SONIA Y LEÓN (44) La verdad, solo la verdad

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—Vale, ya veo que mantienes el discurso de la refutación. Mira, estoy sentada en tu cama, tal vez yo sea un poco paranoica, pero estoy convencida de que mi cabeza funciona bien y de que he tenido una infinita paciencia contigo. ¡Joaquín! Te quedan treinta segundos… tú decides… o lo tomas o lo dejas, o peor aún, quizá todo esto te dé igual…

Cumplido el plazo dado por la joven, esta se incorporó con energía, se puso el chaquetón y abrió la puerta del dormitorio. Miró fijamente a su novio, a modo de despedida y en esos momentos de tensión, dos lágrimas descendieron por el rostro de Joaquín. En el último instante, justo cuando Carmen se disponía a salir para siempre de la habitación y por ende, a romper aquella relación de años de compromiso, una voz entrecortada se dejó oír.

—Espera, mujer, por favor. Siéntate.

—¿Esperar? ¿A qué? ¿A tu próxima aventura?

—Permíteme una última oportunidad de desahogarme contigo y poder contarte la verdad. No lo hagas por mí, sino por todo este tiempo de noviazgo que hemos pasado juntos. Me siento tan arrepentido…

—Está bien; en tu tono se aprecia una señal de franqueza que hacía meses que no observaba. Si empiezas con tus excusas y con tus trampas verbales, me iré, esta vez definitivamente, porque no merece la pena estar envuelta en una relación con un hombre en la que abunda la desconfianza, al menos por mi parte. Medita, porque yo jamás te di motivo de sospecha.

—No evitaré hablar ampliamente de lo sucedido, te lo prometo. Te contaré toda la verdad de lo que ocurrió hace dos semanas. Luego, una vez que me escuches, entenderé tu reacción así como la decisión que vayas a tomar sobre nuestro futuro.

—Me parece bien. Empieza a explicarte y a encajar todas las piezas del puzle.

—No hace mucho, ya sabes que cambié de gimnasio, porque el último al que iba había dejado de gustarme. Al cambiar de propietario, desapareció el antiguo personal y colocaron a otros que no tenían mucha idea del asunto. Eran unos novatos y la calidad del servicio ofrecido a los clientes, se resintió. ¡Qué poco profesionales! Además, el nuevo estaba más cerca de casa, con lo cual, tardaba menos tiempo en llegar.

—Eso ya lo sabía, Joaquín. Ve al grano o me cansaré de oír argumentos absurdos que nada tienen que ver con la paliza que recibiste.

—Es que tiene relación directa con ese incidente. Verás, a los pocos días de estar allí, conocí a una mujer que como se suele decir, me entró por los ojos. Te pido disculpas por no haberlo reconocido. Me volví loco, me entró un impulso irrefrenable, un ardor que me envolvía y aquello fue mutuo. Ella trabajaba allí como administrativa, entre otras cosas, porque el dueño del local era su marido. Poco a poco, nos fuimos abandonando a la pasión, sin pensar en las consecuencias fatales que ese arrebato podía suponer.

—¡Dios! ¡Qué desgraciado eres, Joaquín! —interrumpió con indignación Carmen—. Me voy a contener para saber el fin de esta historia, pero eres un impresentable. Con razón desconfiaba yo hasta de tu sombra.

—Solo pretendo decirte la verdad. Te ruego que me dejes llegar hasta el final. Tú querías saber los detalles de este asunto y yo te lo estoy aclarando, sin ocultar nada. No tengo nada que perder y lo mejor para mí, en estos momentos, es confesarlo todo. Una vez que he comprobado tu determinación, mi conciencia se ha retorcido por dentro. Vale, continúo. Un día, debido a la intensa atracción que sentíamos, tomamos una decisión: debíamos tener un encuentro más íntimo donde pudiéramos dar rienda suelta a esa locura que nos había golpeado. A la mañana siguiente, su marido no iba a estar en la ciudad porque tenía que viajar a no sé dónde a resolver unos papeles. Como ella tenía las llaves del gimnasio, quedamos en encontrarnos allí, porque a la hora de comer, las instalaciones estarían cerradas al público. Sin testigos, todo sería más fácil y la discreción resultaría perfecta. Si me preguntas, no tengo ni la más remota idea de por qué, de repente, su esposo apareció por allí como un rayo y nos sorprendió en los vestuarios. Ya conoces su brutal reacción en cuanto nos vio. Eso fue todo, paliza incluida. No podía ni moverme ni pedir ayuda. Encima, perdí el conocimiento. Tengo la corazonada de que ella, ante el espanto y el miedo por lo que presenció, fue la que llamó a urgencias, pues debía estar convencida de que me mataría. Solo te puedo decir que su marido, además de dueño del gimnasio, era todo un experto en “Fullcontact”. Si no me mató en aquellos instantes de ofuscación, fue porque se asustaría o qué se yo, porque pensaría que si continuaba golpeándome acabaría en la cárcel. Ahí se acabó todo. No he vuelto a tener noticias de esa mujer ni de ese hombre y por supuesto, quiero olvidarme de ese lance cuanto antes. El dolor y las lesiones me han hecho escarmentar durante mi estancia en el hospital. No puedo añadir ni una palabra, porque no hay más.

—¡Qué sinvergüenza! Al final, tuviste tu merecido y la vida te castigó por esa ligereza que siempre tuviste en el trato con las mujeres. Con razón no querías denunciar, para no verte atrapado en un feo asunto y tener que confesar toda la verdad, no solo lo que a ti te interesaba ocultar. Vaya con el amante que fue a por lana y salió trasquilado. ¡Anda, que no tenía yo razón! Y tú, venga acusarme a mí de paranoica. Menos mal que no me convenciste del todo y al desconfiar, te has visto entre la espada y la pared y por eso no has tenido más remedio que admitirlo todo, miserable. Perdona que te lo diga, pero cómo me alegro de lo que te pasó. ¡Qué decepción más grande, aún peor de la que preveía! Me das asco, Joaquín, ni se te ocurra acercarte a mí.

—Por favor, Carmen, no te vayas. He estado meditando estos días en la cama. Aunque no me creas, he llegado a una conclusión.

—Ah, sí, ya veo por dónde vas. Ahora dirás que la paliza te ha hecho cambiar de postura y contemplar la vida conmigo desde otra perspectiva. ¡Permíteme que me ría, golfo!

…continuará…

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Jue Feb 11 , 2021
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