—Pues no te lo vas a creer, León, pero a pesar de la tensión del momento y de que aquella visión solo duró unos segundos, me dio tiempo para hacerle un breve comentario sobre lo que yo experimenté. Ese señor me contempló como indispuesta y por eso, se dispuso a ayudarme porque me notaba mal. Yo no sabía ni qué responderle y le dije, para salir del paso, que estaba como mareada. Tras sonreírle ligeramente, y al verme como recuperada de aquel pequeño susto, el cliente se dirigió hacia la puerta para marcharse y cuando estaba a punto de salir, se tuvo que detener porque yo le llamé en voz alta. Recuerdo muy bien aquel corto diálogo, pues fue el primero de este tipo que mantuve con una persona, el primero de tantos que vendrían después. Por eso, me resulta imposible de olvidar:
—¿Qué ocurre señorita? ¿Me he dejado algo en la mesa y viene usted a devolvérmelo? A veces tengo unos despistes…
—No, señor —le respondí—. Espero que no se moleste, simplemente quería comentarle algo que he observado.
—Pues dígame, que ya llego tarde a una reunión prevista.
—Por favor, tiene que acudir a la consulta de un médico cuanto antes.
—¿Cómo dice? —preguntó el hombre con gesto de extrañeza—. Oiga, que yo estoy más sano que un roble.
—Claro, eso debe ser lo que usted piensa. De todas formas y si no le importa, haga lo que le he dicho y no se demore. Es por su salud, se lo aseguro.
—Un momento, ¿qué está pasando aquí? Además de camarera, ¿posee usted conocimientos de Medicina y ha notado algo raro en mi aspecto? Sería el primer caso en mi vida en el que descubriese a una persona que se dedica a las dos cosas.
—Sí, tiene razón. Yo no soy doctora ni he estudiado nada de eso, tampoco sabría cómo explicarlo, pero he tenido una fuerte corazonada en el instante en el que he tocado su mano.
—¡Ah, ahora lo entiendo, era eso! Pues mire, yo no soy persona de perder el tiempo y mucho menos de creer en intuiciones. Para mí y perdone que se lo diga, eso son chorradas. Además, ya se lo he dicho, me noto sano y fuerte. Las sensaciones que uno tiene de sí mismo son las más fiables ¿sabe? Reconozco que fumo y que estoy un poco pasado de peso, eso es evidente, pero mi percepción es de permanecer saludable. Otra cosa es que de algo hay que morirse. De eso, podríamos hablar horas y horas. Venga, me marcho ya, señorita. Ah, y gracias por su consejo de buena voluntad, pero innecesario.
—Oiga, caballero, ¿me va a dejar aquí, con la intriga de conocer si va a ir o no a una consulta médica?
—Por supuesto que no iré. Es muy amable por su parte preocuparse tanto de mí. Gracias por su comida y por su atención. Mire, esto tiene una fácil solución y se lo diré porque me cae simpática. Un día de estos vendré de nuevo por aquí, a consumir en su local y cuando usted me vea entrar por esta puerta rebosante de alegría, yo le demostraré con mi presencia el error de su apreciación. Buenas tardes y hasta pronto… eh … eh…
—Sonia González, señor.
—Pues eso, Sonia. Adiós.
León permanecía mirando fijamente a la joven, absorto con el relato que oía de los labios de su novia.
—Bueno, como inicio en ti de ese fenómeno, me pareció una experiencia interesante. La verdad es que, si yo hubiese sido ese señor, no sabría cómo habría reaccionado. Quizás con miedo, o incluso habría salido corriendo, tal vez con la indignación de alguien que piensa que otro se ha entrometido en su vida. En cualquiera de los casos, es una pena, porque nunca sabremos lo que sucedió con ese hombre tan gordo.
—Pero León, no te precipites, hombre. ¿Quién te ha dicho que haya acabado con esta historia?
—Ah, pero ¿hay más?
—Claro que sí, mi amor, no seas tan impaciente —expresó Sonia mientras que le dedicaba al joven una profunda sonrisa—. Mira, con el paso de los días, yo me fui olvidando de lo que había acontecido en el café y por dentro me tranquilicé, al pensar que aquello había sido un fenómeno azaroso, algo que no tenía demasiada importancia, una tontería, al fin y al cabo. Es cierto que cuando le llevaba el cambio a algún cliente, eso me traía a la memoria aquella impactante escena en la que creí desmayarme, pero el paso del tiempo le restó valor en mi cabeza a ese hecho.
—Ay, por favor, no me vayas a decir que al final, tu trágica predicción se cumplió, que te veo venir.
—Espera un segundo. Después de unas dos semanas, más o menos, una mujer de mediana edad entró aquí y le preguntó a una de mis compañeras por mí. Claro, ella no sabía a quién dirigirse y fue así como le explicó a Carmen lo que había pasado con aquel señor. Yo estaba a unos metros tan solo, pero al observar aquella conversación, algo se encendió en mi interior y rápidamente, me di cuenta de lo que sucedía. Me sentí comprometida, porque yo no les había dicho nada a las dos camareras de ese incidente. No me hizo falta esperar más cuando esa señora relató por encima lo que le había ocurrido a ese caballero obeso en el café y me adelanté unos pasos hasta donde ellas estaban. En ese momento, no pude dar crédito a lo que me contó:
—Entonces, ¿de veras que es usted la persona que atendió hace unos quince días en este bar a mi marido? Era un hombre gordo, vestido de traje y que trabajaba en una empresa de muebles. ¿Lo recuerda ahora?
…continuará…