SOMBRAS DE DIOS (18) El parto

—¡Recen, recen todo lo posible! —exclamó Verónica con decisión mientras que procedía a empujar—. Este niño me duele tanto que se me rompe el alma.

Aún con las fuerzas menguadas, la hija del conde todavía mantenía la secreta esperanza de que todo aquel proceso finalizase de un modo diferente. A pesar de la intensidad de la situación…

—Alejandro, dime la verdad. Te lo ruego: ¿hay novedades por parte de mi padre? ¿Qué fue de lo que hablamos?

—Verónica, por favor, no es momento ni de dudas ni de debates. Continúa con tus movimientos. Ante todo, la criatura ha de salir.

—Venga, no esquives mi pregunta. ¿Entonces? —insistió la parturienta.

—Lo siento, mi niña —expuso el galeno moviendo su cabeza de un lado a otro—. Es hora de que te olvides de tus ilusiones; las cosas seguirán como estaban previstas. Dios mío, te prometo que lo he intentado, mas ya conoces a tu padre. Cuando toma una decisión, es consecuente y más duro que el hierro.

La chica, enrabietada por lo que acababa de oír, realizó un último esfuerzo. Ante la negativa de su progenitor a ceder ante las súplicas de ella, esta vez empujó con todas sus ganas y la cabecita de la criatura se observó en la estancia. Había llegado el instante definitivo. En un santiamén, se escuchó el fuerte lloro del nuevo ser llegado al mundo.

—Alejandro —chilló una agotada madre—. ¿No serás capaz? ¿Verdad?

—Verónica, te lo ruego, ahora estás extenuada. He de llevarme al niño y no puedo demorarme. Tu padre me dijo que te lo enseñara, pero por poco tiempo para que no te encariñases con él. No compliques las cosas ni las hagas más difíciles. Para mí es un mal trago, lo sabes, pero he de cumplir órdenes. No tengo opción.

Una sudorosa joven, sin poder incorporar su cuerpo, estiró su brazo derecho cuanto pudo…

—Te lo suplico, Ale…

—¿Me vas a llamar ahora como cuando eras una cría? ¿Quieres conquistar mi corazón para que me reblandezca? Vale, está bien; te dejaré con tu hijo, aunque sea por un rato corto. Solo por el afecto que nos une y por el respeto que te debo. Espero que el conde jamás se entere de esto. Toma, abrázalo por un instante. Tú eres su madre y te lo mereces.

En esa coyuntura tan emotiva, la madre superiora gritó de júbilo.

—Pero, Dios mío, ¡si es una niña! Puede que esté sucia y que tenga rastros de sangre, pero se parece a ti, Verónica.

—Reverencia —intervino la hermana Concepción—. ¿Cómo podéis encontrarle parecido a la niña si acaba de nacer?

—Dámela, doctor —gritó enloquecida Verónica—. Necesito olerla y ponérmela en el pecho. Por favor, que no la voy a volver a ver en mi vida. Mi querida Virgen Inmaculada, te ruego para que la cría caiga en buenas manos. Cuida de ella, por favor.

Tras darle a la recién nacida un abrazo inmortal, rota por las lágrimas, la joven la besó con toda la ternura de la que era capaz y en el más cruel ejercicio de su vida, asumió impotente la situación y se despidió en voz baja de su bebé.

El médico no pudo aguardar más, si bien había prolongado deliberadamente el escaso tiempo de acercamiento entre madre e hija. Al final, se vio obligado a actuar…

—Mi señora, que el Todopoderoso y la historia me perdonen. Ya he desobedecido a vuestro padre, pero no puedo quebrantar mi juramento. Os lo ruego, soltad a la cría ya.

Sin embargo, ante la resistencia de Verónica, dominada por un remolino emocional, tuvo que emplear la fuerza para arrebatarle a la niña de sus brazos.

—¡Beatriz, Beatriz, vuelve, eres mi hija del alma!

Tras aquel incidente, el médico envolvió a la pequeña con una sábana y dirigiéndole a Verónica una última mirada afectuosa y culpable a la vez, salió de la enfermería y se fue con rapidez del convento para entregarle a don Diego a su nieta.

—¡Beatriz, Beatriz, no me dejes, por favor! —repitió varias veces entre sollozos la joven hasta que vencida por el cansancio, perdió el conocimiento.

—Creo que se ha desmayado, madre —comentó la hermana Concepción mientras que le ponía la mano en la frente a Verónica—. Han sido demasiadas emociones para su edad. Voy a curarla aquí mismo y pienso que después, lo mejor será que la llevemos a su celda para que descanse el tiempo suficiente. La pobre debe estar consumida por fuera y por dentro. No solo ha parido a una niña, sino que, además, ha sufrido un duro golpe al serle arrancada de sus brazos. Es que no le han permitido ni siquiera amamantarla. ¡Ya no hay humanidad en este mundo!

—Sí, se trata de historias de familias pudientes en las que no es procedente meterse. El conde de Valcárcel nos regaló una generosa dote cuando su hija ingresó aquí hace unos meses. Nosotras hemos cumplido con nuestra misión: la hemos acogido con hospitalidad y la hemos cuidado todo el tiempo. Yo misma he hablado con ella numerosas veces y la verdad, es que no ha dado ningún problema. Todo lo contrario: desde el primer día realizó un notable esfuerzo por adecuarse a nuestra regla y a nuestro modo de vida. Hermana, después de lo que hemos presenciado, no sé cuál será la decisión que ella tome. Si desea seguir aquí por más tiempo, por mí estaré encantada. Se nota que es una mujer joven, sin la madurez propia de una criatura adulta, pero educada y culta, que se somete a la disciplina del lugar donde se halle, en este caso, un convento de monjas de clausura. Y si ella libremente opta por marcharse, le pediré a nuestra Virgen para que la ilumine en su futuro camino.

—Su merced tiene toda la razón. Deberá ser la propia Verónica la que escoja su senda en el mañana. Sin embargo, no me negareis que estamos ante una tragedia. Su padre, por muy noble y rico que sea, decide por su cuenta quitarle a su pobre niña porque la cría es producto del pecado. No sé, pero me parece tan injusto, su reverencia…

…continuará…

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