EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (41) Alegría en la noche

6

Ese mismo día, en torno a las 22 horas…

—Mami, mami, ¿vienes ya?

—Ah, bien, esa es mi niña. Anda, dale un abrazo a tu mamá. ¿Ves como merece la pena esperar? Ya estoy aquí, a tiempo. Te leo un cuento y a dormir ¿vale? ¡Ay, Marina, para ya un poco! ¿No estás demasiado alterada para la hora que es?

—Sí, a lo mejor no te lo crees, pero es que papá me ha contado un chiste. Ha sido muy divertido. No sé lo que pasa mamá, pero nunca lo había visto tan contento.

Pasados unos minutos y con la pequeña de la casa ya descansando en su cama…

—Bueno, Alonso. A ver si me gusta lo que has preparado de cena. En fin, ¿has oído la reacción de la cría?

—Pues sí, la he escuchado.

—¿Y? ¿Me puedes explicar a qué se debe esa repentina alegría? ¿No decías que habías perdido la capacidad para recordar un chiste? No salgo de mi asombro, cariño.

—Vale, vale. Yo te lo explico, pero no exageres.

—Claro que no. Lo que ocurre es que llego a mi casa y me encuentro con mi hija diciéndome que su padre está como eufórico, vamos, como si le hubiese tocado la lotería. En fin, que te has dado el lujo hasta de contarle un chiste. Ya sabes lo que sucederá mañana: toda su clase conocerá el chiste que su padre le ha contado. Curioso ¿no? Ya sabes cómo es tu niña, más extrovertida y habladora, imposible. Y luego, para rematar el día, entro en la cocina y huele de maravilla. Parece que has asumido el rol de chef. Me estás contagiando ese entusiasmo, Alonso, pero necesito saber si ha pasado algo especial. ¿Lo entiendes, verdad?

—Es que tampoco puedo inventarme un argumento que justifique mi reacción, Marina.

—Un momento, no soy doctora, solo enfermera, pero… te noto extraño. Por favor, échame el aliento. ¿No habrás bebido, verdad? Tus pastillas y el alcohol son enemigos irreconciliables.

—¡Ay, por favor! No seas ridícula, que pareces un policía municipal de Madrid haciendo un test de alcoholemia. Ya soy mayorcito para conocer lo que debo hacer y lo que no me está permitido. Además, llevo años sin probar una gota. No me conviene.

—Vale, señor, no quería ponerte a prueba. Confío en ti. Sin embargo, conozco tus rasgos y tu mirada. Ya sabes que soy una buena observadora. ¿Qué ha ocurrido esta tarde? Ah, ya, seguro que algún padre o madre te ha felicitado por las clases particulares que le das a su hijo. O, te han llamado por teléfono y te han dado una excelente noticia.

—Que no, mujer…

—Perdona que sea tan pesada, pero tu estado de salud me importa. Además, ¿por qué sonríes? Dios mío, hace tanto tiempo que no veía ese gesto en tu cara… Me tendrás que pellizcar para que salga de este sueño. Venga, suéltalo ya, que después de tantas horas en el hospital voy perdiendo la concentración.

—Pues insisto, Marina. Te lo juro por la niña. Quién sabe, tal vez me haya acordado de repente de la inmensa suerte que tengo al vivir con dos tesoros en esta casa que llevan el mismo nombre y que comparten el mismo carácter. ¿Será por eso por lo que me siento más contento?

—Vale, a lo mejor se debe a eso. En fin, no seré yo la que rechace un elogio tan hermoso y que te ha salido del corazón. La niña es muy lista y perspicaz. Haciendo uso de mi orgullo, te confieso mi alegría porque haya salido tan parecida a su madre. Espero que no te moleste mi comentario.

—Pues claro que no. Soy el primero en admitirlo. Bueno, ¿cenamos? Venga, siéntate, que yo te sirvo.

—Caramba, pues sí que la noche se ha puesto interesante —expresó la mujer mientras que arqueaba sus cejas—. ¿Qué tenemos de menú en la cocina? Me tienes ansiosa por probarlo.

—¿Ah? Sorpresa; ahora mismo te lo traigo.

*******

Transcurridas unas horas, dos seres se encontraban de madrugada en una de las plazas más céntricas de la capital.

—¡Eh, mi buen alumno! ¿Cómo tú por aquí? Hay que ver lo que te gusta pasear por esta zona.

—Es cierto, Viktor. Gracias por comparecer cuando uno menos se lo espera. Todo este barrio es importante para mí. Representa algo especial, pues es el distrito donde nací y donde me crie. Uno tiene querencia por los buenos recuerdos asociados a la propia infancia. Tranquilo, profesor, que ya sé que no puedo entrar en mi antigua casa, por ahora. No lo voy a intentar hasta que llegue el momento propicio. Sin embargo, hoy me observo satisfecho. Creo que he hecho algunos avances con mi paciente. Supongo que estarás al corriente. ¿Verdad?

—Claro que sí, David. Te leo el pensamiento y en ese pensamiento se haya contenido todo lo que ha ocurrido esta tarde. No obstante, prefiero escuchar el relato de lo acontecido de tus propios labios. Como encargado, mi objetivo es atender a tu progreso. Soy tu tutor en estas interesantes prácticas, no lo olvides.

…continuará…

6 comentarios en «EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (41) Alegría en la noche»

  1. QueAlegría Por Los Progresos Alcanzados por David, Alonso! que bueno! no ha sido facil, pero al final valió la pena por la nueva actitud de Alonso

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

EL PSICÓLOGO DEL MÁS ALLÁ (42) Congeniando

Sáb Ene 29 , 2022
—¡Ah, pues muy bien! Entonces, profesor, ¿qué te ha parecido la sesión de hoy? Lo más importante, desde mi punto de vista, es que hemos logrado congeniar. Eso ha propiciado algún avance. ¿Te lo puedes creer? —Sí, claro que lo creo. Ya te dije que no debías minusvalorar tus capacidades. […]

Puede que te guste