—Faltaría más, señor, pero, por favor, no se extrañe —comentó León como queriendo buscar una excusa ante su jefe—. Se trata de mi novia. Ella se llama Sonia y desde que la conozco, siempre ha tenido un don especial.
—¿Un don especial? ¡Vaya, qué interesante! Hay muchos dones por ahí sueltos, según parece. Hasta los políticos dicen haberlos desarrollados. ¿Podrías ser más específico?
—Claro que sí. Verá, cuando yo llegué aquí destinado, un día y sin saber por qué, fui a un bar cercano a almorzar y mire usted por dónde, me encontré con ella, nuestras miradas se cruzaron y ya esa misma tarde, noté que existía una conexión especial entre los dos. Sonia es la dueña de ese local, del café Ágata, no muy lejos de aquí.
—¡Ah, qué romántico! Si parece el argumento de una novela de amor. No obstante, no me has respondido a lo de antes. ¿Cuál es ese don que posee tu novia, muchacho?
—Uf, no es fácil de explicar, señor. Tampoco quiero hacerle perder su precioso tiempo con historias asombrosas que posiblemente crea que son fantasías de una mente muy imaginativa.
—Lo que creo es que juzgas demasiado rápido mis intenciones. No vas a salir de este despacho hasta que te expliques. Vamos, seguro que no se trata del mayor secreto del siglo XX.
—Está bien, seré más concreto. El primer día de nuestro encuentro, tras pedirle el menú y a la hora de servirme, ella tropezó en el suelo y me echó sin querer una cerveza por encima y… al tratar de limpiarme… pues me tocó… y ahí empezó todo.
—Venga, hombre, qué forma más rara de describir ese acontecimiento. Me temo que has pasado de una novela de amor a un relato de misterio. Y ¿qué es eso que empezó según tu versión?
—Pues eso, que esa mujer, sin conocerla absolutamente de nada ni haberla visto antes, me retrató. Créalo; solo con rozarme la piel, Sonia ya sabía por qué yo había viajado hasta aquí y los motivos por los que había decidido abandonar mi tierra hasta doblar el mapa. Como confío en usted, le contaré un secreto…
Mientras que León bajó el volumen de su voz, inconscientemente, se acercó unos centímetros hasta el rostro de don Hipólito como aquel que desea transmitir una información confidencial…
—Caramba, admito que estás logrando captar mi atención, chico —acertó a expresar el Delegado mientras que arqueaba sus cejas—. Adelante, habla.
—Mire, antes de venir a esta Delegación, yo tuve un desengaño amoroso muy fuerte. No entraré en detalles de esa historia para no distraerle, pero… ¿se puede usted creer que esa joven que acababa de conocer a unos metros de aquí, ya sabía todo lo que me había ocurrido con mi anterior novia? ¡Y solo con rozarme ligeramente, que es lo más inconcebible de esta historia! ¿Se puede imaginar la cara con la que me quedé? ¿Cómo habría reaccionado usted? ¿Con sorpresa o con pavor?
—Ah, pues no tengo ni la menor idea. Hoy en día, se ven cosas tan raras que uno ya no se sorprende de nada.
—Sí, desde luego. En cualquier caso, aquella experiencia a mí me dejó desarbolado, sin capacidad de respuesta. Visto lo visto, había algo que me atraía irremediablemente hacia aquel café. Tal vez fuese por la intensidad de ese encuentro o quizá por el interés por aquella joven; de todas formas, volví a ir para comer y para tomar una copa y ya no pude resistirme. Al poco, me di cuenta de que mi corazón deseaba verla, profundizar en su misterio y confirmar aquel flechazo inicial que sentí.
—Hum, un relato muy acorde a tu juventud y a la fuerza de un enamoramiento súbito. ¡Qué bonito es el amor, León! ¿No lo piensas? Surge como una chispa caída del cielo que enciende un fuego eterno.
—Sí, señor. No puedo estar más de acuerdo. Discúlpeme, pero le noto los ojos como vidriosos, como si mi experiencia le hubiese causado un impacto.
—Ya, uno no es de piedra, a pesar de mi edad. Son cosas íntimas, recuerdos personales que a nadie interesan. En fin, gracias por tus explicaciones. Venga, ponte de pie y márchate, que estoy muy ocupado. No perdamos de vista lo esencial: aquí se viene a trabajar, no a perder el tiempo con la narración de intimidades.
—Sí, ya me voy. Tiene usted razón. Perdone si le he incomodado, pero creo que esperaba una explicación sobre la pregunta tan extraña que le hice antes. Por cierto, ¿podría darme una respuesta? Es que si me voy a casa sin confirmación, mi novia me va a abroncar. Si la conoceré yo.
—Ah, pues es verdad; con tanto misterio, es cierto que no te he contestado. Pretendes evitar su reproche, es lógico. Pues bien, comunícale que yo no tengo nada que ver con esos espíritus de los que hablaba ni con ese más allá que citaba. ¿Qué? ¿Ya más tranquilo, chico?
—Bien pensado, no lo sé. Si le soy sincero y atendiendo a la petición de Sonia, fíjese, pensaba que me iba a responder de forma afirmativa. Es que verá, no quiero pecar de exagerado, pero es que ella nunca se equivoca con sus presentimientos. Me temo que lo que pensaba es que usted confirmase sus sospechas de que existiría algún tipo de vínculo entre usted y ese mundo tan enigmático que ella maneja. De veras, si la conociera, no tendría dudas al respecto. Es tan especial que…
—¿Tan intuitiva?
—Sí, justo eso. Lo que pasa es que yo me he acostumbrado, pero al principio, era una sorpresa detrás de otra. Forma parte de su personalidad, ella es así.
—Ya. Pues dile eso de mi parte. Si lo que esperabas era una confirmación a su hipótesis, siento decepcionarte. Y ahora, vuelve a tu puesto de trabajo, que ya llevamos bastante tiempo de charla.
—A sus órdenes, don Hipólito. Le comunicaré a mi novia justo lo que usted me ha dicho. Con su permiso…
—Muy bien, León. Eso es todo.
…continuará…
A pergunta de León, deixou Dom Hipólito encabulado.
Temos que ver qual é a relação entre essa pergunta e o Hipólito. Beijos, Cidinha.
Com certeza. Tal relação estou curiosa em saber porque estou imaginando «N» relação.
Dará você certo? Ótima semana, Cidinha.
Pienso que no todo el mundo es tan abierto y que puede ser que Hipolito solo está defendiendo su mundo interior o que quizá sea tan materialista que no vé lo que es esencial
Pues el jueves quizá ya tengamos una respuesta a ese enigma que planteas, Samora. Besos.