Dos jornadas más tarde, se escuchaba el sonido del timbre que daba acceso a aquella vivienda que Sonia habitaba desde hacía ya un tiempo.
—Adelante, joven, no seas tímido. Entra en casa. Anda, dame dos besos, que seguro que conozco a alguien de tu familia que debió pasar por mi antiguo café.
—Pues es más que probable, señora —respondió el periodista mientras que sonreía—. Quién sabe, fueron muchos los años que estuviste de servicio al público. Por cierto, Sonia, aquí tienes mi acreditación, tal y como te prometí. Ya ves que el tío de la foto coincide conmigo.
—Qué va, qué va… ¡Qué más quisiera el de la foto parecerse al hombre que tengo delante! Ja, ja, estás mejor en la realidad que retratado.
—Genial, me haces reír. Qué buen sentido del humor tienes, Sonia. A tu edad, muchos se vuelven huraños y hasta desconfiados.
—Eh, tú, que no soy tan vieja, lo que pasa es que he vivido intensamente y como te dije por teléfono ¿por qué estar enfadado o quejumbroso? Nos iría a todos mejor con un ligero toque de simpatía hacia el prójimo, aunque tampoco haga falta llegar a la santidad. Eso lo dejaremos para más adelante.
—¡Qué razón tienes, mujer! ¡Sabia reflexión!
—Bien, antes de sentarnos y empezar con la entrevista ¿qué te apetece tomar?
—Pues está claro: un buen café. Sé que eres experta en el tema y seguro que lo preparas de maravilla.
—Claro, desde luego. No será por falta de experiencia. Mira, te doy a elegir. Tengo arábigo, robusta, mezclas, lo que quieras.
—Pues si puedo escoger, tomaré un expreso de arábigo.
—Sí señor, buena elección. Tenemos gustos parecidos. Yo nunca perdí mi pasión por el café. Entonces, lo compartiré contigo. Qué cosas ¿verdad? Ahora va todo con estas cápsulas. Por supuesto que sabe bien, pero en mi época, hacer un buen café no era tan fácil ni tan rápido como hoy en día.
—Ah, eso seguro. Lo que ocurre es que, al estar en el siglo XXI, pues parece que todo debe funcionar diferente. Cosas de la tecnología.
—Sí, no lo pongo en duda. Hay que adaptarse a lo que va llegando, pero eso sí, sin tener que renunciar a las buenas tradiciones. Venga, Darío, sentémonos allí y comencemos con nuestro trabajo. Tengo la impresión de que esta tarea no va a ser tan corta como imaginábamos.
—Verás, Sonia, ni yo mismo sabría por dónde iniciar las preguntas. No sería mala idea que tú misma me ayudases a orientarme. Eres famosa, la gente aún te recuerda con cariño, pero todo eso no deja de ser el testimonio de otras personas, a veces incompleto, en otras, exagerado. Creo que me entiendes. En otras ocasiones, los datos que he recabado de ti están faltos de detalles. En definitiva, considero que no existe una mejor forma de atender a la verdad informativa que la de preguntarle a la propia protagonista de esta historia. ¡Y esa eres tú, precisamente!
—Es un buen razonamiento. Has dado en la diana. Eso sí, tendrás que fiarte de mí, porque yo te voy a hablar de mi biografía y de todo aquello por lo que pasé.
—Tranquila, que me fío. No tengo la menor duda de que todo lo que me vas a contar es veraz. Vamos ya con esos recuerdos importantes de tu existencia, con tus inquietudes, con ese mundo en el que viviste…
***
En aquel soleado día de primavera, allá por finales de los años 70, un desconocido entró en un local llamado “Café Ágata” y tras efectuar un recorrido visual de la sala, decidió sentarse en una mesa que estaba libre, junto a la pared. Tras quitarse el jersey que llevaba puesto, se quedó en mangas de camisa y se puso a hojear un periódico que alguien había dejado sobre una silla cercana. No le había dado tiempo ni siquiera de pasar la primera página cuando una mujer se le acercó.
—Buenas tardes, caballero. Mi nombre es Sonia González y soy la dueña del local. ¿Es la primera vez que vienes por aquí?
—Pues sí. He visto fuera el menú que teníais para comer y me ha parecido interesante. Pero… ¡qué joven eres para la responsabilidad de dirigir este café!
—Ah, no te preocupes por eso. Aquí es la norma. Además, tú no eres mucho mayor que yo. Mira, la cocinera y la camarera también son jóvenes como yo y como este lugar tampoco es demasiado grande, pues nos apañamos bien entre las tres. En resumen, solo mujeres y solo jóvenes.
—Vale, ya me doy cuenta. Entonces, tomaré el menú que anunciáis en la tabla que está junto a la puerta.
—Ah, muy bien. Quiero que sepas que cuando un cliente viene por primera vez al café, yo soy la que le atiende. Es… como una deferencia hacia la persona que llega nueva y que no conoce todavía la forma de trabajar aquí. Si repites, es decir, si acudes de nuevo, lo más seguro es que te atienda otra de las compañeras.
—Ah, pues muy agradecido por el trato. Empezamos bien… eh… Sonia.
—¿Y qué te apetecería para beber?
…continuará…
Amigo, interessante penso que será um sucesso e de aprendizado.
Obrigado, Cidinha. Boa semana.
Hola colega, me gusta lo que acabo de leer, va delineándose una interesante trama y supongo que el enfoque y el desarrollo así lo demuestran. Te deseo el mayor de los éxitos y siempre adelante amigo!
Muchas gracias por tu comentario, Flavio. Espero resulte de tu gusto. Abrazos.