—Pues ya te adelanto que con la cuestión terapéutica ocurre exactamente lo mismo. Sí, Alonso, no me mires así y no me hables de «putear» cuando resulta que, en estas circunstancias, es lo mejor para ti. Busca a esos padres a conciencia, no te hace falta ser descarado ni tampoco llamarles a gritos desde la distancia. Moderación, claro, pero siendo efectivo. Ve a su encuentro, ponte a charlar y vigila en todo momento tu interior, como si fueses un policía, controlando el curso de tus pensamientos, observando en cualquier instante el curso de los mismos. Ah, y nada de dejarte arrastrar por el desánimo o peor aún, la pasividad. No quiero pensar que todo lo que hemos trabajado lo va a ser en vano. No lo hagas por quedar bien conmigo sino por ti mismo. Hay mucho en juego y en estos pequeños detalles se deciden los pasos y el progreso de tu camino.
—Vale, vale, tranquilo. ¿Y qué se supone que debo decirles? A ver si por forzar la situación me van a tomar por un loco… lo que faltaba… Por eso, lo normal es que ni siquiera me bajo del coche y me quedo sentado esperando a mi hija.
—Ya, eso era antes, para protegerte de ciertos aspectos en tu torre de marfil. Ahora, todo eso cambiará. Basta ya de parapetos psicológicos que te impiden enfrentarte a tus problemas. No hay excusas, amigo. Te vas con tiempo suficiente, aparcas el coche con tranquilidad y luego, te diriges al grupo de madres y padres que esperan la salida de sus hijos. Tampoco te estoy pidiendo un esfuerzo supremo. Yo, hasta no hace mucho, también esperaba a las puertas de la escuela a mi hija Paula. Unos días me ponía a departir con otros padres y otros, no me apetecía o tenía prisa. Lo que no iba a hacer era evitarles por aquello del qué dirán. Debemos llegar a un punto en el que la opinión ajena no marque tu agenda, sino que seas tú mismo el que tomes las decisiones.
—Entonces ¿de qué hablo?
—Pues de lo que habla normalmente la gente en ese tipo de contextos, o sea, temas generales como el tiempo, la economía, los deportes, tal vez la política, eso sí, sin caer en las discusiones o los extremismos, que no se trata de eso.
—Bien, lo capto.
—Muéstrate a cada segundo consciente de lo que dices, mírales a la cara, espabila con tus comentarios y responde a lo que te pregunten, si surge esa circunstancia, siendo tan asertivo como lo fuiste este fin de semana. Además, no creo que alguno se vaya a poner tan arrogante como tu hermano mayor. Piensa que solo serán unos minutos. Si resistes, ganarás.
—¿Ganar? ¿El qué, David?
—Es muy sencillo. En cuanto te metas con tu Marina en el coche, darás un respiro profundo y largo y de repente, te sentirás el hombre más feliz del mundo. Eso se llama autoconfianza. Habrás cumplido con un deber contigo mismo y no existe mayor satisfacción que esa. Los problemas, como tu ansiedad, no se solucionan escondiéndote o huyendo en la dirección contraria. La única solución es atreverte con esas coyunturas que antes tratabas de evitar, enfrentarlas adecuadamente y observar cómo tu autoestima, que es ese valor que te asignas en el espejo, de pronto empieza a crecer.
—¿De veras piensas que será tan sencillo?
—Claro. Mi misión es motivarte y darte ánimos. La tuya, ejecutar el plan trazado. Comportémonos como adultos y no como críos asustados. Te enfrentas a las «A» de siempre, modificas en lo que sean necesarias tus «B» y a cambio, verás cómo te sorprenden tus «C». Te garantizo el éxito con esta simple receta. Ja, ja, vas a soñar con esta fórmula, pero de tanto repasarla, te la aprenderás de memoria. Mira, tal vez a otros le hubieses inspirado más pena o incluso le hubieses estimulado la paciencia. Siento decirte, por los motivos que ya conoces, que yo no estoy aquí para perder el tiempo. Por eso he de ser tan firme contigo. Es como si te estuviera haciendo un examen que sé que vas a superar. Bueno, ahora, después de tanta charla, te pido que vayas al frigorífico y que me traigas una buena cerveza para aclarar mi garganta. He de relajarme un poco después de tanta terapia contigo.
—Je, je, ya no cuela el truco, psicólogo, aunque esas reacciones de tu antigua existencia carnal no dejan de ser divertidas. ¿Sabes una cosa, David?
—Pues no.
—Me hubiese gustado cruzarme contigo en vida. Creo que hubiésemos hecho buenas migas. No sé si yo hubiese acabado en el diván de tu consulta, pero el simple hecho de conocerte, seguro que me habría ayudado un montón.
—Sí, quién sabe. Comparto tu opinión. Habría sido más que interesante, pero estas son las circunstancias y lo que hay. ¿Ves? Me ha dado un ataque de realismo. Será que poco a poco, conforme permanezco en mi nuevo plano, me voy a adaptando a lo que hay y en concreto, a la misión que debo desarrollar. Bien, aparte de estas bromas y especulaciones tan necesarias, debemos sincronizar nuestras agendas. Vamos a fijar un horario.
—Sí, claro. Lo tuyo es someterme a una «tortura» psicológica. No solo me explicas conceptos sino que además, me mandas deberes para casa. Estás hecho un buen profesor con tu único alumno. Un momento, que tengo el cuadrante de trabajo en el hospital para esta semana de Marina en un papel, junto al calendario que hay en la cocina…
Segundos más tarde…
—Bueno, David, a ti te da completamente igual la fecha; tienes libres todas las horas de cada jornada y solo a un paciente, ja, ja, ja…
—¡Eh! No te hagas el graciosillo, hombre. Como comprenderás, tu ironía no me afecta, pero sí me alegro de que te estés recuperando el tono del humor. Es una señal inmejorable de que las cosas van por buen camino. A un ansioso y un depresivo se les distingue precisamente por su falta de gracia… Y ahora, después de la diversión, fijemos día y hora para nuestro próximo encuentro. Recuerda tus deberes.
…continuará…
Obsrvacion sobre si mismo, debemos tomar nota para nosotros mismos. quien controla sus pensamientos y su actitud lleva ventaja
Sin ninguna duda, Mora. Todo eso ligado al «conócete a ti mismo» propugnado por Sócrates. Abrazos.