Diario de un «obsesor» (y 13)

       

—Pero ¿y yo qué sabía? Pensé que se trataba de una alucinación, de un engaño de mi mente, algo producto del intenso estrés por el que estaba atravesando.

—Ya, Eusebio, pero para ser una vulgar alucinación, aquella mujer te habló con una gran racionalidad e intentó calmarte a toda costa, ya que presentía lo que podría sucederte si arrancabas el coche y huías del motel.

—Pues lo siento mucho, me encontraba espeso, no tuve luces para captar su aviso. Debió ser mi destino.

—No, no confundamos las cosas, amigo. No era tu destino. No te engañes de nuevo, fue tu real voluntad, tu libre albedrío el que decidió coger el automóvil en estado de embriaguez y circular a velocidad elevada de noche, en una carretera con curvas y bajo una fina capa de lluvia. Los efectos provienen de unas causas y fueron tu estúpida obstinación y tu acusado orgullo, los que no quisieron hacer caso ni siquiera de nuestros consejos. Eso fue lo que te llevó a la perdición. No te inventes ni tergiverses la realidad con datos extraños cuando aquella puede explicarse de una forma simple y efectiva.

—Bien, vale, pues estoy fastidiado. Reconozco que me propasé con la bebida y que el origen de mi mortal accidente se debió a mi persistencia por evadirme de mis problemas de un modo irresponsable. Caramba, viejo, he admitido más culpas y errores en esta conversación que en todo el tiempo de existencia que llevaba dentro de un cuerpo. ¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Arrepentirme de mis pecados y arrodillarme ante ti?

—No, no será necesario. Simplemente con que hayas reconocido que tu matrimonio se hallaba en quiebra afectiva y que Roberto no fue el causante de tu muerte, es suficiente.

—Sí, pero coincidirás conmigo en que a mi edad, no era fácil aceptar que había dejado de respirar.

—Volvemos al tema esencial. Entonces ¿no existes acaso ahora, en este momento? ¿No llevamos ya un buen rato hablando entre nosotros como personas civilizadas?

—Es cierto, pero ahora, después de esta intensa charla, me siento abatido. Me he mantenido activo hasta este instante por mi fuerte deseo de venganza. Ese era mi único objetivo y a fe mía que se estaba cumpliendo. Antes me dijiste que tenía que parar y encima me amenazaste con ponerme esa camisa diabólica para que cesara en mi actitud. Bueno, y a todo esto ¿qué sucederá con estos dos? Si debo marcharme de su lado ¿qué ocurrirá con Roberto? Me daría mucha rabia que consolidara su relación con mi esposa, perdón, quería decir con mi exmujer.

—Te entiendo, pero debes aceptar que las personas son independientes y que cada uno ha de vivir su vida libremente. Dime una cosa ¿te gustaría que alguien te controlara o te acechara constantemente diciéndote no ya lo que tienes que hacer sino incluso cómo tienes que pensar? Después de todo, eso es lo que has estado haciendo con tu antiguo colega.

—Bueno, como tú estás haciendo conmigo. Me estás empujando por la presión a adoptar actitudes que no deseo.

—Desde luego que sí, pero convendrás conmigo en que son por tu bien.

—Sí, he oído ese discurso muchas veces como justificación de muy variados aspectos.

—Mira, Eusebio, dado lo que has hecho desde que cambiaste de plano, tengo un deber contigo al que no pienso renunciar: reconducirte hacia otro camino, trasladarte a otro lugar donde puedas desenvolverte de otra forma para aprovechar mejor tu tiempo, invertir tus recursos y sobre todo, aprender. Además, permanecerás con otros seres como tú, lo cual te vendrá muy bien para aliviar tu soledad. Esta no es recomendable en tu situación y si hasta ahora te has sentido tan solitario es porque te impusiste un brutal aislamiento al obcecarte con esta delicada cuestión que has tenido entre manos hasta hoy.

—Vale, “sereno”, no tengo nada que objetar a lo que has expuesto, dada la abrumadora “superioridad” de tus métodos. Pero respóndeme, por favor ¿qué va a pasar con estos dos?

—Escucha, amigo, no tengo una bola de cristal mágica para observar el futuro. Ellos decidirán de mutuo acuerdo cómo seguir sus respectivos caminos. Lo que sí sé es que Roberto recuperará su salud y sus ganas de vivir en cuanto tú te retires de su lado. El tiempo transcurrirá y el recuerdo de esta pesadilla que tú le has obligado a experimentar será el de una mala racha felizmente superada.

—No sé, no sé, mi pretensión era hacer justicia devolviendo mal por mal.

—Venga, hombre, de pronto has acudido a las viejas y antiguas leyes humanas en las que por robar te cortaban las manos. Un poco anticuado tu planteamiento ¿no te parece? Además, nosotros no juzgamos, eso solo le corresponde al Creador. Si tu excompañero ha realizado algún acto deshonesto, ten por seguro que lo pagará, pero no debemos ser nosotros quienes le impongamos la factura a abonar.

—De acuerdo, sabio anciano. Y ahora ¿qué? Proporcióname alguna ocupación provechosa o me volveré loco después de esta extraña conversación. He invertido tantas energías en acabar con ese hombre que si ahora no tuviera nada que hacer creo que perdería el juicio por aburrimiento.

—Ah, sí, estaba deseando escuchar eso de tus labios. Quería que pasaras página y comenzaras a protagonizar un nuevo capítulo de tu vida. Mira, te ayudaré. ¿Ves aquella casa a lo lejos, allí donde te estoy señalando?

—¡Cómo no! Es de un color tan blanco que destaca sobre el horizonte.

—¡Pues toma! Te regalo esta llave. Con ella podrás abrir la cerradura de la puerta principal, justo la que da a su parte frontal.

—Ah, qué simpático que eres, ahora sí que ejerces como un auténtico “sereno”.

—Atiende; una vez que penetres allí, espera un poco y recibirás las instrucciones oportunas. En ese hogar te darán un nueva labor que la que emplear convenientemente tu precioso tiempo. Te aseguro una cosa: no vas a caer en el tedio.

—Caramba, no está nada mal, con eso me basta y me sobra. Estoy empezando a ilusionarme por las novedades que me esperan. ¿Y tú, viejo? ¿Qué harás? ¿Por qué no me acompañas? Así, tú también te entretendrás…

—Ah, muy amable, amigo, pero yo ya tengo mi agenda más que cubierta, llena de quehaceres y debo ir a la búsqueda de otros espíritus como tú. Como podrás comprobar por el volumen de mi llavero, poseo muchas más llaves colgando de mi cinturón. Te informo que cada una abre una puerta distinta. Es mi misión… no lo olvides.

—En fin, respetable trabajo, sin duda…

—Entonces, caballero… ¿nos despedimos sin rencor?

—Claro que sí, viejo. Cómo no, sin resentimientos. Supongo que ha de haber labores más constructivas que empeñarse en destruir a alguien. En eso concuerdo contigo. Gracias por demostrármelo, por recordármelo a través de tus moralizantes palabras de esta mañana.

—Muy bien, fantástico por ti. ¿Un abrazo, Eusebio?

—Perfecto, amigo “sereno”, un abrazo y espero volver a verte. Resultará interesante encontrarme de nuevo contigo e intercambiar impresiones.

—Ah, sí, desde luego. Eso te lo garantizo. Procuro localizar a mis antiguos “clientes” para comprobar qué tal les va pasado un tiempo. Sé bienvenido a mi mundo y que Dios te ampare.

—¡Gracias, anciano! ¡Jamás te olvidaré!

F I N

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

La resistencia al cambio (I)

Jue Mar 6 , 2014
        A menudo me pregunto por qué existe dentro de nosotros esa fuerza denominada «resistencia al cambio», incluso cuando comprobamos que nuestros viejos esquemas ya no nos sirven, han perdido su utilidad y conservarlos solo nos conduciría al más pesaroso de los estancamientos. Desde su origen, perdido en la noche […]

Puede que te guste