Mis semanas eran pura fuente de contradicción y llegó un momento en el que necesitaba desahogarme, pero temía que si me expresaba con franqueza con él, aquella relación se viese interrumpida para siempre por su rechazo. Cuando no podía encontrarme con su voz durante los fines de semana sufría como alguien a quien le privan de su mayor fuente de satisfacción y felicidad. Le extrañaba y fantaseaba con su perfil como si realmente estuviese ya a mi lado y nos hubiésemos comprometido para la eternidad. Busqué así a un experto en temas de relación para que me aconsejase sobre lo que hacer en este caso. De este modo, me sentiría más segura sobre qué paso dar con Edward una vez asesorada. La respuesta de aquel técnico en la materia no pudo ser más simple pero al tiempo, la más lógica, dadas las circunstancias. Me dijo que le confesase mis sentimientos, que le transmitiese la verdad para de esta forma observar su reacción y actuar de modo coherente. Y si la respuesta por su parte fuese negativa, debía aceptarlo con entereza al no poder forzar la voluntad de nadie para quererme. Después de la entrevista con el entendido me noté mejor y decidí afrontar las circunstancias cuanto antes.
Pasaron algunas fechas y una mañana en la que me desperté más optimista y de buen humor, resolví afrontar mi gran dilema con ese señor al que amaba desde la intimidad y mi silencio. Sentada en uno de los bancos de piedra de mi jardín, tomé la palabra…
—Edward, ¿podrías descansar un rato de leer? Me gustaría hablar contigo.
—Claro, Elisabeth. Tú dirás…
—Llevo ya unas jornadas meditando sobre un tema que para mí resulta importante y deseaba conocer tu opinión.
—Está bien, casi siempre que nos vemos yo hablo y tú escuchas. Quizá hoy este proceso al que estamos tan acostumbrados se invierta…
—Pues sí, parece que va a ser de ese modo que comentas. Procuraré no extenderme para no incomodarte con amplios discursos. He sopesado mucho esta cuestión y tras reflexionar, he llegado a una conclusión: es mejor mostrar los propios sentimientos y correr el riesgo de la no correspondencia que guardar en tus adentros tus emociones y no saber nunca lo que hubiese ocurrido. Hace ya tiempo que no oigo el contenido de las obras que me lees. No te lo tomes a mal porque este fenómeno que te puede resultar extraño para ti, posee su explicación. Lo que escucho no son palabras sino tu voz, ese son maravilloso que penetra mi mente y que me hace soñar. Y es que tal vez los ciegos sabemos más de eso que aquellos que pueden ver. Al no tener la distracción de mi vista, mi pensamiento puede volar e imaginar escenas contigo que me llenan de felicidad. Edward, me recuerdas mucho a un pretendiente que tuve cuando yo debía andar por tu edad. Lamentablemente, le rechacé y es muy probable que con esa torpe decisión perdiese la oportunidad de ser una mujer feliz. Sin embargo, no puedo hablar de algo hipotético. Estoy aquí, viva, ciega de vista pero despierta de corazón. Lo único que te pido es que seas sincero conmigo al respecto de lo que te he dicho.
—Muy bien, Elisabeth. Te voy a ser franco ya que creo que por la confianza que hemos tomado, es lo que te mereces. Mentirte sería injusto y cruel. Desde el primer día que te vi, noté que había algo especial entre nosotros. Al principio pensé que estaba delante de una mujer que por su posición social y sus riquezas era tan solo un ser orgulloso que me había contratado como haría cualquiera que requiriese de un servicio. No tardé mucho en darme cuenta de que no solo te agradaba mi trabajo de lectura sino que había algo más escondido en tu interior, una fuerza de sentimientos enorme que tan solo esperaba el momento adecuado para manifestarse. Yo estudiaba tus movimientos, tus gestos, hasta tu respiración, y tú no te dabas cuenta de la forma tan especial que yo tenía de mirarte. Has de saber que hace bastante tiempo experimenté un desengaño amoroso muy intenso. Lo que me pasó resultó muy injusto, al menos desde mi punto de vista. Sufrí mucho, pues no esperaba que la muchacha con la que tenía planes de matrimonio me traicionase de aquel modo. No entraré en detalles, solo te digo que quedé muy afectado y eso me hizo recelar de futuras relaciones y me llenó de desconfianza. En el fondo, lo único que pretendía con mi cerrazón posterior era protegerme de otros golpes que me hiciesen revivir lo acontecido. Tal fue la intensidad de mi decepción. Elisabeth, no pretendía decirte nada sobre mis sentimientos para no herirte o simplemente porque no estaba por completo seguro de tu reacción. Sin embargo, ahora doy por bueno todo el período transcurrido desde que entré en esta casa. Mi esperanza es tu esperanza, un rayo de sol que se muestra tras la tormenta, un viento que me susurra todo lo que guardas dentro y que espero compartas conmigo.
—Pero, ¿así de fácil? ¿Me entregas tu alma sin presentar dudas? Dios mío, qué dichosa me siento al oír esas palabras. Estoy llorando de alegría. Dame tu mano y aprieta la mía.
—¿Por qué complicar lo que es sencillo de por sí? ¿Habrá algo más simple y puro que el amor hacia otra criatura? Además de eso y si me lo permites, te daré un beso. Han sido tantas mañanas suspirando por ti pero sin poder decirte nada, salvo lo escrito en tantos libros… que mi silencio me corroía como una tortura.
—Claro, mi amor, abrázame. Solo dime una cosa: ¿no te importarán mi edad y mi estado?
—Tu edad y tu “estado”, como tú dices, forman parte de ti y por supuesto de mi amor y de mi admiración hacia tu persona. Eres bellísima, Elisabeth, tú debes saberlo porque antes veías con normalidad. ¿Acasos no disponías de espejos en casa? Ya sé que no puedes contemplarme pero sí sentirme, seguro que eso es más importante. Si te has enamorado de una voz, ¿por qué no enamorarte de todo un ser, de una esencia?
…continuará…