SOMBRAS DE DIOS (15) «No metas a Dios en este asunto»

—Verónica, he pedido que trajesen a esta habitación una camilla para cumplir con mi función —comentó Alejandro Mendoza—. Por favor, te voy a pedir que te tumbes sobre ella y que te pongas cómoda. Tendré que aligerar tu hábito para hacer bien mi trabajo. Mi niña, espero que no tengas temor de mí ni que te avergüences. Piensa que te he visto desnuda muchas veces desde que naciste.

—De ti no puedo desconfiar, Alejandro. Has sido siempre el médico de la familia y de mí desde que llegué al mundo. Ahora, más que nunca, necesito que me revises para comprobar cómo está mi niño.

—Me alegro por tu naturalidad y por tu confianza en mí. Vamos entonces.

Una vez completado el exhaustivo examen a la embarazada…

—Te lo ruego, galeno. No me mantengas más tiempo en la incertidumbre. ¿Está el crío bien? ¿Has notado algo raro?

—Quédate tranquila, mujer —afirmó el doctor mientras que esgrimía una franca sonrisa—. Tanto el niño como la madre se encuentran perfectamente. Si Dios quiere, en unas dos semanas o incluso antes el crío pedirá turno para habitar en este mundo y respirará por primera vez el aire de esta tierra.

—Uf —expresó la joven dando un suspiro de alivio—. Gracias, Dios mío. Eso era lo más importante.

—Por supuesto; siempre has sido una mujer de buena salud y ahora, te hallas en la flor de la vida. Lo lógico era que todo fuese bien y así ha sido. Espero que no existan complicaciones en el parto, aunque eso nunca se sabe. En cualquier caso, yo te sacaré al niño y estaré aquí contigo para asistirte todo el tiempo. Date por afortunada, querida, que he visto a personas de tu edad, jóvenes, y, aun así, presentaban muchas dificultades en su embarazo o a la hora de alumbrar. Ya sabes que nuestro destino está en manos de Dios y que nuestra estancia aquí resulta transitoria, por lo que hay que desarrollar la humildad y dar gracias al Señor por cada mañana que despertamos.

—Es cierto, Alejandro. Cuánta razón tienes y qué palabras más sabias. Sin embargo, he de decirte que mis miras se sitúan ahora en otros lugares.

—Por tu expresión de desasosiego, ya veo que hay algo muy adentro de ti que te preocupa. Es más, no albergo ninguna duda acerca del asunto que te genera esa ansiedad.

—Eres listo, pero también te has acostumbrado a leer mi corazón, al menos hasta el momento previo a ingresar en este monasterio. Es bueno saber leer en el alma de las personas, como tú haces. Ahí se acumulan los recuerdos de nuestros tiempos de bonanza, pero también de nuestras tempestades.

—Entiendo que te estás refiriendo a tu intranquilidad por el niño.

—Supones bien, amigo. Por favor, sé sincero conmigo y no me escondas nada. ¿Qué te ha dicho mi padre acerca de su nieto? A lo mejor ha cambiado su postura inicial. Dame algo de esperanza, Alejandro.

—Considerando tu lógica pregunta, las noticias que puedo darte no van a satisfacer tus intereses como futura madre. Créeme que lo lamento. Sin embargo, con el tiempo te adaptarás a la nueva situación y obtendrás el mejor provecho de esta dura experiencia que te aguarda.

—¿El mejor «provecho», Alejandro? A esta altura que nos conocemos, ¿vas a bromear conmigo? Dime, ¿dónde se encuentra el beneficio para una mujer que va a perder a su criatura después de nueve meses de convivencia con ella?

—No dudo de lo que dices, mi niña; lo que ocurre es que a veces en la vida las cosas no se organizan como uno quiere. A pesar de tu juventud, ya te has dado cuenta de ello. No puedo eludir el carácter negativo que posee la experiencia de separar a una madre de su hijo, porque todo ese vínculo que se forma desde que quedas encinta supone un lazo intenso con tu criatura. No obstante, déjame confesarte la intuición que acaba de brotar en mi alma. No será algo que suceda a corto plazo. Considera que la vida da muchas vueltas y en ese sentido, lo que Dios te quita por una parte, luego te lo devuelve por otra.

—Alejandro, por favor —expresó indignada Verónica—. No metas a Dios en este asunto. Tú y yo sabemos a la perfección que ha sido la voluntad de mi padre la que está presente en este caso. Es él quien ha decidido por su cuenta quitarme a mi niño para evitar el escándalo. Y a mí, los escándalos me dan exactamente igual cuando lo que se decide es robarle a una madre a su recién nacido. Poco me importan a mí la sociedad y sus convenciones cuando soy yo la afectada y de una forma tan cruel. Si supieras lo que he aprendido a querer a esto que llevo dentro —afirmó entre lágrimas la hija del conde mientras que acariciaba con mimo su vientre—.

—Créeme si te digo que te comprendo, mi niña. ¡Cuanto lo siento por ti!

—Así que me retiran lo que más quiero. ¿Será posible? ¿Dónde quedan esos sentimientos de compasión con una mujer que va a traer al mundo a un nuevo ser? Que no hablo de un objeto, sino de una criatura con sentimientos que va a portar mi sangre. No puedo entender que un abuelo pretenda librarse de su propio nieto para no verse en la disyuntiva de dar explicaciones, como si no hubiese niños fuera del sagrado matrimonio. Es que voy a explotar de rabia… Que esas costumbres de quedar bien no pueden contradecirse con el daño que se causa. Dime, doctor, ¿acaso hemos perdido el juicio? ¿Y ese valor fundamental del que nos hablaba nuestro señor Jesucristo cuando se refería al amor y su significado?

—Me impresiona tu alegato, Verónica. Desde pequeñita siempre estuviste bien dotada para los discursos y el manejo del lenguaje. Se ve que tu madre la condesa acertó de pleno con tu educación y cuando asignó a tu aya para cuidar de ti y hacerte una mujer. Reflexionemos, querida. Estamos en el siglo XVII y aparte de las leyes, existen unas reglas no escritas que rigen el decoro y cómo se establece la convivencia entre las personas. No sé cómo cambiarán las costumbres de aquí a cinco o cien años, pero es prudente ser realista para no sufrir más, para no caer en los malos usos que nos conducirían a la falta de respeto y al desorden.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

SOMBRAS DE DIOS (16) ¿Cómo cambiar mi destino?

Sáb Mar 29 , 2025
—Alejandro… ¿de veras que me vas a dar un discurso social o político en mis circunstancias? ¿Es que no ves lo que llevo en la barriga? Se trata de una criatura, de un nuevo hijo de Dios con sus derechos y sus deberes que tendrá que abrirse camino en la […]

Puede que te guste