EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (4) El mayor deseo

6

—Pues de eso que estás deseando preguntarme. Se aprecia a distancia. No hace falta que disimules ni que te lo guardes más en tus adentros.

—Oye, ¿qué está pasando? —explicó David con un gesto de extrañeza en su rostro—. Ahora va a resultar que soy un ser completamente transparente al que cualquiera le puede leer el pensamiento. ¡Por Dios, qué poca intimidad para un muerto!

—Tranquilo. Cualquiera no va a poder acceder a tu mundo interior. Yo sí, para eso soy el profesor y quien te va a ayudar en esta nueva etapa; pero, perdona, que te he interrumpido…

—De acuerdo, Viktor. Se trata de mi deseo más prioritario. Si hace falta, te lo suplico: me gustaría volver a ver a Sandra y a Paula. Te lo ruego, dime que es posible cumplir con mi sueño.

—Pues ya tengo respuesta a tu demanda: me temo que, por el momento, eso no va ser posible. No estoy negando la oportunidad, simplemente digo que no podrá realizarse en el corto plazo. Comprendo tu contrariedad, pero creo que lo vas a entender.

—¿Entender? —respondió abatido el psicólogo—. ¿El qué, profesor? ¿Es admisible que alguien que acaba de decir adiós a la vida no pueda despedirse de sus seres más queridos?

—Solo puedo afirmar, que en las actuales circunstancias, esa posibilidad constituiría para ti un hecho desolador. No estás preparado, David; tus emociones se desbordarían y tu espíritu se quedaría enganchado a ellas. Eso, al fin y al cabo, supondría un estancamiento y no hay nadie en el universo al que le convenga ese estado, porque lo natural, es seguir con tu camino.

—Perdona por mi atrevimiento, pero si eso es así, como tú afirmas, yo prefiero quedarme estancado si con ello logro verlas y conversar con ambas.

—Comprendo tu razonamiento, amigo, pero tienes que estudiar las consecuencias de tu pretensión. Para ellas, el destino ha girado y ahora, tendrán que organizarse de otra manera. ¿Cuál crees que sería su reacción? Piensa un poco, porque todo está muy reciente y el efecto resultaría perturbador.

—Vale, trataré de ser más racional —comentó el psicólogo mientras que asentía con su cabeza como intentando tranquilizarse—. ¿Quieres decir que quizá en el futuro esa ocasión podría presentarse? ¿De veras? Contéstame, por favor.

—Insisto: no puedo confirmar esa hipótesis con total seguridad, colega.

—Pero, ¿por qué no? Pareces un tipo legal y además, sabio. Dame al menos la más mínima esperanza.

—Bella palabra, porque la esperanza, jamás muere. Mira, como estás entrando en un bucle de difícil salida, no voy a discutir más contigo de este tema. Eso me recuerda algo muy esencial, justamente para lo que me han enviado aquí, además de para informarte de tu estado. Por fortuna, tú te hallas más despierto que otros compañeros a los que había que darles más explicaciones. Eso sí, David, procura que las emociones no te cieguen ni te jueguen una mala pasada.

—Vaya por Dios, Viktor. Creo que te estás desviando de mis intereses. Mira, me estoy dando cuenta de una cosa. No eres aquí el único en pensar. Capto tu juego, profesor. Venga, adelante, dime lo que tengo que hacer para obtener ese merecimiento, es decir, el de contar con la oportunidad de visitar a mis dos seres más amados.

—Brillante, David. Siempre fuiste un individuo intuitivo; recuerda, eso te facilitó mucho tu buena labor profesional. La verdad es que me ahorras muchos argumentos. Eso se agradece siempre, porque así vamos adelantando el trabajo.

—Ya. Cualquiera diría que el más allá está para reposar tranquilamente. Como se suele decir en la hora más difícil, «descanse en paz». Sin embargo, aquí ya veo que el ritmo de trabajo no va a disminuir en absoluto.

—¿Pues qué esperabas, señor «terapeuta»? ¿Tocar el arpa como los angelitos de las películas? ¡Qué horror y qué aburrimiento! Me temo que no, colega. Eso sería un atropello a la razón.

—Estoy dispuesto a hacer lo que sea con tal de entrar en contacto con ellas. Sé empático, profesor. Si tú te encontrases en mi posición, ¿acaso no querrías hacer lo mismo que yo?

—Sin ninguna duda. Sé de lo que hablo. En mi último paso por esta tierra, no perdí a dos seres queridos, qué va, sino a toda mi familia al completo, pero no estamos aquí para hablar de mí, sino de ti.

—Disculpa, desconocía esa información. Cuánto lo siento, Viktor.

—Calma. Como ya habrás comprobado por tu caso y por esta conversación que estamos manteniendo, los espíritus somos inmortales. Es sencillo: nos enfrentamos a múltiples experiencias para acelerar nuestro crecimiento y nuestra evolución.

—Bien, concuerdo con tu explicación. Entonces, colega ¿qué misión debo afrontar? Ardo en deseos de saberlo para empezar cuanto antes.

—Muy bien. Alabo tu actitud, amigo. Te expondré el contenido de tu labor.

—Gracias de todo corazón, Viktor —expuso David mientras que apretaba sus puños en un claro gesto de ánimo.

…continuará…

6 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (4) El mayor deseo»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (5) El desafío de David

Mié Sep 22 , 2021
—Verás, David. No muy lejos de aquí, vive un hombre más o menos de tu antigua edad que precisa de tu ayuda. Fíjate, es tan simple como eso. —Por favor, precisemos ese concepto de «ayuda» —comentó el psicólogo mientras que arqueaba sus cejas—, porque se trata de un término de […]

Puede que te guste