. Además, yo no conozco a tu Sandra de nada, que en Madrid vive mucha gente. Puede que ella reaccione con furia al pensar que me estoy aprovechando de su soledad o de su pena, que crea que la estoy estafando, que me eche de tu domicilio a patadas y lo peor, que se acerque a la comisaría más cercana a presentar una denuncia contra mí, porque ese chiflado de Alonso que hace cosas muy raras, es decir, yo, puede terminar detenido y pasar la noche en el calabozo. ¿Te figuras la cara de Marina al enterarse de mi conducta? No, prefiero ni imaginarlo. ¿Y la vergüenza que pasaría mi niña?

…continuará…

4 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (31) El acuerdo»

  1. Así como Alonso, existen muchos otros Alonsos y Alonsas! Nunca dispuestos a hacer nada por nadie! y menos si conlleva algun riesgo! o el prejuicio de anteponer lo que otros pudiesen pensar decir o hacer! Cuanta paciencia tiene David! bueno, debe desarrollarla para lograr su objetivo ultimo que es ver a quien fué su esposa y a su hija! quizá ese apego de querer verlas sea para colocar un punto final o nos pasará a todos que queremos regresar y ver a nuestros seres queridos que dejamos! Mientras vivimos deberíamos prepararnos para partir en cualquier momento, como una estacion! esta novela es muy interesante porque nos lleva a reflexionar tanto! veo el deseo, el apego de David, y me pregunto..y despues qué? y que rol juega realmente Alonso, y porqué el? porque necesita ser ayudado tambien? Que Destrezas pondrá en juegoDavid para ayudar a Alonso? En qué debe ayudarlo? …Muy Interesante estos capitulos porque obligado es reflexionar cada punto en la escena!

    1. Qué buen resumen has hecho, Mora. De todas formas, hace falta más tiempo para conocer a los personajes con más profundidad. Todos son humanos, como los lectores. Feliz Navidad, amiga.

  2. Lindo capítulo. David está disposto a ajudar Alonso, Alonso aceita ajuda, mas como em um bom diálogo, ambos colocam seus argumentos, para se chegar a um acordo útil a ambos,

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