Tras incorporarse el hombre, con su rostro dominado por la emoción, se despidió de las dos monjas.
—Le he dado a Verónica palabras de ánimo y ustedes pueden hacer lo mismo. Aunque parezca inconsciente, seguro que su alma las escucha. Es preciso devolverla a la vida. Por favor, persistan con sus cuidados, así como con sus plegarias de fortaleza. Hasta mañana. Recuerden las palabras del mayor de los sabios: «la fe mueve montañas». No subestimen el poder de la oración.
—Adiós doctor. Gracias por su inestimable visita —añadió con una ligera sonrisa la superiora del convento—. Hasta mañana.
Pasados unos momentos…
—Concepción, voy a enviar a otra hermana para que te sustituya. Necesitas un respiro y descansar. Son muchas las horas que has pasado en esta celda. Si nuestra joven despierta sana y salva no tendrá con qué agradecerte tantos desvelos. ¿A quién me recomiendas para que te releve?
—No, por favor, madre. Os lo ruego por caridad. Nunca me había sentido tan útil en este convento como cuidando de Verónica y además, soy la única enfermera. Este trabajo está dando sentido a mi estancia aquí y eso me satisface con la complacencia de nuestra Señora, María Inmaculada. Mientras que no me abandonen las fuerzas, velaré por ella. No llame a nadie, se lo suplico.
—Vale, lo has pedido con tanto ardor que me has convencido. Anda, levántate. Solo Dios te puede conceder la energía necesaria para cuidar de esta muchacha a la que el destino ha situado ante una gran prueba. Solo Él sabrá valorar en su justa medida el gran sacrificio que estás haciendo. Gracias de todo corazón, Concepción. Voy ahora a acompañar al resto de hermanas en su oración. Si se produjese alguna novedad, toca la campana del pasillo de inmediato.
—Muy bien, reverenda madre. Gracias.
Veinticuatro horas después, la escena se volvía a repetir en la celda que ocupaban Verónica y Concepción.
—Veamos, hermana. ¿Le dio a la enferma el remedio que le prescribí?
—Por supuesto, don Alejandro; y en la dosis que me indicó. Al darle el líquido por primera vez, lo vomitó. Sin embargo, insistí. El segundo preparado lo ingirió por completo. Y así tres veces más. Hace como una hora volví a repetir el procedimiento.
—Bien, es una señal favorable. Supongo que también habrá bebido agua.
—Desde luego, doctor. Al menos, no rechaza los líquidos.
—Perfecto. Sin comer se puede aguantar algunas fechas. Sin beber, el organismo se deshidrata y eso llama a la muerte. ¡Qué lucha, Señor!
—Doctor Mendoza, si no le importa voy a avisar a la madre. Estaba ocupada, pero me dijo que la informase en cuanto vos aparecieseis por aquí.
—De acuerdo. Mientras tanto, exploraré a la paciente para ver si se ha producido algún cambio.
Tras aparecer por la celda la abadesa con la hermana enfermera…
—Y bien, doctor —dijo Juana—. ¿Habéis hallado algún indicio de mejora en el cuerpo de nuestra Verónica?
—El cuerpo de Verónica permanece estacionario, su merced, pero sí hallé evolución en cuanto a su espíritu.
—Mi señor galeno, tendréis que explicaros un poco más —comentó con mucha curiosidad Concepción—. ¿A qué os referís?
—Desde luego, hermana. Hace un momento, justo antes de que ambas penetrasen en la estancia, me dirigí a la paciente y le dediqué unas dulces palabras en voz baja. Pues bien, justo cuando apreté su mano izquierda para transmitirle mi ánimo, me fijé en su rostro y ella me sonrió.
—Doctor, disculpe por mi osadía —intervino la abadesa—. Quizá peque de imprudente, pero si la chica está inconsciente, dormida o como vos queráis llamarlo… ¿cómo es posible que Verónica le sonriera? Me temo que eso es imposible.
—Porque no fue su organismo el que me sonrió, sino su espíritu. Mire, la materia corporal puede permanecer inmóvil, pero esta muchacha me escuchó ayer al despedirme y hoy, al dirigirme a ella, ha tenido esa reacción y fue su alma la que provocó esa sonrisa, que, en mi opinión, ha abierto la puerta a su recuperación. Piensen que el cuerpo tendrá sus razones, pero que se rige por el principio inteligente que el Creador ha situado dentro de nosotros y que no es otro que el espíritu.
—Alabada sea la Virgen en todo su esplendor —dijo la monja enfermera mientras que se persignaba de forma reiterada y luego juntaba sus manos—. Nuestras oraciones a la madre de Jesús han surtido efecto.
—¿Qué te ocurre, Concepción? —preguntó de repente la superiora—. ¿Acaso eres partícipe del criterio del galeno? ¿Compartes su optimismo sobre el estado de Verónica?
—Mi señora, ha sido tan solo la respuesta del cielo a nuestros continuos ruegos.
—Sí, eso es cierto. No creo que exista una sola hermana en este monasterio que no haya orado por la recuperación de la hija del conde.
—Por favor, deben disculparme ambos —intervino la enfermera—, pero he olvidado comentar algo que ahora mismo he recordado. Debe haber sido por el cansancio. Sucedió ayer al anochecer.
—Pues estoy expectante por oír ese detalle que, seguro tiene su importancia, hermana Concepción —reaccionó el doctor—. Por favor, no se demore…
…continuará…