MARÍA, LA RATA Y LA FLOR AMARILLA (I)

Faz um tempo chegou a minha consulta uma adolescente que se sentia muito triste. Sua história comoveu-me tanto que a compaixão se apoderou do meu coração, enquanto meus bons amigos beliscavam a pele da minha alma me animando a pegar lápis e papel para escrever e sonhar…

Hace un tiempo llegó a mi consulta una adolescente que se sentía muy triste. Su historia me conmovió tanto que la compasión se apoderó de mi corazón, mientras que mis buenos amigos pellizcaban la piel de mi alma animándome a coger papel y lápiz para escribir y soñar…

Érase una vez había una chica que moraba dentro de cualquier corazón humano; se trataba de una adolescente que pasaba muchas horas al día llorando y quejándose de la existencia que le había tocado vivir. Era frecuente observarla sentada o incluso tumbada en cualquier rincón de su casa con su rostro besando sus rodillas y su largo cabello cubriendo su cara. Si te ponías a escucharla con atención, hasta se oían unos pequeños gemidos que al acercarse a ella procedían como de lo más profundo de su garganta, como si aristas afiladas rasgasen la delicada piel de su alma.

Tan grande era su sufrimiento que una tarde de domingo, en mitad de uno de sus ataques más intensos de amargura, una gran rata gris de distinguido porte y tamaño considerable, la cual sabía de sus lamentos, se le aproximó justo hasta situarse enfrente de sus bellos ojos castaños. La joven se sorprendió muchísimo cuando observó que el roedor tenía una cara amable y presentaba una actitud amistosa y sobre todo, cuando comprobó que llevaba algo entre sus patas delanteras. Sin embargo, era tal su aflicción, que tras unos segundos de miradas cruzadas, la chica volvió a retomar su postura y continuó sollozando con sus mejillas bañadas en lágrimas.

—Hola, María —dijo por sorpresa la rata en un tono que invitaba a charlar.

—¿Eh? ¿Cómo es posible? —respondió la muchacha mientras frotaba sus ojos con estupor—. A menudo, estoy rodeada de insectos y de otros bichos, pero nunca vi una rata que hablase… Como mucho, huyen de las personas por temor, supongo. Además, a la gente no le gusta las ratas, se os asocia con las enfermedades, con la suciedad, con las alcantarillas… Entonces ¿quién eres tú que no solo no corres ante mí sino que además eres capaz de articular palabras?

—Hmmm… esto sería muy largo de contar y no tengo mucho tiempo para conversar contigo. En cualquier caso, lo importante es que he venido hasta aquí para ayudarte.

—¡Ay, Dios mío, quizá mi pena me haya trastornado la cabeza! Mira que si esto es una ilusión, un sueño o qué se yo, hasta puede que esté hablando conmigo misma a través de ti. He oído decir que el sufrimiento te puede alterar los pensamientos, incluso provocar que alguien experimente alucinaciones… ¿Eres tú una rata de verdad o es mi mente loca extraviada la que está alterando la realidad?

—Mira, ni estás trastornada ni yo soy un delirio de tu cerebro. Tan solo te comentaré algo para que te quedes más tranquila. Poseo inteligencia, como ya te habrás dado cuenta, por eso sé tu nombre y mi apariencia roedora es solo una forma temporal que puedo adoptar para que me tomes en serio. En verdad, te confesaré algo: ya había intentado hablar contigo en otras ocasiones pero como me ignorabas, me he transformado temporalmente en lo que ahora ves para poder impresionarte y que así me hagas caso.

—¿Y puede saberse qué es eso tan llamativo que llevas entre tus “manos”, perdón, entre tus patas delanteras?

—Pues es muy sencillo. Se trata de una flor amarilla, una flor que acabará con todos tus sufrimientos.

—¿Me tomas el pelo? ¿Desde cuándo una flor puede acabar con la aflicción de alguien? Además, ahora que me fijo, es muy rara… Hmmm… Es curiosa y muy bonita, nunca antes la había visto.

—Es que esta flor no existe en tu mundo. Yo te la ofrezco como un regalo especial. Considérala una muestra de mi afecto por ti. Jamás pierde su bello color amarillo ni su fragancia. Ah, por cierto, es inmarchitable. Nunca dejará de tener su maravilloso aspecto.

—Mira, “ratita” o como sea que te llames. Aún no soy una adulta pero con la edad que ya tengo no voy a “tragarme” historias absurdas ni fantasías sacadas de cuentos para niños. ¿Eres consciente de lo que estás comentando? ¿No serás tú la que estás completamente loca?

—Eh, cálmate, vine a ti en actitud amistosa. Además, tengo nombre por si no lo sabías. Cuando la gente conoce el nombre de los que le rodean, la confianza aumenta y la gentileza tiende a usarse más que entre los seres anónimos que a menudo se ignoran…

—¡Ay, Dios mío, las cosas que hay que oír! Está bien. Entonces ¿cuál es tu nombre?

—Eso está mejor, amiga. Me llamo “mente constructiva”.

—¿Eh? —preguntó la chica con los ojos tan abiertos como los de una lechuza—. ¿Cómo has dicho? Me parto de la risa, ja, ja, ja… disculpa, ratita o “mente constructiva” o como sea que te digan, pero es que hacía tiempo que no escuchaba una expresión tan graciosa.

—Muy bien. Como comprenderás, no voy a molestarme por tu reacción. Me hallo más que acostumbrada. Es más, si te das cuenta, desde que he llegado tu llanto ha desaparecido y no solo eso sino que incluso ahora estás llorando pero de alegría. ¿Eres consciente de ello?

—Ah, pues sí, tienes toda la razón. Llevas aquí solo unos minutos pero me encuentro mucho mejor que en todos los días anteriores que recuerdo.

—Perfecto, esa es una de las misiones más esenciales que “mente constructiva” tiene, es decir, alegrar a las personas afligidas.

—Vale, qué bien, entonces… ¿me regalas esa preciosa flor amarilla que nunca antes había contemplado?

—Desde luego, tómala, es tuya.

…continuará…

 
 
 

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