—¡Eh, para, para! Se sobreentiende que aquí el que debería hacer las preguntas soy yo. No ignores ese aspecto: yo soy el profesional y tú, el cliente.
—¿Cómo dices? ¿Acaso te has desplazado hasta mi casa para atenderme? Nunca me he planteado acudir a la consulta de un psicólogo. ¡Qué más da! Teniendo las pastillas… ¿para qué me iba a meter en esas historias tan enrevesadas? Además, un psicólogo cuesta un buen dinero y no me lo podría permitir. Llegamos justitos a fin de mes ¿sabes?
—Ja, ja, no me digas. Pues como mucha gente en España. Estate tranquilo, que todo mi trabajo contigo será gratuito.
—¿Sin ningún coste?
—Sin ningún coste para ti. ¿Qué? Te has quedado pensativo. ¿Mejor entonces? Qué casualidad, un psicólogo con más de quince años de experiencia aparece por sorpresa en tu domicilio y se compromete a examinarte y a tratarte gratis. No me digas que no estás contento.
Alonso se quedó como confuso y no le quitaba la vista a la figura de David. Tras unos segundos de debate interno, se atrevió a reaccionar.
—Oye, esto no deja de parecerme una absoluta tomadura de pelo. ¿Me permites hacer algo?
—Por mí, haz lo que quieras. Qué cosas, por tu gesto, ¿no irás a golpearme o a buscar un cuchillo para clavármelo?
—No, hombre, no. No soy una persona agresiva. Es que ya estoy cansado de tantas tonterías. Aguarda un instante.
Fue así como Alonso se dirigió a la mesa donde impartía clases a sus alumnos y tomó varios lápices. A continuación, de modo sorpresivo, le lanzó uno de ellos al cuerpo de David.
—¿Eh? No es posible. Me aseguraré. Un momento, que voy a repetirlo.
Fue de esa forma que el maestro le lanzó todos los lápices que tenía en sus manos, los cuales, iban atravesando limpiamente la silueta del psicólogo hasta caer en el suelo. A esa hora de la tarde, Marina llamó a la puerta del salón a interesarse por lo que estaba sucediendo. Tras penetrar allí…
—Pero ¿qué es lo que pasa, mi amor? Esto está peor que antes. Y… ¿qué hacen esos lápices ahí tirados? No has ordenado nada y parece que ahora te ha dado por perder el tiempo arrojando cosas al suelo. Mira, en un rato, tendrás que hacerle la cena a la niña mientras yo me encargo de preparar la nuestra. Uf, aquí aún huele a humanidad. Pero, ¿no decías que ibas a abrir las ventanas para que el salón se airease? Anda, ya las abro yo.
—Tienes razón, Marina. Es que cuando iba a hacerlo, me acordé de que tenía que consultar uno de los manuales de quinto curso para resolver una duda. Si no, después se me olvidan las cosas. Para memorizarlo bien, incluso me puse a leer la explicación del libro en voz alta. ¡Qué gracioso! ¿Verdad?
—Ah, por eso oía tu voz, como si estuvieses conversando con alguien. Ahora lo entiendo. Pensaba que no habías dejado aún tu lado bromista de hoy. Ya hace fresco, caramba. Cierra las ventanas en unos minutos. Y no te distraigas más, que te necesito en la cocina ¿vale? Le voy diciendo a Marina que se vaya metiendo en la ducha y luego, a cenar los tres. ¿De acuerdo?
—Pues claro —respondió Alonso con una leve sonrisa de disimulo—. Lo recojo todo y enseguida nos ponemos a organizar la cena.
—Muy bien. Me voy con la niña.
Al poco de salir la mujer del salón…
—¿Será posible? Tío, me estás distrayendo con tu presencia, con ese rollo terapéutico y demás fantasías. Esto no puede seguir así. Hay que cortar rápido. Yo preciso de un orden milimétrico en mi vida y llegas tú y lo desorganizas todo. ¿No ves que me estás fastidiando mi sagrada rutina? ¿Qué es lo que quieres? ¿Pretendes que deje de atender a mi familia? Ah, no, mucho peor: lo que deseas es que me pelee con mi esposa. ¿No ves que si le hablo de ti es capaz de llamar a urgencias para que me lleven al psiquiatra? Y ya sé cuál va a ser su reacción: más pastillas y punto, la mejor manera de apaciguar estas malditas alucinaciones que sin avisar, se cuelan en mi casa para torpedear mi frágil equilibrio. Y ese señor no se va a preocupar mucho por mi relato, solo me va a dejar tonto con el tratamiento.
—Pues la solución es bien fácil: no le digas nada ni a tu mujer ni a tu hija. ¿Ves? Asunto zanjado. Tranquilo, hombre, que no estás tan «loco» como yo me imaginaba. Razonas bien y eso puede ser un punto interesante que anuncie tu futura recuperación.
—Ya. ¡Qué elogio más estúpido! Al menos podías ayudarme a recoger todo este desorden.
—Sí, ahora mismo. Lo que hay que oír. Y ¿con qué manos, listillo? ¿Con qué brazos? No me hagas reír, amigo. Acabas de comprobar que esos lápices que has arrojado sobre mi «cuerpo» lo han atravesado con limpieza. Al menos, ya te has dado cuenta de que no te mentía. Eso quiere decir que todo lo que te he explicado antes era verdad.
—Sí, por supuesto. El experimento ha resultado exitoso. Y, además, ya tengo las conclusiones de mi estudio: o mi enfermedad se ha agravado, hipótesis que no conviene descartar, lo que incluye ver y charlar con un muerto o… increíblemente y por muy raro que parezca, todo esto que está ocurriendo es cierto.
…continuará…
Muy bueno!Cuanto cuesta desarraígar el prejuicio! el prejuicio de las facultades, que son sintomas de locura para muchos especialistas! seguiremos aprendiendo lo que desconocemos y reafirmando nuestras convicciones con esta interesante novela que cada día se pone mejor!
Pues sí, aún queda mucho camino por recorrer. Ese reconocimiento llegará con el progreso moral de los pueblos. Abrazos, Mora y gracias.
Agradável sintonia entre David e Alonso.
É necessária para aplicar a terapia sobre o Alonso. Beijos, Cidinha.