David miró hacia abajo y fue incapaz de articular una respuesta sonora a la pregunta del profesor.
—No hace falta que me lo expliques, mi buen alumno. Puedo ver claro lo que hay en tu alma. No eres un crío como para que yo tenga que demostrarte la validez de ciertos principios. Tampoco constituyes una excepción y por tu forma de ser y por tus valores, sabrás encajar el orden de los acontecimientos. Mira, he tenido que luchar fuerte con personas que se habían distinguido por todo tipo de logros intelectuales, económicos o laborales y luego, cuando les tocaba pasar por la misma vicisitud en la que tú estás, se derrumbaban. Es uno de los riesgos que posee mi trabajo, tener que hacer frente a coyunturas de espíritus que no acaban de aceptar lo que les ha ocurrido, que desean mantener sus antiguos hábitos, sus antiguas rutinas, cuando ya no es posible porque han perdido su vehículo carnal. Pese a las dificultades que implica la tarea, yo acepté en su día ese trabajo, me preparé y adquirí experiencia con el mismo, en otras palabras, acepté el reto y aquí estoy contigo. Tengo más clientes como tú, cada cual con sus particularidades, mas doy gracias a Dios por haber depositado en mí su confianza.
—¿Eh? ¿Me estás diciendo que fue el Creador directamente el que te propuso esta actividad de guiar a los «muertos» en su nueva etapa?
—Ah, no. Disculpa por el malentendido. Muy pocas almas en el universo pueden relacionarse con Dios sin intermediarios y yo no estoy entre ellas. Aún no acumulé los suficientes merecimientos, pero mi intuición me dice que tengo su apoyo en mi trabajo. Con eso, para mí, es más que suficiente. El mundo espiritual está jerarquizado, David, hay un orden, como en cualquier otro «sistema». Este fenómeno es complejo, pero ya te anticipo que la posición de cada alma se asigna en base a sus conocimientos y sobre todo, por su capacidad para irradiar amor, que es la manifestación suprema de la voluntad divina. En fin, hablamos de asuntos que ahora mismo no están en tu agenda, pero que llegará el momento en que los abordarás. ¡Ah, por cierto! Fue alguien muy preparado, un profesor eminente, quien me propuso en su día encargarme de esta tarea. Todos tenemos nuestro proceso de iniciación.
—Mi futuro se pone interesante, profesor, aunque eso no cura mi nostalgia.
—Despedirte de tus viejas costumbres asociadas a un cuerpo de carne y hueso y especialmente, renunciar a las criaturas con las que has mantenido un intenso vínculo durante años es duro. No lo niego, no puedo desmentir ese dolor de los que mudan de plano, pero es el pasaporte imprescindible para abrirte a un nuevo camino que, a su vez, presenta sus propios desafíos. Supongo que no querrás pasarte meses y meses deambulando por Madrid como un pobre fantasma, nunca mejor dicho, alguien inmaduro y perplejo, agobiado porque se observa incapaz de romper con sus recuerdos, porque se percibe impotente para cruzar esa barrera que le separa de su posterior existencia.
—No, claro que no. Por mis conocimientos y por pura lógica, sé que eso supondría una tortura añadida a mi despedida del mundo físico. Existe una fuerte lucha entre mis emociones y la razón. Sin embargo, no creo que ese sea mi problema particular, sino el reto del ser humano desde que comenzó su paso por la historia.
—Pues sí. Demasiada razón, nos convertiría en máquinas. Demasiada pasión, nos haría retornar a un estadio instintivo y animalesco. Ambos aspectos son necesarios y deben combinarse armoniosamente. Haber dejado tu dimensión no implica necesariamente que hayas de desvincularte de todo esto. Poseemos lazos inmortales que no se pierden ni con el paso del tiempo. Simplemente, evolucionan. Tu huella por estas calles, por esta ciudad, siempre la llevarás contigo. Forma parte de tu aprendizaje. Hay más, mucho más registrado en el libro de tu biografía, pero no voy a ser yo quien te lo cuente. No es el momento, aunque la oportunidad llegará y habrás de estar preparado. Ahora, céntrate en tu cliente de carne y hueso. El beneficio que le puedes proporcionar con tu ayuda es enorme y él siempre te estará agradecido. Es más, en el futuro, te recordará como si fueses un elemento de su familia más íntima, tal vez el hermano o el pariente que le hubiese gustado tener en esta vida para sentirse apoyado y que por diversas razones, ahora no dispone del mismo.
—Es un dulce consuelo para mí saber que puedo dejar mucho amor por estos lugares. Es una sensación hermosa que tranquiliza mi conciencia y que me hace recapacitar sobre lo que resulta más esencial en la existencia de cualquier persona.
—Sin duda, querido hermano. Y ahora, me voy. Tengo otras labores pendientes. Lo bueno de ser espíritu, si tienes el entrenamiento adecuado y la voluntad precisa, es que el cansancio raramente hace su presencia en mí. Nunca se harta uno de ayudar al prójimo y créeme, David, que hay muchos «muertos» que necesitan de orientación y acompañamiento. Venga, te dejo disfrutar de este viento que se asemeja tanto al pensamiento humano, un viento que me acerca las voces de otros hermanos confusos, turbados, que emanan con sus ondas mentales peticiones de socorro. Es una brisa que alcanza mi rostro y que no precisa de palabras, porque contiene sentimientos. Te doy ánimos, David. Eres un buen pupilo y estás cumpliendo con los objetivos previstos para esta etapa de tu evolución. Su supieras la de espíritus con los que me topo en cada jornada… pero ya lo sabes por tu trabajo, mi ética profesional me impide darte más detalles. Respetemos las reglas. ¡Que nuestras almas progresen! Hasta la siguiente ocasión, señor psicólogo.
—Hasta la vista, profesor. No pierdas tu sabiduría nunca.
—Lo procuraré, amigo. Gracias.
…continuará…
Cuando las Almas ,Los Espiritus son los que hablan, cuanto destello de sabiduría irradian! Excelente enseñanza! Interesantisima novela!
Gracias por tu aportación, Mora. Feliz semana en grata compañía espiritual.
Eu que aprendi com esse fantástico capítulo. Estou pensando o quanto tenho que aprender, e isso me ajuda a lutar a cada dia para aprender um pouco mais.
Está claro que o apego não é bom e pode fazer-nos sofrer um monte. Grato, Cidinha.