—Espera hombre, que no quería decir exactamente eso que has oído. No me creas tan idiota; me refería a que justo en este momento estás soñando. Tu alma ha salido de tu cuerpo, se ha desprendido de él, y se dedica a moverse por el espacio cercano. Es lo mismo que le ocurrió a mi vecino cuando me crucé con él, es decir, que había salido de su casa a dar una vuelta por la ciudad.
—No entiendo nada de nada.
—Ya te lo explicaré. Creo que este momento es el ideal para departir. Al menos no sentirás la presión de tu mujer, de tu hija o de quien sea. Te pido perdón por la intromisión, pero es que no he tenido ningún problema para acceder aquí. Venga, aunque sea tu hogar, te invito a sentarte y a que relajadamente, charlemos.
—Claro, si por hablar, yo no tengo ningún inconveniente —expresó Alonso mientras que se sentaba enfrente del psicólogo —. Así, a solas contigo, parece mucho más cómodo.
—Oye, te noto raro. Pareces más cordial, más receptivo. ¿Me podrías explicar lo que está pasando?
—Y ¿qué pretendes que te explique? No lo sé. Estamos aquí, solos, en un ambiente más distendido, sin posibilidad de que nos molesten. La última vez me sentía presionado. Estaba cansado del trabajo con los alumnos a los que doy clases particulares y además, aquí tenemos horarios muy estrictos. Debe ser la única manera para que esta casa funcione. Mi mujer es enfermera; le dijeron que, para mi trastorno, lo mejor era organizarme y aspirar a un contexto tranquilo y ordenado. Yo también lo pienso. Sin embargo, esas medidas también poseen inconvenientes. Por ejemplo, tu inesperada visita. Eso fue un factor que yo no esperaba, un hecho sorpresivo y por tanto, potencialmente desequilibrante. En otras palabras, que alteró el sosiego que yo necesito. ¿Me he explicado lo suficiente?
—Ya. Ahora lo comprendo todo mejor. No obstante, como buen observador, insisto en la pregunta de antes. En comparación a la otra visita, pareces una persona diferente, de otro talante.
—No, creo que estás errado. No soy una mala persona ni alguien grosero. Lo que ocurre es que, cuando me siento presionado, la irritación entra en mí y reacciono de un modo colérico.
—Empiezo a captar el motivo por el que me echaste de tu casa con tanta furia.
—Te pido disculpas si te ofendiste, pero es que no disponía de otra alternativa. Ponte en mi punto de vista, hombre. No quería que mi esposa me viese hablando con un espíritu. Mira, no quiero verme con una camisa de fuerza encima. Ya bastantes problemas tengo como para aumentar más la carga de Marina, diciéndole que estaba conversando con una criatura desconocida venida de no se sabe dónde y que se hallaba sentada en el salón de mi casa.
—Sí, sí, desde esa perspectiva, tu reacción fue más defensiva que otra cosa. Te estabas protegiendo para que ella no pensase que tus síntomas se habían agravado, que estabas experimentando alucinaciones al charlar con un muerto y que había que hacer algo urgentemente. De todas formas, quiero aclarar que no eres tú el único que nota la presión. Es verdad que cuando nos sentimos apremiados, las posibilidades de tomar decisiones erróneas se incrementan. Una cosa importante, Alonso: ¿tú recuerdas tus sueños?
—Pues no te podría decir con exactitud. Supongo que los importantes, sí.
—Bien. Ponme un ejemplo.
—Ahora que estoy haciendo memoria, hace unos meses ocurrió algo al respecto.
—Y, ¿de qué se trataba?
—Fue una pesadilla. Se trataba de la típica persecución en la que huyes de alguien que te persigue con malas intenciones, probablemente la de matarte. Al final, se acabó el camino por donde escapaba y llevaba tal velocidad en mi carrera, que no pude frenarme y terminé cayendo por un precipicio.
—Vale. ¿Y qué más?
—¿Te parece poco? Me había quitado de encima al perseguidor, pero me había lanzado al vacío. Es esa sensación tan horrible que te deja la angustia vivida, una huida que parecía ser real. De repente, me desperté del susto. Incluso estaba sudando. Sin embargo, como estaba tomando pastillas, me quedé dormido al poco tiempo. Ya no recuerdo nada más de esa terrible noche.
—Bien, buena explicación. Te lo he preguntado para comprobar si cuando te despiertes, recordarás algo de este encuentro.
—Mucho me pides, David. No tengo ni la más remota idea. A mí me gustaría, pero creo que eso no depende de mi voluntad. Haré lo posible, mas no te aseguro nada. ¿De acuerdo?
—Perfecto. Oye, voy a ser sincero. He estado pensando y me gustaría realizar un pacto contigo.
—Eso ha sonado a pacto entre caballeros. Soy una persona educada y prefiero los acuerdos a las discusiones. Te escucho, David.
—Gracias por colaborar. Te ruego que te pongas un poco en mi posición. Yo no hago esto por amor al arte, pero te aseguro que no voy a cobrar ninguna cantidad. Ya te puedes imaginar que, en mi plano, la moneda de curso legal no sirve absolutamente para nada. Según me han explicado, la única forma de que yo pueda despedirme de mi mujer y de mi única hija, es completando todo un proceso terapéutico contigo. Coincidimos en nuestra situación familiar; tú tienes a tus «dos» Marinas y yo, a Sandra y a mi Paula, mi mujer y mi niña.
—Ya veo que conoces a los míos.
…continuará…
Belíssimo pacto, entre psicólogo e paciente.
Espero que o pacto dure. Beijos, Cidinha.