SONIA Y LEÓN (27) Enigma sin resolver

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—Claro, Sonia. Se me hacía difícil vivir con esta incertidumbre que me consumía por dentro. Él me expresó claramente, antes de morirse a los dos días, que el lugar donde le habían dado aquel consejo era un café llamado Ágata. Fíjese en que no he tardado demasiado en venir aquí. Está claro que lo que usted me ha contado respecto a lo sucedido no varía en nada con la versión que mi esposo me dio. Solo puedo estarle agradecida y disculpe si la he incomodado con esta historia y mis preocupaciones.

—Al revés, señora. Yo soy la que le estoy agradecida. A día de hoy, no sé ni por qué le lancé a su marido aquel mensaje de advertencia, pero ya ve que no me he inventado nada. Fue algo inconsciente que surgió, incontrolable, una de esas intuiciones aisladas que nos viene al pensamiento y que probablemente no se repita más a lo largo de mi vida.

—Pues entonces le tocó el turno con mi Miguel. Ahora, mi existencia deberá continuar sin él. Lo dicho, me resigno, porque estoy segura de que todos entramos y salimos de este plano cuando nos toca. Al menos, señorita, esta pequeña charla ha servido para despejar mis dudas. Me voy serena. Buenas tardes y que tenga un buen día.

—De nuevo mis condolencias. Le deseo lo mejor, María.

—¡Dios mío! ¡Qué fuerte! —exclamó León que había permanecido todo el tiempo con su atención puesta en las explicaciones de la joven—. Mientras que hablabas con esa mujer, algo se te debió remover por tu interior. Su visita, sus preguntas, demostraban lo acertado de tu predicción. Esa visión tan impresionante que tuviste al apretarle la mano se confirmó por completo. Es que acertaste incluso en la forma de morirse que tuvo ese tal Miguel. Una cosa, Sonia. ¿Cuál fue tu reacción en cuanto esa viuda se fue de tu local?

—Pues ya te la puedes imaginar. Me sentía confusa, intentando poner un poco de orden en mi cabeza. Al mismo tiempo, noté cierto temor y la piel se me puso de gallina. Estaba tan nerviosa que aprovechando que allí no había en ese momento ningún cliente que atender, les dije a mis dos compañeras que me escuchasen un momento porque tenía algo que contarles.

—Bueno, ¿y qué te comentaron cuando oyeron tu asombrosa historia?

—Pues nada especial.

—¿Cómo que nada especial? Precisamente, lo sucedido, había sido algo muy especial, algo que no se produce todos los días.

—Ya. Sin embargo, en cuanto terminé con mi relato, Elisa se quedó pensativa y al poco, ella, siempre tan lanzada y tan ocurrente, me dijo que existía una forma muy clara y directa de desentrañar aquel misterio. ¿Sabes lo que hicieron las dos camareras?

—Ni idea, Sonia.

—Fue muy sencillo. Me dieron la mano varias veces y como en ese momento no pasó nada de nada, pues rápidamente se olvidaron del tema y siguieron con sus tareas.

—Ya lo entiendo. Fue un razonamiento de lo más simple: si con nosotras no sucede nada, a pesar de repetir el experimento, es que entonces, eso no tiene mucha importancia. ¿Y nunca atribuiste ese fenómeno al azar? Veamos, por ejemplo; un día puedes sentir una corazonada para comprar un número en la lotería y luego, compruebas que ese boleto ha sido premiado. Sin embargo, eso no implica necesariamente que ese golpe intuitivo se vaya a producir en el futuro.

—¿De veras que piensas que fue así como aconteció?

—No sé, no estoy seguro. He hablado de ese modo como para hallarle una explicación fácil a ese asunto del infarto que le dio a ese señor. Pero está claro que no es así, porque ese tipo de presagios se ha vuelto a repetir. Justamente, estaba recordando lo ocurrido entre nosotros el primer día que nos conocimos, aunque por suerte, no tuvo nada que ver con una posible muerte y en verdad, fue un viaje hacia atrás, hacia mi pasado más reciente.

—Sí, menos mal, León. Lo cierto es que el hecho de que mis dos compañeras no le diesen mucha importancia a aquello contribuyó a que yo me relajase.

—Oye, tengo una duda por la que no puedo dejar de preguntarte. Una vez terminado aquello, ¿se ha vuelto a repetir ese hecho de intuir el fallecimiento de alguien?

—Gracias a Dios, no. Y siendo sincera, le pido que no vuelva a pasar, porque se trata de una experiencia que te deja descolocada, por decirlo de un modo suave. Con lo mal que lo pasé, no me gustaría.

—Sí, tienes razón, qué alivio. Eso me habría preocupado. Yo no quisiera tener ese don. No creo que resultase agradable. ¿Qué opinas tú?

—Creo que te lo comenté al poco de vernos, León. Y si no, te lo digo ahora. Después de más de un año con esta capacidad, aún no he logrado descifrar el enigma de su porqué, la razón por la que surgió y llegó para quedarse. No es un asunto baladí, ha de tener una explicación, pero yo me veo inexperta como para responder a esa pregunta. Quién sabe… por este lugar pasan cientos y cientos de clientes. A lo mejor, el día menos pensado, entra por esa puerta alguien que me ofrece una descripción adecuada de lo que me ocurre y me da la clave para entenderlo. En fin, habrá que tener paciencia.

—Cierto, tendremos que esperar.

—Dispongo de todo el tiempo del mundo, mi amor. Tampoco debo obsesionarme con este tema. Este trabajo me ocupa un montón de horas y además de eso, desde este fin de semana, tengo a mi lado a una persona por la que interesarme, alguien a quien ofrecerle mi corazón. ¿Qué, cómo te has quedado?

…continuará…

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