SOMBRAS DE DIOS (27) Sublime encuentro

» Tras ese inenarrable momento de serenidad y de afecto, mi madre me deslizó en el oído lo siguiente:

“Hija mía, somos inmortales. No desees para ti lo que Dios no quiere para ninguno de sus hijos. Vuelve a la vida y recomponte. Olvida tus preocupaciones. Yo cuidaré de tu niña, que es mi nieta; estaré presente en cada uno de sus momentos, protegiéndola e inspirándola para que tome las mejores decisiones. Deja eso en mi mano, que ya cuidé y cuido de mis cuatro hijos y lo haré también con la pequeña Beatriz, como tú querías que se llamara. Tranquila, ella contará con la inestimable ayuda de cuantos la amamos. Has de saber que la otra noche hablé en sueños con nuestro apreciado médico Alejandro y que este le ha dicho a tu padre que tu deseo era que tu hija se llamase de ese modo. Créeme si te digo que mi antiguo marido respetará tu voluntad, así como la familia adonde irá asignada la cría. No llores, Verónica, salvo para dar gracias a Dios, pues Él procura maravillas en ti. Alegra tu ánimo y dirige tu alma hacia los que pretenden el bien en ti. Y ahora, acompáñame, que he de presentarte a alguien”.

» A continuación, mi madre me ofreció su mano y yo, como arrebatada por la intensidad de la ocasión, la seguí feliz. Al poco, nos introdujimos en una cueva que tenía un pasillo y a cuyo final, se divisaba la claridad. Finalmente, llegamos al punto de encuentro al que Catalina deseaba conducirme. Las señoras se sorprenderán cuando sepan de qué lugar se trata.

—Pues creo que no podemos hallarnos más curiosas por saber de ese sitio —afirmó la superiora con gran curiosidad.

—Madre Juana, hermana Concepción, ¿queréis asomaros a la ventana? Levantaos y así entenderéis la naturaleza del lugar al que me trajo mi bendita madre.

—¿Es posible, hija mía? —preguntó emocionada la abadesa tras fijar su vista.

—Así es, mi señora —respondió con serenidad Verónica—. Ella me hizo venir al claustro del convento en el que llevo viviendo casi un año.

—Con permiso de su reverencia —expresó intrigada la otra monja—. Me voy a sentar de nuevo para tranquilizarme, porque creo conocer la identidad de la criatura con la que te encontraste ahí abajo, pero, aunque lo intuya, prefiero escucharlo de tus propios labios.

—Catalina me indicó que aguardase unos instantes. Y así fue. En efecto, al poco de permanecer por entre aquellos setos y cipreses, ocurrió algo increíble que nunca olvidaré.

» Una figura rodeada de luz apareció por encima de nuestras cabezas y lentamente, fue descendiendo hasta posarse sobre el suelo. Cuando me fijé en su rostro, la reconocí a la perfección. En efecto, Concepción, tal y como te han revelado, ella era clavada al retrato de nuestra madre fundadora que se halla en la recepción, junto a la puerta de entrada al monasterio. Todo encajaba en aquella escena, su hábito blanco, su capa azul, su velo negro. Sin embargo, aun siendo una mujer bellísima, tal y como se refleja en las crónicas del siglo XV, eso era lo de menos. Lo que más me impresionó fueron su mirada y su viva presencia. Llegué a pensar que me hallaba delante de una santa enviada por el cielo. Tales eran su poder de magnetismo y su entereza.

—¿Y qué más pasó, chiquilla? —preguntó emocionada Juana—. No puedo creer que todo ese fenómeno maravilloso sucediera en esta casa.

—Beatriz de Silva se dirigió directamente hasta mí y al acercarse, me tocó la mano. Queridas hermanas, no quiero exagerar, líbreme Dios, pero para mí fue como si me hubiese rozado la mismísima Virgen en toda su plenitud y esplendor. Si el abrazo de mi madre me había conmovido, podéis imaginaros lo que supuso para mí el simple toque de esa criatura celestial.

—Estoy ansiosa, Verónica — intervino Concepción—. ¿Ella te dio algún mensaje como le ocurrió conmigo?

—Ya lo creo, hermana. Sin apartar sus ojos de mí y después de comentar que ya me conocía, añadió:

—“Hija mía, antes de que entrases en el vientre de mi querida Catalina, yo hablé contigo y te encargué una misión. No lo recuerdas por la interferencia de la carne, pero, ahora, ha llegado tu hora. Así comprenderás que los planes de Dios están por encima de las previsiones de los hombres. Por eso, querida, entenderás por qué has debido ingresar aquí y por qué has sufrido el abandono de tu niña, para que así concentres toda tu energía y todo tu empeño en la misión que prometiste cumplir antes de ser concebida por esta mujer”.

—Desconcertada, le pregunté a la madre fundadora por cuál era ese encargo tan importante que me tenía preparado. Ella me respondió con una enorme ternura:

—“Serénate, Verónica. Al igual que Catalina se ocupará de tu hija, así yo me encargaré de ti. Permaneceré a tu lado y no te sorprendas, porque yo te envolveré con todo mi afecto y no habrá mano humana que pueda obrar contra ti. Aunque te asalten las dudas y te muevas entre penumbras, yo estaré contigo y acudiré en tu ayuda en cuanto me necesites. Este es mi propósito y, ahora que lo conoces, solo quiero tu consentimiento. Regocíjate en Dios, hija, porque incluso el Padre celestial respeta el libre albedrío de cada una de sus criaturas”.

—Inconscientemente, empecé a llorar, busqué refugio inmediato en los brazos de mi madre y después, sabiendo lo que hacía, me arrodillé ante la figura resplandeciente de Beatriz de Silva. Ella, envuelta en esa energía maravillosa de la que disponen los santos, me dijo:

—“Levántate, hija, que solo hay que arrodillarse ante el amor de Dios, quien nos contempla. Sea así, cumple tu misión y las campanas del cielo tañerán cuando llegue tu momento. Y ahora, mi niña, duerme, duerme y descansa, para que cuando vuelvas a latir con tu corazón, extrañes este mundo espiritual en el que Catalina y yo vivimos y al que, tarde o temprano, regresarás. Reposa, Verónica, y cuando despiertes, recuerda nuestro encuentro y tu compromiso. Que Dios te bendiga siempre”.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

SOMBRAS DE DIOS (28) Extrema prudencia

Sáb May 10 , 2025
—Y fue así —añadió Verónica— cómo, antes de despertar por la noche, la madre fundadora me indicó que la hermana Concepción debía dirigirse al vestíbulo del convento para darle a ella una señal. Y este es todo mi relato. Solo espero que nosotras saquemos nuestras propias conclusiones. Una vez terminada […]

Puede que te guste