En el momento previsto para la siguiente sesión, una escena habitual se repetía en el salón de la casa de Alonso.
—Buenas tardes, señor Álvarez.
—¿Eh? ¿Ahora me vas a llamar por mi apellido?
—Je, je. Quería comprobar tu reacción. Ha sido graciosa la expresión de tu cara. Me ha recordado el trato con algunos pacientes que preferían ser llamados de ese modo. Ya sabes, pedían el trato de usted y no querían demasiadas confianzas con su psicólogo de cabecera. Y es que hay gente para todo.
—Sí, supongo. De todos modos, yo prefiero el trato más familiar. Me parece más cercano, más adecuado para una terapia como esta.
—Muy bien. Ya conoces la dinámica de nuestro trabajo. Primero, repasaremos la tarea programada y luego, pasaremos a otra fase de aprendizaje para asumir nuevos conceptos que deberás incorporar a tus pautas de comportamiento. Y recuerda que, cuando hablo de conductas, no me refiero solo a las observables por el ojo humano, sino también a tus pensamientos, porque el pensamiento, en última instancia, no deja de ser sino otra conducta que tiene una gran influencia en nuestra vida. Será inmaterial, no lo puedes tocar, es cierto, pero su peso resulta enorme en nuestras actuaciones.
—Estoy de acuerdo, David. Antes no contemplaba esa hipótesis, pero desde que estamos trabajando juntos, he aprendido a valorar su efecto. ¡Quién me hubiera dicho que toda esa verborrea que circulaba por mi mente podía tener tanto poder!
—Desde luego, ese ha sido uno de los grandes descubrimientos de la psicología moderna, aunque esto, como ocurría con los filósofos estoicos, ya venía de lejos. Lo único que se hizo fue incorporar todo ese conjunto de conocimientos a la ciencia, de modo que se pudiera convertir en una herramienta práctica para curar a las personas de sus trastornos mentales.
—Pues no sé si será por orgullo o por las ganas que tengo de reivindicarme, pero lo cierto es que estoy deseando contarte lo acontecido con esos caballeros que llenaron la cabeza de mi Marina de estupideces y preocupaciones que ni ella misma entendía, pero que intuía que no podían ser cosas buenas.
—¡Ah, fantástico, Alonso! Venga, conéctame con ese «mágico» momento.
—Lo más importante es lo siguiente: he perdido el miedo. Verás, antes evitaba el encuentro con esas madres y padres porque oía dentro de mí una vocecita misteriosa que me decía que así lo hiciera.
—Claro, era la voz de tu pensamiento causando estragos y boicoteándote.
—Tenías razón, David. Esas «B» son tremendas: «no te acerques a ellos porque te despreciarán, tú vales menos que ellos por tu enfermedad, aléjate, que no tienes ninguna necesidad de enfrentarte a sus críticas, te vas a sentir en inferioridad de condiciones, será mejor evitar el mal trago de una conversación que te genera ansiedad…». Así podría continuar hasta el infinito. Esos pensamientos circulaban como flechas en mi cabeza y me atenazaban tanto, que ese era el motivo por el que me quedaba en el coche, para huir de una situación que yo consideraba como peligrosa.
—Lo entiendo. Y entonces, ¿qué fue lo que ocurrió?
—Pues te vas a alegrar, porque seguí los consejos que me diste al pie de la letra. Poniéndole mucha voluntad y notándome nervioso, tragué saliva y me acerqué a esas personas. Confieso que me costó un buen sacrificio bajarme del coche, pero al final, esa misma decisión parece que me dio un buen impulso para seguir con el plan establecido. Conforme caminaba a su encuentro, me puse en alerta e iba analizando mis pensamientos, algunos de ellos muy estúpidos, y trataba de contraatacar, de rebatirlos a través de una aplastante lógica.
—Muy bien, Alonso.
—Bueno, en verdad, hice trampas.
—A ver, hombre, explícate.
—Es que antes de llegar al colegio de mi hija, estuve ensayando un montón de veces en mi imaginación cómo iba a ser mi comportamiento. Digamos que traté de llevar preparada mi reacción, para que no hubiese sorpresas intentando bajar mi nivel de angustia.
—Pero si eso es genial, hombre. Se llama «ensayo encubierto» y a muchas personas les viene de maravilla para facilitar la ejecución de sus planes. Caramba, qué grata sorpresa. ¡Con qué rapidez estás aprendiendo, amigo!
—Gracias, psicólogo. Mira, por un momento y conforme llegaba el momento supremo, creía que mi cabeza iba a estallar con tantos pensamientos y con tanto debate interno. Me vinieron incluso ideas de renunciar a todo, de huir de allí para refugiarme en el vehículo, de adoptar una postura fácil… pero aguanté el embate, escuché una voz que me indicaba que yo podía seguir adelante y… ¿sabes lo que hice?
—Estoy ansioso por conocer tu respuesta.
—Ignoré todos esos pensamientos negativos, me di ánimos a mí mismo, me dije que podía y cuando me di cuenta, tomé la palabra y saludé cordialmente a aquellos padres. Seguro que dije alguna que otra tontería, como en los taxis o en la cola del supermercado, pero conseguí conversar algo de temas generalistas, tal y como tú me indicaste.
…continuará…
Qué habrá pasado? Al menos ya podemos saber que sea lo que sea, Alonso salió triunfante y ha logradoaumentaro elevar su autoconfianza y su estima
Bueno, Mora, el mismo Alonso lo explic en el último párrafo. Se armó de valor, a pesar de sus miedos, y consiguió hablar con esos padres de los que antes se aislaba permaneciendo en el coche. Un gran triunfo por su parte. Abrazos.
Parabéns, Alonso muitas vezes ignorar certas atitudes é sabedoria. Você está se tornando um aluno exemplar.
Obrigado, Cidinha. Grato.