Pasado un buen rato y habiendo realizado un montón de tentativas, se dio cuenta de que ningún viandante se mostraba receptivo ni a sus palabras ni a sus gestos, por lo que, después de tantos esfuerzos, se sintió decepcionado y abandonó su pretensión. Al perder la motivación por hacerse distinguir entra aquella gente que le ignoraba por completo, desistió de seguir gastando su tiempo.
—«Estoy frustrado —admitió David—. Ya veo que da igual que uno esté vivo o muerto, porque las emociones continúan justamente donde estaban. Si no logras tus objetivos, te enfadas y yo, por ahora, lo único que he hecho es recibir desengaños. Ni siendo el más pesimista podía imaginar que este paso iba a resultar tan complicado. ¡Qué impotencia! Ahora entiendo mejor a todos esos pacientes que experimentaban dificultades de comunicación con el resto del mundo. Es justo lo que me está pasando. Quiero comunicarme y prescinden de mí, como si fuese una vulgar criatura invisible. ¡Bah! Están todos ciegos y sordos. Está claro que tendré que exprimir mis habilidades y actuar de forma más inteligente. No puedo perder el control de un modo tan fácil. Seguro que pensando, hallaré una forma adecuada de entrar en mi casa y ver a los míos. »
Estando ya en otoño y en la segunda mitad de noviembre, la noche cayó rápidamente sobre la capital, lo que incrementó la ansiedad de David al verse en una gran ciudad, incomunicado, donde, a esa hora, la mayoría de las personas trataba de regresar a sus hogares para volver con los suyos y descansar del bullicio diario.
«—Vaya asco —se dijo mientras que cerraba sus ojos y negaba con su cabeza—. La noche cae y yo sigo aquí, como si fuese un apestado que la gente elude. Por Dios, ni que tuviera una enfermedad contagiosa. ¿Qué, no existo para nadie? Bueno, me sentaré en aquel bar. He tomado tantas veces café allí. Conozco a los camareros, incluso al dueño. Nos llevábamos muy bien, normal, era cliente habitual. A veces, iba con Paula para que merendase allí. ¡Qué tiempos de felicidad aquellos! Enfrente de casa y con unas tartas para chuparse los dedos. Por eso mi niña insistía en venir los sábados por la tarde…»
Minutos después, David permanecía sentado en una de las mesas exteriores de aquella terraza. Era el único que estaba a la intemperie y comenzó a notarse incómodo.
«—Pues vaya aburrimiento, se han ido todos. Está empezando a caer el relente y el suelo se está humedeciendo. Seguro que después baja la temperatura. Y yo, yo, ¿será posible? Pero si estoy temblando, qué sensación más desagradable. ¡Caramba, David, céntrate y piensa un poco! No seas imbécil. ¿Cómo voy a notar el frío o la humedad si no tengo cuerpo? Bueno, claro, el cuerpo que tenía antes de estrellarme… porque figura sí que tengo. Ah, ahora lo entiendo. Lo que experimento es frío emocional, que no se sabe cuál es peor, si el que marca el termómetro de la calle o el interno de las personas. No hay que agobiarse. Lógico, ni yo mismo me explico qué hago aquí, completamente solo, despistado, desubicado, sin saber qué hacer. Hasta la cosa más simple, como entrar en mi propia casa, me resulta imposible. ¡Cómo no me voy a sentir mal! No soy de hierro, tengo sensibilidad. Cualquiera en mi lugar estaría igual o peor que yo. Gracias a Dios, debo ser un muerto con suerte, porque al menos, no se me han olvidado todos esos conceptos de psicología que aprendí y con los que me desenvolvía. Sí, eso es, la peor soledad es la mía, qué desazón y sobre todo, qué incertidumbre y qué desesperanza. Tranquilo, David, no vas a ponerte a chillar como un histérico. Eso no arreglaría anda. Esa es mi condena, podría gritar, pero… nadie me escucharía. Hay que razonar, buscar un punto de luz entre tanta oscuridad…»
Y pasó otro buen rato. Moviendo su vista nerviosamente, se fijó en uno de los relojes digitales que había por la calle. La hora marcaba exactamente las 22.00 horas y la temperatura era de 9º.
«¡Maldita sea! —exclamó el psicólogo—. Se me va a caer el pelo de tanto pensar y sin embargo, cuanto más me exprimo el cerebro, más confuso me noto. Será que estoy más nervioso de la cuenta y por eso, no me llega nada razonable al pensamiento. Mira que si entro en un ataque de pánico. Lo que me faltaba, toda una vida enseñándole a los demás a superar ese problema y yo aquí, a punto de perder el control. Más me vale relajarme, podría intentarlo a través de la respiración pausada, pero… si me he quedado sin pulmones… Vaya locura, mira que si me he vuelto loco ya y no me he dado cuenta.»
De pronto, cambió el argumento de esa conversación angustiosa que mantenía consigo mismo.
«—Ese Viktor me la ha jugado bien —expresó mientras que apretaba sus dientes con rabia—. Menudo personaje; en cuanto ha visto que yo le llevaba la contraria, se ha ido tan contento, como si le diese igual la situación en la que yo me quedaba. Creo que no le gusta que le contradigan. Seguro que es de esos profesores que exige obediencia a sus alumnos y que no te deja ni rechistar. Menudo tipo, me ha dejado tirado a las primeras de cambio. Y eso que dijo que había venido para ayudarme… ¡como para fiarse! Hay cosas que no cambian, da igual que te hayas muerto. Si algún día me cruzo en su camino, se va a enterar. Tendremos algo más que palabras. A las personas tan listas hay que pedirles un poco más de paciencia. Y mientras, yo, aquí, como un mendigo por la calle. Solo me falta sentarme en una esquina, coger un cartón y echarme en el suelo para dormir. ¡Patético! Dios mío, si al menos pudiese hablar con alguien, si pudiese desahogarme de esta pena que me invade.»
—¡Eh, David! —se escuchó de repente una voz en aquella hora intempestiva—. ¿Me has llamado? Verás, me ha parecido de lejos escuchar mi nombre. Claro, eso me ha preocupado y por eso he acudido hasta aquí.
—¿Será posible? Vaya con el profesor… ¿acaso me estabas espiando?
…continuará…
David, difícil querer algo e não conseguir, mas tenha paciência, você tem um professor adorável que vai ajudá-lo em sua nova morada, destino de todos nós encarnados.
Esperemos que sim, Cidinha.
David, tenha paciência, você tem um professor adorável que vai ajudá-lo em sua nova morada, destino de todos nós encarnados.